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2011 · El año de la revolución

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La teoría marxista de la revolución

Tres concepciones de la revolución rusa (León Trotsky)

 

 

 

La Revolución de 1905 no fue sólo el ensayo general de 1917 sino también el laboratorio del cual salieron todos los agrupamientos fundamentales del pensamiento político ruso, donde se conformaron o delinearon todas las tendencias y matices del marxismo ruso. El centro de las polémicas y diferencias lo ocupaba naturalmente la cuestión del carácter histórico de la revolución rusa y los caminos que tomaría su desarrollo en el futuro. En sí y de por sí esta guerra de concepciones y pronósticos no se relaciona directamente con la biografía de Stalin, quien no tuvo en ella ninguna participación independiente. Los pocos artículos de propaganda que escribió sobre este tema carecen en absoluto de interés teórico. Docenas de bolcheviques que manejaban la pluma popularizaron las mismas ideas y lo hicieron muchísimo mejor. Toda exposición de conceptos revolucionarios del bolchevismo, tiene por naturaleza un sitio adecuado en una biografía de Lenin.
Pero las teorías tienen su propio destino. Aunque durante el período de la primera revolución, y también más tarde, cuando se elaboraron y aplicaron las doctrinas revolucionarias, Stalin no sostuvo ninguna posición independiente, desde 1924 en adelante la situación cambia abruptamente. Se abre la etapa de la reacción burocrática y de la revisión drástica del pasado. La película de la revolución se proyecta al revés. Se someten las viejas doctrinas a nuevos enfoques y nuevas interpretaciones. De manera a primera vista bastante inesperada se traslada el centro de la atención a la concepción de “la revolución permanente”, a la que se presenta como fuente de todos los desatinos del “trotskismo”. Durante varios años la crítica de esta concepción conforma el contenido principal del trabajo teórico —sit venio verbo [si es que se puede usar tal palabra]— de Stalin y sus colaboradores. Se puede decir que todo el estalinismo, considerándolo en el plano teórico, se desarrolló a partir de la crítica a la teoría de la revolución permanente tal como fue formulada en 1905. En esta medida, no puede dejar de aparecer en este libro, aunque sea en forma de apéndice, la exposición de esta teoría en sus diferencias con las de los bolcheviques y mencheviques.
Lo que caracteriza en primer lugar el desarrollo de Rusia es el atraso. El atraso histórico, sin embargo, no significa la mera reproducción del desarrollo de los países avanzados con una simple demora de uno o dos siglos. Engendra una formación social combinada totalmente nueva, en la que las conquistas más recientes de la técnica y la estructura capitalista se entrelazan con relaciones propias de la barbarie feudal y prefeudal, transformándolas, sometiéndolas y creando una relación peculiar entre las clases. Lo mismo se aplica al terreno de las ideas. Precisamente a causa de su retraso histórico, Rusia fue el único país europeo en el que el marxismo como doctrina, y la socialdemocracia como partido, alcanzaron antes de la revolución burguesa un poderoso desarrollo. Es entonces natural que precisamente en Rusia se haya sometido al más profundo análisis teórico el problema de la relación entre la lucha por la democracia y la lucha por el socialismo.
Los demócratas idealistas, especialmente los narodnikis2, se negaban supersticiosamente a reconocer que la revolución inminente sería burguesa. La rotulaban de democrática, tratando, con una fórmula política neutral, de ocultar a los demás y a sí mismos su contenido social. Pero, en lucha contra el narodnismo, Plejánov, el fundador del marxismo ruso, planteó ya a principios de la década del 80 del siglo pasado que no había razón alguna para suponer que Rusia seguiría un camino privilegiado. Igual que otras naciones “profanas”, tendría que atravesar el purgatorio del capitalismo; así precisamente lograría la libertad política indispensable para la lucha posterior del proletariado por el socialismo. Plejánov no sólo separaba como tareas la revolución burguesa de la socialista, a la que posponía para un futuro indefinido; suponía que en cada una de ellas se darían combinaciones de fuerzas totalmente diferentes. El proletariado conquistaría la libertad política en alianza con la burguesía liberal; después de varias décadas, y con un nivel superior de desarrollo capitalista, realizaría la revolución socialista en lucha directa contra la burguesía.
Lenin, por su parte, escribía a fines de 1904: “Al intelectual ruso siempre le parece que reconocer nuestra revolución como burguesa significa desteñirla, degradarla, rebajarla (...) Para el proletariado la lucha por la libertad política y la república democrática en la sociedad burguesa es simplemente una etapa necesaria en la lucha por la revolución socialista”.
“Los marxistas están absolutamente convencidos” —escribía en 1905— “del carácter burgués de la revolución rusa. ¿Qué significa esto? Significa que las transformaciones democráticas que se han vuelto indispensables en Rusia (...) no implican, por sí mismas, la liquidación del capitalismo, del gobierno burgués. Por el contrario, abonarán el terreno, por primera vez y de manera real, para un desarrollo del capitalismo amplio y rápido, europeo y no asiático. Permitirán por primera vez el gobierno de la burguesía como clase (...) No podemos saltar por encima del marco democrático burgués de la revolución rusa” —insistía— “pero podemos extender este marco en grado colosal”. Es decir, podemos crear dentro de la sociedad burguesa condiciones mucho más favorables para la lucha futura del proletariado. Dentro de estos límites Lenin seguía a Plejánov. El carácter burgués de la revolución fue el punto de partida de las dos fracciones de la socialdemocracia rusa.
Es bastante natural que en estas condiciones Koba [Stalin] no haya ido en su propaganda más allá de esas fórmulas populares que forman parte del patrimonio común de bolcheviques y mencheviques. “La Asamblea Constituyente —escribió en enero de 1905— electa en base al sufragio igualitario, directo y secreto: por esto tenemos que luchar ahora. Sólo esta asamblea nos dará la república democrática, que tan urgentemente necesitamos en nuestra lucha por el socialismo”. La república burguesa como escenario de una postergada lucha de clases por la meta socialista; ésa es la perspectiva.
En 1907, es decir, después de innumerables discusiones publicadas en la prensa de San Petersburgo y en la del extranjero, y después de un serio análisis de los pronósticos teóricos en base a las experiencias de la primera revolución, Stalin escribía:
“Parece que todos están de acuerdo en nuestro partido en que nuestra revolución es burguesa, que concluirá con la destrucción del orden feudal y no del orden capitalista, que culminará sólo con la república democrática”. Stalin no se refería a cómo comienza la revolución sino a cómo termina, y de antemano y bastante categóricamente la limitaba a “sólo la república democrática”. En vano buscaríamos en sus escritos siquiera un indicio de alguna perspectiva de revolución socialista ligada a un vuelco democrático. Esta seguía siendo su posición, todavía a comienzos de la Revolución de Febrero de 1917, hasta la llegada de Lenin a San Petersburgo.
Para Plejánov, Axelrod y en general todos los líderes del menchevismo, la caracterización sociológica de la revolución como burguesa era políticamente válida sobre todo porque prohibía de antemano provocar a la burguesía con el espectro del socialismo y “echarla” en brazos de la reacción. “Las relaciones sociales han madurado en Rusia solamente para la revolución burguesa”, decía el principal táctico del menchevismo, Axelrod, en el Congreso de Unidad [abril de 1906]. “Ante la liquidación generalizada de los derechos políticos en nuestro país ni hablar se puede siquiera de una batalla directa entre el proletariado y otras clases por el poder político [...] El proletariado lucha por lograr las condiciones que permitirán el desarrollo burgués. Las condiciones históricas objetivas determinan que sea el destino de nuestro proletariado colaborar inevitablemente con la burguesía en la lucha contra el enemigo común”. De esa manera, se limitaba de antemano el contenido de la revolución rusa a las transformaciones compatibles con los intereses y posiciones de la burguesía liberal.
Es precisamente en este punto que comienza el desacuerdo básico entre las dos fracciones. El bolchevismo se negaba absolutamente a reconocerle a la burguesía rusa la capacidad de llevar hasta el fin su propia revolución. Con una fuerza y una coherencia infinitamente superiores a las de Plejánov, Lenin planteó la cuestión agraria como el problema central del vuelco democrático en Rusia. “El eje de la revolución rusa” — repitió— “es la cuestión agraria (de la propiedad de la tierra). Las conclusiones respecto a la derrota o la victoria de la revolución tienen que basarse en el cálculo (...) de la situación en que se hallan las masas para luchar por la tierra”. Igual que Plejánov, Lenin consideraba al campesinado como una clase pequeñoburguesa; su programa agrario como un programa de progreso burgués. “La nacionalización es una medida burguesa” —insistía en el Congreso de Unidad–. “Dará impulsos al desarrollo del capitalismo; agudizará la lucha de clases, favorecerá la movilidad de la propiedad de la tierra, provocará la inversión de capitales en la agricultura, hará bajar los precios de los cereales”. Pese al indudable carácter burgués de la revolución agraria, la burguesía rusa seguía siendo hostil a la expropiación de los latifundios; precisamente por eso tendía al compromiso con la monarquía basado en una constitución de tipo prusiano. Lenin contraponía a la idea de Plejánov de una alianza entre el proletariado y la burguesía liberal, la de una alianza entre el proletariado y el campesinado. Proclamó como tarea de la colaboración revolucionaria de estas dos clases la implantación de una “dictadura democrática”, único medio de limpiar radicalmente a Rusia de toda la basura feudal, crear un sistema de campesinos libres y allanar el camino al desarrollo del capitalismo según el modelo norteamericano, no el prusiano.
“El triunfo de la revolución” —escribía— “puede culminar solamente en una dictadura, ya que la realización de las transformaciones que el proletariado y el campesinado necesitan inmediata y urgentemente provocará la resistencia desesperada de los terratenientes, la gran burguesía y el zarismo. Sin la dictadura será imposible quebrar esta resistencia y rechazar los ataques contrarrevolucionarios. Pero no será, por supuesto, una dictadura socialista sino una dictadura democrática. No podrá afectar (antes de una serie de etapas transicionales del proceso revolucionario) los fundamentos del capitalismo. Podrá, en el mejor de los casos, realizar una repartición radical de la propiedad agraria en favor del campesinado, introducir una democracia coherente y plena hasta instituir la república, hacer desaparecer todas las características asiáticas y feudales tanto de la vida cotidiana de la aldea como de la fábrica, comenzar a mejorar seriamente la situación de los trabajadores y a elevar su nivel de vida, y, lo que es muy importante, trasladar la conflagración revolucionaria a Europa”.

 

‘Dictadura democrática del proletariado y el campesinado’

 

La concepción de Lenin representaba un enorme paso adelante en la medida en que preconizaba, no reformas constitucionales, sino la reforma agraria como tarea principal de la revolución, e indicaba para su realización la única combinación realista de fuerzas sociales. Sin embargo, el punto flaco de la concepción de Lenin estaba en la contradicción interna que comportaba la idea de “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”. El propio Lenin restringía los límites fundamentales de esta “dictadura” al calificarla abiertamente de “burguesa”. Quería decir con ello que el proletariado, en el curso de la futura revolución, se vería obligado, para salvaguardar su alianza con el campesinado, a renunciar a emprender directamente las tareas socialistas. Pero esto significaría para el proletariado renunciar a su propia dictadura. La situación implicaría, por consiguiente, la dictadura del campesinado, aunque se realizara con participación de los obreros.
Esto es precisamente lo que Lenin decía algunas veces. En la Conferencia de Estocolmo, por ejemplo, refutando los argumentos de Plejánov, que se había manifestado contra la “utopía” de la toma del poder, Lenin declaró: “¿Qué programa estamos discutiendo? El programa agrario. ¿Quién asumirá la toma del poder según este programa? El campesinado revolucionario”.
¿Acaso mezcla Lenin el poder del proletariado con este campesinado? No, responde, refiriéndose a sus propias consignas. Lenin diferencia completamente el poder socialista del proletariado del poder democrático burgués del campesinado. “¡Pero vamos a ver!”, exclama, “¿acaso es posible una revolución campesina sin la toma del poder por el campesinado revolucionario?”. En esta fórmula polémica, Lenin revela con particular claridad la vulnerabilidad de su posición.
El campesinado está disperso sobre la superficie de un país inmenso cuyos puntos de reunión son las ciudades. El campesinado es incapaz de formular por sí mismo sus propios intereses, ya que sus intereses tienen, en cada distrito, un aspecto distinto. El vínculo económico entre las provincias está dado por el mercado y por los ferrocarriles, pero uno y otros están en manos de las ciudades. Tratando de emanciparse de las limitaciones de la aldea y de generalizar sus propios intereses, el campesinado cae ineluctablemente bajo la dependencia de la ciudad. Por último, el campesinado también es heterogéneo en sus relaciones sociales: la capa de los kulaks intenta, lógicamente, arrastrarlo a una alianza con la burguesía de las ciudades, mientras que las capas de campesinos pobres se inclinan hacia los trabajadores urbanos. En estas condiciones, el campesinado como tal es completamente incapaz de conquistar el poder.
Cierto que en la China antigua hubo revoluciones que llevaron al poder al campesinado o, más exactamente, que otorgaron el poder a los jefes militares de las sublevaciones campesinas. Esto condujo cada vez a un nuevo reparto de la tierra y a la instauración de una nueva dinastía “campesina”; una vez se llegaba a este punto, la historia volvía a comenzar por el principio. La nueva concentración de la tierra, la nueva aristocracia, el nuevo sistema de usura provocaban una nueva sublevación. Mientras la revolución conserve su carácter puramente campesino, la sociedad es incapaz de escapar de este círculo vicioso.
Esta es la base de la historia antigua de Asia, incluyendo la historia rusa antigua. En Europa, desde el comienzo de la decadencia de la Edad Media, cada sublevación campesina victoriosa llevaba al poder, no a un gobierno campesino, sino a un partido urbano de izquierda. Una sublevación campesina resultaba victoriosa exactamente en la misma medida en que lograba reforzar la posición de la sección revolucionaria de la población urbana. En la Rusia burguesa del siglo XX no podría ni hablarse de la toma del poder por el campesinado revolucionario.

 

Lenin y la burguesía liberal

 

La actitud respecto a la burguesía liberal era, como se ha dicho más arriba, la piedra de toque en la diferenciación entre los revolucionarios y los oportunistas en las filas de la socialdemocracia. ¿Cuál sería el carácter del futuro gobierno provisional revolucionario? ¿Ante qué tareas se encontraría? ¿En qué orden? Estas cuestiones importantísimas no podían plantearse correctamente sino en base al carácter fundamental de la política del proletariado, y el carácter de esta política estaba a su vez determinado ante todo por la actitud respecto a la burguesía liberal.
Plejánov, de manera evidente y cobarde, cerraba obstinadamente los ojos ante la conclusión fundamental de la historia política del siglo XIX: cada vez que el proletariado avanza como fuerza independiente, la burguesía se refugia en el campo de la contrarrevolución; y cuanta más audacia despliegan las masas en su lucha, tanto más rápida es la degeneración reaccionaría del liberalismo. Nadie ha podido hasta ahora inventar un medio eficaz para detener los efectos de la ley de la lucha de clases.
“Debemos buscar el apoyo de los partidos no proletarios”, repetía Plejánov durante los años de la primera revolución, “y no repelerlos con acciones sin tacto”. Con monótonos sermones de esta especie, el filósofo del marxismo demostraba que la dinámica viva de la sociedad le resultaba inaccesible. Las “faltas de tacto” pueden repeler a un intelectual, susceptible como individuo. A las clases y los partidos los repelen los intereses sociales. “Puede decirse con seguridad”, respondía Lenin a Plejánov, “que los liberales y los terratenientes perdonarán millones de ‘faltas de tacto’, pero no perdonarán un solo intento de quitarles la tierra”. Y no tan sólo los terratenientes. Las cumbres de la burguesía están unidas a los terratenientes por la unidad de intereses de propiedad, y, más estrechamente, por el sistema bancario. Las eminencias de la pequeña burguesía y de la intelligentsia dependen material y moralmente de los propietarios grandes y medianos. Temen el movimiento independiente de las masas.
Sin embargo, para derrocar al zarismo, era preciso llevar a varias decenas de millones de oprimidos a un asalto revolucionario heroico, abnegado, que no se detuviera ante nada. Las masas sólo pueden levantarse por la insurrección, bajo la bandera de sus propios intereses y, por consiguiente, con un espíritu de irreconciliable hostilidad hacia las clases explotadoras, empezando por los terratenientes. La “repulsión” de la burguesía opositora respecto a los obreros y los campesinos revolucionarios era pues una ley inmanente a la revolución misma, y no podía evitarse con recursos diplomáticos ni con “tacto”.
Cada mes que pasaba confirmaba la apreciación leninista del liberalismo. En contra de las esperanzas de los mencheviques, los kadetes3 no sólo no estaban dispuestos a ocupar su puesto en cabeza de la revolución “burguesa” sino que, por el contrario, descubrían cada vez más en la lucha contra ella su misión histórica.
Después del aplastamiento de la sublevación de diciembre, los liberales, que ocupaban la primera fila política en la efímera Duma, intentaron con todas sus energías justificarse ante la monarquía y disculparse por la poca firmeza de su conducta contrarrevolucionaria en otoño de 1905, cuando el peligro amenazaba los más sagrados puntales de la “cultura”. El jefe de los liberales, Milyukov, que mantenía negociaciones secretas con el Palacio de Invierno, demostró perfectamente, en la prensa, que, a finales de 1905, los kadetes no podían aparecer siquiera ante las masas. “Los que ahora censuran al partido [kadete]” escribía, “porque no protestó, en su momento, organizando asambleas contra las ilusiones revolucionarias del trotskismo... sencillamente no comprenden, o no recuerdan, el clima que reinaba entonces en las reuniones democráticas públicas durante las asambleas”. Por “ilusiones del trotskismo”, el jefe liberal entendía la política independiente del proletariado, que atrajo a los sóviets las simpatías de las capas más bajas de las ciudades, de los soldados, de los campesinos y de todos los oprimidos, y que, por esto mismo, provocaba la repulsión de la “sociedad culta”.
La evolución de los mencheviques se desarrolló en líneas paralelas. Cada vez con mayor frecuencia tenían que justificarse ante los liberales por haber formado bloque con Trotsky en 1905. Las explicaciones de Mártov, el talentoso publicista de los mencheviques, se resumían en que era necesario hacer concesiones a las “ilusiones revolucionarias” de las masas.
En Tiflis, los agrupamientos políticos se formaron sobre la misma base de principios qué en Petersburgo. “Aplastar la reacción para obtener y consolidar la Constitución”, escribía Jordania, el jefe de los mencheviques del Cáucaso, “dependerá de la unificación consciente y de los esfuerzos hacia un mismo objetivo de las fuerzas del proletariado y de la burguesía... Cierto que el campesinado se verá arrastrado al movimiento, al que dará un carácter elemental, pero el papel decisivo lo desempeñarán sin embargo estas dos clases, mientras que el movimiento agrario les llevará el agua a su molino”.
Lenin se burlaba de los temores de Jordania en relación a que una política irreconciliable frente a la burguesía condenara a la impotencia a los obreros. “Jordania discute la cuestión de un posible aislamiento del proletariado en el curso de un vuelco democrático, y se olvida... del campesinado. Entre todos los aliados posibles del proletariado sólo conoce y flirtea con los terratenientes liberales. ¡Y no conoce a los campesinos! ¡Y eso en el Cáucaso!...”.
Las refutaciones de Lenin, aunque correctas en esencia, simplifican el problema en un punto. Jordania no había “olvidado” al campesinado, ni, como la insinuación del mismo Lenin deja adivinar, podía olvidarlo en el Cáucaso, donde, en aquel tiempo, el campesinado estaba rebelándose tumultuosamente bajo la bandera de los mencheviques. Jordania, sin embargo, no veía en el campesinado tanto a un aliado político como un ariete histórico que podía y debía ser utilizado por la burguesía aliada con el proletariado. No creía que el campesinado pudiera convertirse en una fuerza dirigente o siquiera independiente en la revolución, y en esto no se equivocaba; pero tampoco creía que el proletariado pudiera conducir a la victoria la sublevación campesina, y éste era su fatal error. La teoría menchevique de alianza del proletariado y la burguesía significaba en realidad el sometimiento de los obreros y los campesinos a los liberales. El utopismo reaccionario de este programa venía determinado por el hecho de que el avanzado grado de desmembramiento de las clases paralizaba por anticipado a la burguesía como factor revolucionario. En esta cuestión fundamental, eran los bolcheviques los que tenían razón en toda la línea: tras una alianza con la burguesía liberal, los socialdemócratas se verían conducidos inevitablemente a oponerse al movimiento revolucionario de los obreros y los campesinos. En 1905, los mencheviques no tenían aún el valor suficiente para sacar todas las conclusiones necesarias de su teoría de la revolución “burguesa”. En 1917, llevaron sus ideas hasta su conclusión lógica, y se partieron la cabeza.
En la cuestión de la posición respecto a los liberales, Stalin, durante los años de la primera revolución, estuvo al lado de Lenin. Hay que decir que, en aquel período, incluso la mayoría de los mencheviques de base estaba más próxima a Lenin que a Plejánov en lo relativo a la burguesía opositora. Una actitud despectiva hacia los liberales era parte integrante de la tradición literaria del radicalismo intelectual. Pero en vano nos esforzaríamos por encontrar alguna contribución independiente de Koba a esta cuestión, un análisis de las relaciones sociales en el Cáucaso, argumentos nuevos o tan siquiera una nueva manera de formular los viejos. Jordania, el líder de los mencheviques del Cáucaso, era mucho más independiente respecto a Plejánov que Stalin respecto a Lenin. “En vano intentan los señores liberales” escribía Koba tras el 9 de enero, “salvar el trono tambaleante del zar. ¡En vano tienden al zar una mano salvadora! Las masas populares sublevadas se disponen a la revolución y no a reconciliarse con el zar... Sí, señores, vuestros esfuerzos son en vano. La Revolución Rusa es inevitable, tan inevitable como que salga el sol. ¿Podéis impedir al sol que salga? ¡Ahí está la cuestión!” Y así todo. Koba era incapaz de alcanzar un nivel más alto. Dos años y medio más tarde, imitando a Lenin casi literalmente, escribía: “La burguesía liberal rusa es contrarrevolucionaria. No podría ser la fuerza motriz, ni, mucho menos, el líder de la revolución. Es el enemigo jurado de la revolución, y debe librarse una lucha tenaz contra ella”. Sin embargo, precisamente alrededor de este problema fundamental Stalin iba a sufrir una metamorfosis total durante los diez años siguientes. Durante la Revolución de Febrero de 1917 se mostró partidario de hacer bloque con la burguesía liberal y, por consiguiente, como campeón de la unificación de mencheviques y bolcheviques en un solo partido. Tan sólo la llegada de Lenin del extranjero puso fin bruscamente a la política independiente de Stalin, a la que calificaba de burla del marxismo.

 

El campesinado y el socialismo

 

Los narodnikis consideraban a los obreros y a los campesinos simplemente como “trabajadores” y “explotados”, interesados por igual en el socialismo. Los marxistas consideraban al campesino como un pequeño burgués, capaz de convertirse en socialista tan sólo en la medida en que, material o espiritualmente, deja de ser un campesino. Los narodnikis, con su sentimentalismo característico, veían en esta caracterización sociológica una condena moral del campesinado.
Fue en esta línea que durante dos generaciones se libró la lucha principal entre las tendencias revolucionarias de Rusia. Para la comprensión de las futuras divergencias entre el estalinismo y el trotskismo, es preciso subrayar una vez más que Lenin, conforme a toda la tradición marxista, ni por un instante consideró al campesinado como un aliado socialista del proletariado. Al contrario: para él, la imposibilidad de la revolución socialista en Rusia se deducía precisamente del colosal predominio del campesinado. Esta concepción se encuentra en todos aquellos de sus artículos que se refieren, directa o indirectamente, a la cuestión agraria. “Sostenemos el movimiento del campesinado”, escribía Lenin en septiembre de 1905, “en la medida en que es un movimiento democrático revolucionario. Estamos dispuestos (ahora, de inmediato) a entrar en combate contra él en la medida en que se muestre reaccionario, antiproletario. Toda la sustancia del marxismo se encuentra en esta doble tarea (…)”. Lenin veía al aliado socialista en el proletariado occidental y, en parte, en los elementos semiproletarios de la aldea rusa, pero en ningún caso en el campesinado como tal. “Sostenemos del comienzo al fin, con todos los medios, incluida la confiscación”, repetía con su insistencia característica, “al campesino en general contra el terrateniente, y después (y ni siquiera después, sino al mismo tiempo) sostenemos al proletariado contra el campesino en general”.
“El campesinado vencerá en el curso de la revolución democrática burguesa”, escribía en marzo de 1906, “y de esta manera agotará completamente su espíritu revolucionario. El proletariado vencerá en el curso de la revolución democrática burguesa, y de esta manera desplegará verdaderamente su genuino espíritu revolucionario socialista”. “El movimiento del campesinado”, repetía en mayo del mismo año, “es el movimiento de una clase distinta, no es una lucha contra las bases del capitalismo, sino orientada a barrer todos los residuos del sistema feudal”.
Este punto de vista puede encontrarse en Lenin de artículo en artículo, de año en año, de volumen en volumen. El lenguaje y los ejemplos varían; la idea fundamental es siempre la misma. No podía ser de otro modo. Si Lenin hubiera visto en el campesinado a un aliado socialista, no hubiera tenido el menor motivo para insistir en el carácter burgués de la revolución y circunscribir “la dictadura del proletariado y el campesinado” a los estrechos límites de unas tareas puramente democráticas. En los casos en que Lenin acusaba al autor de estas líneas de “subestimar” al campesinado, no se refería en absoluto a mi negativa a reconocer las tendencias socialistas del campesinado, sino, por el contrario, a mi reconocimiento inadecuado —según el punto de vista de Lenin— de la independencia democrática burguesa del campesinado, de su capacidad de crear su propio poder impidiendo con ello la instauración de la dictadura socialista del proletariado.
La reconsideración de esta cuestión no volvió a ponerse sobre la mesa sino en los años de la reacción termidoriana, cuyo inicio coincidió aproximadamente con la enfermedad y muerte de Lenin. A partir de entonces, se proclamó que la alianza de los obreros y los campesinos rusos era en sí misma una garantía suficiente contra los peligros de restauración y una prenda inmutable de la realización del socialismo dentro de los límites de la Unión Soviética. Al reemplazar la teoría de la revolución internacional por la teoría del socialismo en un solo país, Stalin se puso a designar la evaluación marxista del papel del campesinado bajo el término de “trotskismo”, y no sólo en relación al presente, sino a todo el pasado también.
Es admisible, naturalmente, plantear la cuestión de si el punto de vista marxista clásico sobre el papel del campesinado ha demostrado o no ser erróneo. Este tema nos llevaría mucho más allá de los límites de este estudio. Basta con constatar aquí que el marxismo nunca ha dado a su estimación del campesinado como clase no socialista un carácter absoluto y estático. El mismo Marx decía que el campesino no sólo tenía supersticiones, sino también capacidad de razonar. El régimen de dictadura del proletariado abrió posibilidades muy amplias de influir sobre el campesinado y reeducarlo. La historia no ha agotado aún los límites de estas posibilidades.
Sin embargo, queda ya claro que el papel cada vez más importante de la coerción estatal en la URSS no ha refutado, sino que, fundamentalmente, ha confirmado la posición respecto al campesinado que distinguía a los marxistas rusos de los narodniki. Sin embargo, cualquiera que sea hoy la situación en este terreno después de veinte años del nuevo régimen, sigue siendo indudable que, hasta la Revolución de Octubre, o, más exactamente, hasta 1924, no hubo nadie en el campo marxista —y menos Lenin que cualquier otro— que viera en el campesinado un factor socialista de desarrollo. Sin la ayuda de la revolución proletaria en Occidente, repetía Lenin, la restauración es inevitable. No se equivocaba: la burocracia estalinista no es otra cosa que la primera fase de la restauración burguesa en Rusia.

 

La revolución permanente

 

Hemos analizado hasta aquí los puntos de partida de las dos fracciones fundamentales de la socialdemocracia rusa. Pero desde el amanecer de la primera revolución se había formulado una tercera posición. Nos vemos obligados a exponerla ahora con toda la amplitud necesaria, no sólo porque encontró una confirmación en el curso de los acontecimientos de 1917, sino, sobre todo, porque siete años después de la Revolución de Octubre esta concepción, tras haber sido desvirtuada de arriba a abajo, se puso a desempeñar un papel totalmente imprevisto en la evolución de la política de Stalin y de la burocracia rusa en su conjunto.
A comienzos de 1905, se publicó en Ginebra un folleto de Trotsky. Este folleto contenía un análisis de la situación política tal como se presentaba en invierno de 1904. El autor llegaba a la conclusión de que la campaña independiente de los liberales de peticiones y banquetes había agotado todas sus posibilidades; de que la intelligentsia radical, que había puesto en los liberales todas sus esperanzas, había llegado junto con ellos a un callejón sin salida; de que el movimiento campesino estaba creando condiciones propicias de victoria, pero era incapaz de asegurarla; de que no podía llegarse a una solución decisiva más que con el levantamiento armado del proletariado, y de que la fase siguiente en esta vía seria la huelga general. El folleto se titulaba Antes del 9 de enero, porque había sido escrito antes del Domingo Sangriento de Petersburgo. La poderosa oleada de huelgas que se desencadenó después de esa fecha, junto con los conflictos armados iniciales que la acompañaron, eran una confirmación indiscutible del pronóstico estratégico del folleto.
El prefacio de mi trabajo lo había escrito Parvus, un emigrado ruso que por entonces había logrado convertirse en un escritor alemán eminente. La personalidad de Parvus estaba dotada de un don creador excepcional, y era tan capaz de verse influenciado por las ideas de los demás como de enriquecer a los demás con sus ideas. Le faltaban el equilibrio interior y el suficiente amor al trabajo para ofrecer al movimiento obrero una contribución digna de su talento como pensador y como escritor. Ejerció una indudable influencia sobre mi desarrollo personal, en particular en lo referente a la comprensión socialista revolucionaria de nuestra época. Algunos años antes de nuestro primer encuentro, Parvus había defendido apasionadamente la idea de una huelga general en Alemania. Pero como el país atravesaba una prolongada crisis industrial, la socialdemocracia se había adaptado al régimen de los Hohenzollern, y la propaganda revolucionaria de un extranjero no encontraba más que una indiferencia irónica. Cuando leyó, dos días después de los acontecimientos sangrientos de Petersburgo, mi folleto, aún manuscrito, Parvus se vio seducido por la idea del papel excepcional que el proletariado de la atrasada Rusia estaba destinado a desempeñar.
Los pocos días que pasamos juntos en Munich estuvieron dedicados a conversaciones que a los dos nos sirvieron para clarificar muchas cosas, y que nos acercaron personalmente el uno al otro. El prefacio a mi folleto, escrito en aquella época por Parvus, ha pasado a formar parte de la historia de la Revolución Rusa. En unas pocas páginas iluminó las particularidades sociales de la atrasada Rusia que, desde luego, ya se conocían antes pero de las que nadie había sacado las conclusiones necesarias.
“El radicalismo político de Europa Occidental”, escribía Parvus, “se apoyaba en su origen —es un hecho conocido— en la pequeña burguesía, es decir, en los artesanos y, en general, en la parte de la burguesía que había sido tocada por el desarrollo industrial pero que, al mismo tiempo, se veía expoliada por la clase capitalista (…) En Rusia, durante el período precapitalista, las ciudades se desarrollaron más según el modelo chino que según el europeo. Eran centros de funcionarios, con un carácter puramente administrativo, sin la menor significación política, y, en lo concerniente a las relaciones económicas, servían de centros comerciales, de bazares, para su entorno de terratenientes y campesinos. Su desarrollo era insignificante todavía cuando irrumpió el proceso capitalista, que comenzó a crear ciudades siguiendo su propio modelo, es decir, ciudades fabriles y centros del comercio mundial (...) El mismo elemento que obstaculizó el avance de la democracia pequeñoburguesa favoreció la conciencia de clase del proletariado ruso, es decir, el débil desarrollo de las formas de producción artesanales. El proletariado se concentró inmediatamente en las fábricas (...)
“Las masas campesinas se verán arrastradas al movimiento en proporción siempre creciente. Pero sólo son capaces de aumentar la anarquía política del país, debilitando así al gobierno; no podrían constituir ningún ejército revolucionario sólidamente cohesionado. Por lo tanto, con el desarrollo de la revolución, una parte cada vez mayor del trabajo político será incumbencia del proletariado, y, al mismo tiempo, su conciencia política irá ampliándose, su energía política aumentará (…)
“La socialdemocracia se encontrará ante este dilema: o asumir la responsabilidad del gobierno provisional, o mantenerse al margen del movimiento obrero. Los trabajadores considerarán a este gobierno como su gobierno, independientemente de cómo se comporte la socialdemocracia... El vuelco revolucionario no puede ser, en Rusia, más que obra del proletariado. El gobierno provisional revolucionario será en Rusia el gobierno de una democracia obrera. Si la socialdemocracia se pone a la cabeza del movimiento revolucionario del proletariado ruso, ese gobierno será entonces socialdemócrata (…) El gobierno provisional socialdemócrata no podrá realizar un vuelco socialista en Rusia, pero el mismo proceso de liquidación de la autocracia y la instauración de una república democrática proporcionará un terreno muy fértil para su trabajo”.

Volví a encontrarme con Parvus, esta vez en Petersburgo, en el tumulto de los acontecimientos revolucionarios de otoño de 1905. Manteniendo una independencia organizativa respecto a las dos fracciones, publicamos juntos un diario obrero de masas —el Russkoie Slovo— y, en coalición con los mencheviques, un gran diario político —Natchalo—. La teoría de la revolución permanente se ha asociado habitualmente a los nombres de “Parvus y Trotsky”. Sólo es parcialmente exacto. El período del apogeo revolucionario de Parvus corresponde a fines del pasado siglo, cuando se encontraba en cabeza de la lucha contra el “revisionismo”, es decir, contra la desviación oportunista de la teoría de Marx. El fracaso de las tentativas de empujar a la socialdemocracia alemana hacia la vía de una política más resuelta, minó su optimismo. Ante la perspectiva de la revolución socialista en Occidente, Parvus empezó a reaccionar con reservas cada vez más. En esa época consideraba que “el gobierno provisional socialdemócrata no podrá realizar un vuelco socialista en Rusia”. Sus pronósticos, por consiguiente, no señalaban la transformación de la revolución democrática en revolución socialista, sino tan sólo la instauración en Rusia de un régimen de democracia obrera de tipo australiano, en el que sobre la base de un sistema de economía agrícola se había establecido por primera vez un gobierno laborista que no rebasaba el marco de un régimen burgués.
Yo no compartía sus opiniones en cuanto a esta conclusión. La democracia australiana, que se había desarrollado orgánicamente sobre la tierra virgen de un continente nuevo, asumió en seguida un carácter conservador y subordinó a ella a un proletariado joven pero absolutamente privilegiado. La democracia rusa, por el contrario, sólo podía florecer como resultado de una grandiosa conmoción revolucionaria cuya dinámica no permitiría al gobierno obrero, en ningún caso, permanecer en el marco de la democracia burguesa. Nuestras divergencias, que empezaron poco después de la revolución de 1905, desembocaron en una total ruptura a comienzos de la guerra, cuando Parvus, en quien el escéptico había aniquilado al revolucionario, se colocó al lado del imperialismo alemán, convirtiéndose más tarde en consejero e inspirador del primer presidente de la República alemana, Ebert.
Tras haber empezado con el folleto Antes del 9 de marzo, volví más de una vez al desarrollo y justificación de la teoría de la revolución permanente. Dada la importancia adquirida más tarde por esta teoría en la evolución ideológica del héroe de esta biografía, se me hace necesario presentarla aquí citando con exactitud mis trabajos de 1905 y 1906.
“El conjunto de población de una ciudad moderna, al menos en el caso de las ciudades con una importancia económica y política, lo constituye la clase, netamente diferenciada, de los trabajadores asalariados. Es precisamente esta clase, esencialmente desconocida durante la revolución francesa, la que está destinada a desempeñar un papel decisivo en nuestra revolución. (…) En un país más atrasado económicamente, el proletariado puede tomar el poder antes que en un país capitalista avanzado. Pretender establecer una especie de dependencia automática de la dictadura proletaria respecto a las fuerzas técnicas y a los recursos de un determinado país es un prejuicio que se deriva de un materialismo ‘económico’ simplificado al máximo. Semejante punto de vista no tiene nada en común con el marxismo. Aunque las fuerzas productivas de la industria estuvieran diez veces más desarrolladas en los Estados Unidos que en nuestro país, el papel político del proletariado ruso, su influencia próxima sobre la política mundial, son incomparablemente mayores que el papel y la importancia del proletariado americano.
“La revolución rusa, en nuestra opinión, creará las condiciones en las que el poder pueda (y, con la victoria de la revolución, deba) pasar a manos del proletariado antes de que los políticos del liberalismo burgués encuentren ocasión de desarrollar plenamente su genio de hombres de Estado... La burguesía rusa está cediendo al proletariado todas las posiciones revolucionarias. También tendrá que ceder la dirección revolucionaria del campesinado. El proletariado en el poder aparecerá ante el campesinado como una clase emancipadora (…) El proletariado, apoyándose en el campesinado, se esforzará, con todos los medios a su alcance, en elevar el nivel cultural de la aldea y en desarrollar la conciencia política del campesinado (…) Pero ¿no puede quizá el mismo campesinado superar al proletariado y ocupar su lugar? Es imposible. Toda la experiencia histórica se levanta contra semejante suposición. Demuestra que el campesinado es completamente incapaz de desempeñar un papel político independiente (…) De acuerdo con lo dicho, nuestra manera de enfocar la idea de la ‘dictadura del proletariado y el campesinado’ está clara. La esencia de la cuestión no está en saber si la consideramos admisible en principio, en si creemos deseable o indeseable esta forma de cooperación. La consideramos irrealizable, al menos en un sentido directo e inmediato”.
Este pasaje demuestra ya hasta qué punto es errónea la afirmación, repetida más tarde hasta la saciedad, de que la concepción aquí expuesta “salte por encima de la revolución burguesa”. “La lucha por la renovación democrática de Rusia”, escribí en aquella época, “ha alcanzado su pleno desarrollo y está conducida por fuerzas que se desenvuelven sobre la base del capitalismo. Está dirigida, directamente y ante todo, contra los obstáculos feudales que obstruyen la vía de desarrollo de la sociedad capitalista”.
Sin embargo, la pregunta era: ¿Qué fuerzas y qué métodos son capaces, precisamente, de eliminar esos obstáculos? “Podemos poner punto final a las cuestiones que plantea la revolución afirmando que la nuestra es burguesa por sus fines objetivos y en consecuencia por sus resultados inevitables. Corremos entonces el peligro de cerrar los ojos ante el hecho de que el principal agente de esta revolución burguesa es el proletariado, y de que todo el proceso de la revolución empujará a éste al poder (...) Podemos tranquilizamos con la idea de que las condiciones sociales de Rusia no están maduras todavía para una economía socialista, y negarnos así a considerar el hecho de que el proletariado, una vez en el poder, se verá inevitablemente empujado, por la misma lógica de su situación, a introducir una economía controlada por el Estado (...) El mismo acto de entrar al gobierno no como huéspedes impotentes sino como fuerza dirigente permitirá a los representantes del proletariado quebrar los límites entre el programa mínimo y el máximo, es decir, poner el colectivismo a la orden del día. En qué punto se detendrá el proletariado dependerá de la relación de fuerzas, no de las intenciones originales de su partido (...)
“Pero no es demasiado pronto para plantearse este problema: ¿debe inevitablemente restringirse a los límites de la revolución burguesa la dictadura del proletariado? ¿No puede plantearse, sobre las bases histórico-mundiales existentes, alcanzar la victoria rompiendo esos límites? (...) De una cosa podemos estar seguros: sin la ayuda directa del proletariado europeo la clase obrera de Rusia no podrá permanecer en el poder ni convertir su gobierno tmporal en una dictadura socialista prolongada…”. De aquí, sin embargo, no se desprende en absoluto un pronóstico pesimista: “La emancipación política encabezada por la clase obrera de Rusia la eleva como dirigente a alturas históricas sin precedentes, le otorga fuerzas y recursos locales y la convierte en pionera de la liquidación mundial del capitalismo, para la que la historia creó todos los requisitos objetivos necesarios…”.
Respecto a la medida en que la socialdemocracia internacional fuera capaz de cumplir su papel revolucionario, escribía en 1906: “Los partidos socialistas europeos —y ante todo el más poderoso de ellos, el partido alemán— están todos aquejados de conservadurismo. A medida que masas cada vez mayores se incorporan al socialismo y que aumentan la organización y la disciplina de estas masas, ese conservadurismo aumenta también. Por esto la socialdemocracia, como organización que encarna la experiencia política, puede, en un momento dado, convertirse en un obstáculo directo en la vía del conflicto abierto entre los obreros y la reacción burguesa...”. En la conclusión de mi análisis expresaba, sin embargo, la seguridad en que “la revolución en el Este de Europa dotará de idealismo revolucionario al proletariado de Occidente y engendrará en él el deseo de hablar ‘en ruso’ a su enemigo...”.
Recapitulemos. El narodnismo, siguiendo la huella de los eslavófilos, nació de ilusiones acerca de las vías totalmente originales que seguiría el desarrollo de Rusia, al margen del capitalismo y de la república burguesa. El marxismo de Plejánov se esforzó en demostrar la identidad de principio entre las vías históricas de Rusia y Occidente. El programa derivado de ahí ignoró las particularidades, reales y en absoluto místicas, de la estructura social de Rusia y de su desarrollo revolucionario. La actitud de los mencheviques ante la revolución, abstracción hecha de incrustaciones episódicas y desviaciones individuales, puede resumirse así: la victoria de la revolución burguesa sólo es concebible bajo la dirección de la burguesía liberal, y debe poner el poder en sus manos. El régimen democrático permitirá entonces al proletariado ruso alcanzar a sus hermanos mayores de Occidente en la vía de la lucha por el socialismo, con posibilidades de éxito incomparablemente mayores que antes.
La perspectiva de Lenin puede exponerse brevemente del modo siguiente: la retrasada burguesía de Rusia es incapaz de consumar su propia revolución La victoria completa de la revolución mediante la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado” depurará al país de residuos medievales, imprimirá al desarrollo del capitalismo ruso el ritmo del capitalismo americano, reforzará al proletariado de la ciudad y del campo, y abrirá amplias posibilidades a la lucha por el socialismo. Por otra parte, la victoria de la revolución rusa dará un poderoso impulso a la revolución socialista de Occidente, la cual no sólo protegerá a Rusia de los peligros de restauración, sino que también permitirá al proletariado ruso lograr la conquista del poder en un plazo histórico relativamente breve.
La perspectiva de la revolución permanente puede resumirse como sigue: la victoria completa de la revolución democrática en Rusia sólo puede concebirse bajo la forma de una dictadura del proletariado apoyado sobre el campesinado. La dictadura del proletariado, que inevitablemente pondrá a la orden del día no sólo tareas democráticas, sino también tareas socialistas, dará al mismo tiempo un poderoso impulso a la revolución socialista internacional. Sólo la victoria del proletariado de Occidente garantizará a Rusia contra una restauración burguesa y le proporcionará la posibilidad de llevar a cabo la edificación socialista.
Estas fórmulas concisas revelan, con igual claridad, tanto la homogeneidad de las dos últimas concepciones en cuanto a su irreconciliable contraposición a la perspectiva liberal —menchevique—, como la diferencia esencial entre ellas respecto a la cuestión del carácter social y las tareas de la “dictadura” nacida de la revolución. La objeción, tantas veces repetida por los actuales teóricos de Moscú, de que el programa de la dictadura del proletariado era “prematuro” en 1905, está completamente desprovista de base. En un sentido empírico, el programa de la dictadura democrática del proletariado y el campesinado demostró igualmente ser “prematuro”. La relación de fuerzas, desfavorable en la época de la primera revolución, hacía imposible, no ya la dictadura del proletariado en cuanto tal, sino, en general, la victoria misma de la revolución. Sin embargo, todas las tendencias revolucionarias tenían la esperanza de una victoria completa: sin esta esperanza, la lucha revolucionaria hubiera sido imposible. Las diferencias se referían a las perspectivas generales de la revolución y a la estrategia que de ellas se derivaba. La perspectiva de los mencheviques era completamente errónea. Llevaba al proletariado por un camino totalmente equivocado. La perspectiva de los bolcheviques era incompleta: señalaba correctamente la dirección general de la lucha, pero caracterizaba incorrectamente sus etapas. La insuficiencia de la perspectiva de los bolcheviques no se reveló ya en 1905 por la sencilla razón de que la revolución misma no conoció un desarrollo más amplio. Pero a principios de 1917, Lenin se vio obligado, en lucha directa contra los cuadros más viejos del partido, a cambiar de perspectiva.
Un pronóstico político no puede pretender la misma exactitud que un pronóstico astronómico. Resulta satisfactorio sólo con que señale correctamente la línea general de desarrollo y permita orientarse en la dirección del proceso real de los acontecimientos, cuya línea fundamental habrá de desviarse inevitablemente a derecha o izquierda. En este sentido, no es posible dejar de reconocer que la concepción de la revolución permanente ha soportado con éxito la prueba de la historia. Durante los primeros años del régimen soviético nadie lo negaba. Al contrario: el hecho se reconocía en numerosas publicaciones oficiales. Pero cuando, en las cumbres apacibles y fosilizadas de la sociedad soviética, estalló la reacción burocrática contra Octubre, estuvo dirigida desde el comienzo contra esta teoría que, de forma más completa que ninguna otra, reflejaba la primera revolución proletaria de la historia, y al mismo tiempo revelaba claramente su carácter parcial, incompleto y limitado. Así fue como nació, por reacción, la teoría del socialismo en un solo país, el dogma fundamental del estalinismo.

En la madrugada del 8 de noviembre fuerzas de élite de la gendarmería marroquí han asaltado y destruido el campamento de Gdim Izik, establecido a 15 kilómetros de El Aaiún, donde más de 20.000 saharauis protestaban ante la situación de miseria y opresión a la que les somete el régimen dictatorial de Mohammed VI.
Ante las noticias de la operación policial, la población de El Aaiún se echó a las calles en defensa de sus compatriotas. A primera hora de la mañana, en los barrios populares de la ciudad se habían levantado barricadas, y a lo largo del día se sucedieron manifestaciones, que alcanzaron su máxima intensidad cuando los desalojados del campamento consiguieron llegar a El Aaiún.
Hoy, 9 de noviembre, continúa la represión salvaje contra la población saharaui. El número de muertos supera la decena, los detenidos se acercan al millar, y 150 jóvenes del campamento se encuentran desaparecidos. Policías de paisano están asaltando casas de saharauis, destrozando sus pertenencias, y en muchos casos matando al ganado. Para incrementar aún más este clima de terror, la policía instiga a grupos de colonos marroquíes a participar en los asaltos y saqueos, en un intento desesperado de enfrentar a trabajadores de la comunidad saharaui y la comunidad marroquí, y evitar que unan sus fuerzas contra el régimen dictatorial que les oprime a todos ellos por igual.
Con este brutal asalto y el desencadenamiento del terror, el gobierno marroquí intenta aplastar de raíz lo que es, probablemente, la mayor acción de protesta de la población saharaui desde la retirada del poder colonial español en 1975.
El campamento de Gdim Izik surgió a principios de octubre como iniciativa de un grupo de algunas decenas de jóvenes que reclamaban a las autoridades puestos de trabajo, vivienda y el fin del expolio de las riquezas naturales del Sahara. Estas reivindicaciones calaron con tal rapidez entre los saharauis que en apenas tres semanas el número de acampados ascendió a más de 20.000. La vida en El Aaiún quedó semiparalizada debido a la enorme afluencia de gente al campamento, a pesar de los obstáculos establecidos por las fuerzas represivas marroquíes: cerco al campamento con un muro y un foso, controles policiales en la carretera de acceso (en uno de los cuales fue asesinado el joven Nayem el Gareh el pasado 24 de octubre), prohibición de llevar alimentos, etc.
El eco alcanzado por esta protesta y el apoyo generalizado que ha recibido, alarmó sobremanera al régimen marroquí. Después de la tregua acordada con la guerrilla del Frente Polisario en 1991, el régimen marroquí había sido capaz de mantener la tranquilidad necesaria para saquear sistemáticamente las riquezas naturales del Sahara: la pesca y, sobre todo, la explotación de la mina de fosfatos de Bukraa, la mayor mina de fosfatos del mundo, con unas reservas de mineral calculadas en 10.000 millones de toneladas, y que constituye la mayor fuente de ingresos de la monarquía marroquí. Ni siquiera el levantamiento de 2005, la llamada Intifada Saharaui, había conseguido forzar un cambio en el rumbo del régimen.
Pero a día de hoy, cuando las políticas de recorte del escaso gasto social, el paro masivo, los salarios de miseria, etc. golpean duramente a toda la población de Marruecos, el ejemplo del campamento saharaui era intolerable para el gobierno despótico de Mohammed VI.
Sin duda, los apoyos recibidos por los acampados en los últimos días de Octubre encendieron todas las alarmas en los despachos oficiales de Rabat. El día 27 se presentaron en el campamento los trabajadores de Fos Bukraa (la empresa marroquí que explota las minas de fosfatos, y entre cuyos accionistas se encuentran el rey y altos cargos del ejército) para dar su pleno apoyo a los acampados. Y al día siguiente visitó el campamento una delegación de Sidi Ifni, que fue recibida en el campamento con extraordinarias muestras de entusiasmo. La ciudad de Sidi Ifni, ubicada en el sur de Marruecos y cuya población es marroquí, fue uno de los bastiones de la huelga general de junio de 2008, hasta el punto de que el gobierno se vio obligado a declararla bajo estado de sitio para aplastar el levantamiento.
La perspectiva de que el ejemplo saharaui se extendiese por todo el territorio marroquí, e inspirase un movimiento de masas contra el intento de la burguesía marroquí de hacer pagar la crisis a los trabajadores, movió al gobierno de Mohammed VI a dar el paso arriesgado de aplastar el campamento. Y después de consultar a los poderes imperialistas que lo apoyan (Estados Unidos, Francia y el Estado español) para asegurar su silencio y complicidad, lanzó a sus fuerzas a aplastar salvajemente la protesta pacífica de los saharauis.
 
Ante esta situación, desde la Corriente Marxista Revolucionaria queremos manifestar:

· Nuestra plena solidaridad con la población saharaui que está siendo masacrada por el gobierno marroquí con la colaboración y complicidad del gobierno español.
· Nuestro apoyo a la lucha revolucionaria de masas, que se ha demostrado como la única vía que puede acabar con la opresión nacional y social del pueblo saharaui. Esta lucha necesita unir las fuerzas del pueblo saharaui con las fuerzas de los obreros y campesinos marroquíes para luchar juntos contra el régimen corrupto que los condena a una existencia de miseria. Sólo esta unión, basada en un programa de transformación socialista de la sociedad marroquí y en el reconocimiento de los derechos nacionales del pueblo saharaui —y en primer lugar, de su derecho a la libre autodeterminación— podrá desbaratar los intentos del régimen de Rabat para enfrentar a los trabajadores de ambas comunidades, y podrá acabar con la monarquía y el orden social que la sustenta.
· Nuestro rechazo a los “planes de paz” y conversaciones auspiciadas por el imperialismo norteamericano a través de la ONU, y a cualquier tipo de negociación con el gobierno marroquí sobre sus planes de “regionalización”. La victoria del pueblo saharaui no se va a conseguir mediante acuerdos o pactos, sino a través de lucha revolucionaria. Consideramos que la misión del Frente Polisario debe ser volcar todas sus fuerzas en mantener y extender la lucha popular, presentando un programa que una al pueblo saharaui con los trabajadores marroquíes para derrocar el régimen monárquico y garantizar los derechos de los trabajadores.
· Nuestra condena sin paliativos a la vergonzosa política del gobierno de Zapatero respecto a Marruecos. El gobierno español no sólo apoya las políticas represivas del gobierno de Marruecos, sino que autoriza la venta de armas y material represivo al ejército y la policía marroquí. La decisión del gobierno del PSOE de poner los intereses empresariales españoles en Marruecos por delante de los derechos y las vidas de la población saharaui y marroquí, es una abierta traición a sus votantes y a los principios de política internacional que el PSOE dice defender. Su actitud cobarde contrasta con la arrogancia y bravuconería con la que el gobierno de Zapatero acosa al gobierno revolucionario de Venezuela, dando por buena la infame campaña de calumnias que desde la prensa burguesa del Estado español se lanza contra Chávez.
· Por ello, exigimos al gobierno español la inmediata cancelación de todos los programas de venta de armas y material represivo a Marruecos, la condena tajante y la denuncia internacional de la represión ejercida en el Sahara, y la suspensión de cualquier tipo de relación diplomática o comercial que pueda servir para fortalecer al régimen tiránico de Mohammed VI.

 

¡Viva la lucha del pueblo saharaui!
¡Viva la lucha de los trabajadores marroquíes!
¡Retirada inmediata del ejército marroquí del territorio del Sahara!
¡Por un Sahara libre y socialista en una Federación

Socialista del Magreb!

En el contexto de la crisis económica y política que atraviesa el sistema procapitalista en Marruecos, el estallido de las revoluciones en el mundo árabe y la oleada de la lucha revolucionaria en Marruecos bajo la bandera del Movimiento 20 de Febrero, el gobierno marroquí ha decidido celebrar elecciones legislativas anticipadas el día 25 de noviembre, como una nueva maniobra política para convencer las masas de su buena fe y continuar su política de presuntas reformas.

 

La maniobra de las elecciones anticipadas

 

Como siempre, el dictador Mohamed VI ha prometido al pueblo marroquí unas elecciones justas y democráticas, una fuerte constitución parlamentaria, la no injerencia del aparato estatal en el proceso electoral, la garantía de la libertad de expresión a todos los partidos políticos —tanto los que van a participar en las elecciones como los que las van a boicotear—, así como la formación de un gobierno de la mayoría con amplios poderes, en un intento desesperado por atraer a las masas trabajadoras, conseguir un éxito en la próxima operación electoral y debilitar el Movimiento 20-F para superar su crisis.
Estas elecciones llegan en una época de revoluciones árabes y del surgimiento del Movimiento 20-F como una fuerza revolucionaria de masas hostil a los planes del régimen y a sus proyectos políticos, económicos y culturales, y contraria a la alineación de muchas fuerzas de izquierda con el régimen. Con el anuncio de elecciones anticipadas el régimen marroquí está tratando de realizar una nueva maniobra para engañar a las masas y convencerlas de la necesidad de aceptar las reformas propuestas. A pesar de todo, este proceso electoral y la política de la oligarquía marroquí están amenazados con la quiebra debido a la pérdida de confianza en el régimen y sus proclamas. Después de once años como rey de Marruecos, el apelativo de Mohamed VI como “rey de los pobres” ya no se acepta entre las masas marroquíes; a los ojos de las masas Mohamed VI se ha convertido en un enemigo y en un saqueador de la riqueza del país. El pueblo marroquí apostó durante una década a la ilusión de las reformas del joven rey, pero la continuación de la crisis del régimen y de su dictadura, el agravamiento de las contradicciones en la sociedad marroquí y la ampliación de la brecha entre la burguesía y el resto del pueblo ha conducido a transformaciones revolucionarias en el estado de ánimo de las masas y a la explosión a gran escala de la lucha de clases en Marruecos, y ha enviado a la basura las consignas del régimen reaccionario sobre la reforma, la democracia y la vida digna.
La más importante característica de la situación política marroquí es la presencia de un enorme y organizado movimiento de masas, y la presencia en las filas de los que boicotean las elecciones legislativas de partidos de izquierda —Vía Democrática, Partido Socialista Unificado (PSU) y Partido de la Vanguardia Democrática Socialista (PADS)—, además del entusiasmo por la lucha que ha impulsado la revolución árabe en la conciencia de las masas. Para tratar de beneficiarse de este despego generalizado hacia el régimen, las fuerzas fundamentalistas y reaccionarias Justicia y Caridad y los salafistas, están también defendiendo el boicot. Estos grupos tienen sus propios intereses, que no son los de los trabajadores y la mayoría de la juventud marroquí.
Este boicot de las fuerzas políticas, unido a los millones de frustrados por la política llevada por el régimen, es una amenaza real y un obstáculo para el éxito del proceso electoral. Si las anteriores elecciones legislativas se han caracterizado por la baja participación, a pesar de la estabilidad política y de que el boicot de las fuerzas políticas fue muy limitado, las elecciones del 25 de noviembre verán muy probablemente una participación bajísima del pueblo marroquí, debido al profundo arraigo del Movimiento 20-F entre las masas trabajadoras marroquíes, al peso de las fuerzas que llaman al boicot y a la falta de confianza del pueblo en el régimen y sus partidos.

El Movimiento 20-F llamó al pueblo marroquí y las fuerzas políticas que apoyan el movimiento a manifestarse el día 25 de septiembre en todas las ciudades de Marruecos, para impedir la maniobra del régimen de celebrar elecciones anticipadas para engañar a las masas y manifestar su rechazo a todas las elecciones basadas sobre la constitución otorgada. Cientos de miles de personas respondieron al llamamiento del Movimiento y salieron en manifestaciones masivas en las ciudades de Casablanca, Rabat, Tánger, etc. También se percibió por primera vez el aumento del alcance de las demandas. En las ciudades de Tánger, Tetuán, Al Hoceima y otras, los manifestantes gritaban “el pueblo quiere que caiga el régimen” en lugar de “el pueblo quiere que caiga la corrupción”. Este cambio cualitativo en el alcance de las demandas, así como la gran cantidad de participantes en las manifestaciones, muestra claramente el callejón sin salida en el que se encuentra el régimen reaccionario.
El 23 de octubre, de nuevo se repitieron las manifestaciones masivas en más de 50 ciudades marroquíes. Miles de jóvenes desempleados se unieron a las manifestaciones, en las que no faltaron carteles que bajo la foto del cadáver del depuesto coronel Gadafi advertían “Esto es lo que les ocurre a los déspotas”.
En Rabat la manifestación fue atacada con extrema dureza por la policía, y numerosos manifestantes fueron brutalmente golpeados, en una nueva demostración de la desesperación del régimen por acallar las protestas antes de la fecha de las elecciones.
La radicalización de las consignas iniciada en septiembre se ha profundizado. En Taza, Marrakech y Agadir los manifestantes demandaban acabar con la monarquía, y en Tánger, que fue la mayor de las manifestaciones, el lema principal fue “Viva la revolución de Túnez, viva la revolución de Egipto, viva la revolución de Libia, viva la revolución de Yemen, viva la revolución de Siria; queremos una revolución marroquí“.
Cabe esperar que el movimiento acelere el ritmo de la lucha en los próximos días y adopte nuevas formas de protesta con el fin de frustrar el proceso electoral de la clase dominante en Marruecos.

 

Los partidos de izquierda

 

El llamamiento de los partidos Vía Democrática, PSU y PADS a boicotear las elecciones es un paso cualitativo en el proceso del boicot político de las elecciones y de intentar impedir la maniobra del régimen y aislarle a las masas. A través de su apoyo al Movimiento 20-F estos partidos han ganado mucha popularidad entre los trabajadores marroquíes y han comenzado a constituir una alternativa a los partidos de izquierda tradicionales, como la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) y el Partido del Progreso y el Socialismo (PPS), que han colaborado abiertamente con la monarquía y han participado con ministros en diferentes gobiernos en los últimos años.
Pero los llamamientos de estos partidos a boicotear las elecciones se mantienen en un plano meramente formal. A pesar de la participación de Vía Democrática, PSU y PADS en el Movimiento 20-F y en la lucha del pueblo marroquí durante los últimos años, estos partidos luchan y boicotean las elecciones para conseguir únicamente demandas reformistas, que no tocan el corazón del sistema capitalista y la monarquía marroquí (la lucha para cambiar la ley electoral, la ley de los partidos, los poderes del parlamento...). Las direcciones de estos partidos están totalmente convencidas de la posibilidad de cambiar el régimen a través de la lucha en el parlamento y de solucionar las cuestiones clave de la sociedad dentro de las instituciones del régimen, y niegan, incluso en esta fase revolucionaria, el papel crucial de la lucha de los trabajadores y de todos los oprimidos, que están luchando en las calles, las fábricas, las universidades..., para acabar con la opresión y la dictadura, y para tomar el poder a favor de la clase trabajadora.

Los grupos fundamentalistas

Como hemos señalado, el movimiento Justicia y Caridad y el grupo de los salafistas decidieron también boicotear las próximas elecciones. No es la primera vez que estos grupos llaman a boicotear a las elecciones, pero en las condiciones críticas que atraviesa el régimen, el boicot de estos grupos sigue siendo influyente, a nivel cuantitativo, para aumentar la importancia del apoyo al bloque del boicot. El movimiento Justicia y Caridad busca actualmente, a través de su participación en las manifestaciones del 20-F y su llamamiento a boicotear las elecciones, hacer presión sobre el régimen con el fin de ser reconocido como un partido político oficial.

 

El bloque de los partidos participantes

 

Varios partidos de derecha y de la izquierda y los sindicatos tradicionales han llamado a la participación en las próximas elecciones, y han considerado a éstas como un hito principal para la consolidación de la democracia, el inicio de la autonomía de las instituciones y el primer paso para la fundación del primer gobierno con poderes amplios en Marruecos. En realidad este llamamiento, sobre todo el de los partidos de izquierda y los sindicatos amarillos, quedó aislado debido al rechazo de las bases sociales de estos partidos como consecuencia de la burocratización y la corrupción de las direcciones, y de su alejamiento de la lucha del pueblo marroquí. A pesar de que la USFP, el PPS y la Confederación Democrática de los Trabajadores (CDT) han sido en el pasado, sobre todo en los años de 60, 70, 80 y el inicio de los 90, un ejemplo para la lucha revolucionaria de masas, las traiciones de los dirigentes y la frustración que esos partidos provocaron al pueblo marroquí en muchas situaciones revolucionarias han conducido a una reducción significativa de su base. El número de cuadros de estos partidos no supera el número de los pasajeros de un autobús en una ciudad marroquí, lo que explica la debilidad de la influencia de estos partidos entre la clase obrera y las masas oprimidas de Marruecos, y su limitada capacidad para atraer a las masas a participar en el proceso electoral.
Falto de apoyos para hacer que su juego político sea un éxito, al régimen sólo le queda jugar sus nuevas cartas: el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD, islamista) y el Partido Autenticidad y Modernidad (PAM). El uso de un lenguaje religioso y la ausencia de corrupción en sus filas son factores claves para que el PJD pudiera atraer a un pequeño sector de los trabajadores a sus filas. Pero después de las últimas declaraciones de sus responsables contra el Movimiento 20-F este partido perdió su popularidad y se ha convertido desde el punto de vista de una buena parte de su base en una herramienta en manos del régimen.
Por su parte, el PAM ha perdido su respaldo popular antes de su primera participación en las elecciones parlamentarias, y sus pocos partidarios se han convertido en bandas aliadas con el régimen y hostiles al Movimiento 20-F y a sus militantes. El éxito de este partido en las elecciones municipales de 2009, gracias a la adhesión de muchos militantes de otros partidos a sus filas, ha desaparecido con el nacimiento del Movimiento 20-F, y su peso en la escena política de Marruecos está ahora muy debilitado, lo que explica el anuncio de su líder Fouad el Himma de que no se presentará a las próximas elecciones para responder así a las dudas sobre su partido y sus relaciones con la constitución monárquica. El fundador del PAM, Fouad Ali el Himma, es el mejor amigo del rey. Si la popularidad del rey se ha reducido considerablemente, el PAM, que es conocido como el partido del rey, va tener el mismo destino después de que se haya convertido en una moda política superada.
Teniendo en cuenta el aislamiento del régimen y sus partidos, no le queda a la clase dominante ninguna otra salida que superar las elecciones mediante el fraude y el uso de dinero para atraer los ciudadanos y poner al pueblo marroquí ante los hechos consumados. El anuncio del gobierno de los resultados del referéndum de julio pasado mostró las maneras despreciables del régimen y su incapacidad de abandonar las tácticas de intimidación y compra de votos.

 

Nuestra posición

 

Los marxistas tenemos una posición muy clara sobre la institución del parlamento y las elecciones en los países capitalistas. Tenemos una historia llena de las lecciones y experiencias, iniciada con Marx, Lenin, Trotsky y los partidos marxistas revolucionarios.
Como marxistas, consideramos el parlamento una institución del Estado burgués reaccionario y proponemos los consejos de los trabajadores y campesinos como alternativa al parlamento burgués. La burguesía trata de convencernos de su democracia formal mediante la organización periódica de elecciones para elegir a los diputados de una institución que tiene poderes limitados y que legitima la explotación de los trabajadores por la burguesía local e internacional y que permite a las multinacionales saquear la riqueza de nuestro país. El poder real seguirá estando en las manos de la clase dominante mientras ésta tenga el monopolio sobre los medios de producción y la riqueza de Marruecos, y controle el aparato estatal. Los oprimidos no podrán gobernarse por si mismos nada más que a través de la lucha bajo la bandera del proletariado y tomando el poder político a su favor y nacionalizando los medios de producción y poniéndolos bajo el control de la clase trabajadora.
Nosotros, los marxistas marroquíes, llamamos al pueblo marroquí a boicotear las elecciones parlamentarias del 25 de noviembre. También declaramos nuestro desacuerdo con las posiciones anarquistas y sectarias. Rechazando el cretinismo electoral, en periodos específicos los marxistas participaron, y participarán, en las elecciones, entrando en el parlamento para hacer propaganda de nuestro partido revolucionario y del programa de transición socialista, y utilizando el parlamento como una tribuna para llamar a las masas y organizarlas.

La revolución tunecina ha contribuido al fomento de la lucha de las masas en todos los países árabes y a su extensión al corazón de los países imperialistas, como Francia y España. En Marruecos los jóvenes recogieron la experiencia revolucionaria de los pueblos tunecino y egipcio, lanzaron una iniciativa para rechazar la explotación de la clase trabajadora y la opresión política del sistema procapitalista en Marruecos, y llamaron a manifestarse en todas las ciudades del país el día 20 de febrero de 2011.

 

Las masas trabajadoras iniciaron la lucha para cambiar su realidad

 

En todas las ciudades salieron manifestaciones que reclamaron la libertad, la dignidad y la justicia social. Las manifestaciones se extendieron también a las pequeñas ciudades y pueblos, y así el régimen reaccionario de Marruecos se encontró de la noche a la mañana frente al mayor movimiento de masas unidas en la historia de Marruecos.
Al igual que todos los regímenes capitalistas dictatoriales, el régimen de Mohamed VI intervino desde el primer día con toda su fuerza y brutalidad para romper la revolución. Se registraron enfrentamientos sangrientos en muchas ciudades; los más prominentes fueron en Houceima, Tánger y Tetuán, en los que murieron más de cinco manifestantes y hubo cientos de heridos y detenidos.
El hecho de que la clase dominante haya elegido la opción de la represión brutal del Movimiento 20 de Febrero ha dado más fuerza y más firmeza a este movimiento y le ha permitido expandirse más entre las capas oprimidas de Marruecos. De esta manera, el domingo de cada mes, y después el domingo de cada semana, se convirtieron en un día de lucha para cambiar la realidad de la represión y arrancar las raíces de la miseria del pueblo marroquí. La clase dominante esta dividida entre la opción de reforma y la represión.
Después del 20 de febrero la clase dominante marroquí se ha dado cuenta de que su existencia y sus intereses están en peligro y ha recurrido la política de esquivar el conflicto y a una táctica de contención. En este sentido ha utilizado como agentes a los líderes de los partidos de la Izquierda (USFP y PPS) y de los partidos reaccionarios islamistas para poner al Movimiento 20 de Febrero un rígido techo que no exceda el ámbito de las demandas políticas, económicas y nacionalistas [Nota de la Redacción: las que afectan a la población amazigh] de carácter reformista, y poner así fin a la posibilidad de convertir la lucha del pueblo marroquí en una verdadera revolución, con demandas revolucionarias para poner fin a la dictadura y el capitalismo en Marruecos.
Al inicio del movimiento revolucionario, todos los partidos políticos declararon que este movimiento no podría superar las demandas reformistas debido a la especificidad de Marruecos respecto al resto de los países árabes. Por otra parte, la oligarquía marroquí movilizó todas sus fuerzas para debilitar al Movimiento 20 de Febrero y para que este no pudiera alcanzar el nivel de la lucha de los pueblos de Túnez y Egipto, utilizando para ello el espantajo del terrorismo (atentado de Marrakech) y a veces del Polisario y de los ateos (los marxistas), y también la represión brutal y la utilización de elementos lumpenizados, contando con el apoyo de las direcciones políticas de la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) y las direcciones sindicales, como la Unión General de los Trabajadores Marroquíes (UGTM) y la Confederación Democrática del Trabajo (CDT), para construir un bloque contra el movimiento 20 de Febrero y las organizaciones sindicales y políticas que apoyan a este movimiento y la lucha del pueblo marroquí.

 

La maniobra de la constitución otorgada

 

En un intento desesperado de contener la creciente ola de lucha revolucionaria en Marruecos el rey creó un comité que incluía sólo personas de la clase conservadora más cercana al rey, para la redacción de una nueva constitución para el país, sin ninguna consulta formal a los partidos políticos, sindicatos, etc. La nueva constitución otorgada redactada por la comisión burguesa dirigida por Menouni no supone ninguna novedad, sino que, al contrario, ha mantenido la autocracia y la concentración de todos los poderes en las manos del rey. A pesar de las promesas de la comisión y del rey de cancelar el artículo 19 de la vieja constitución y dar amplios poderes al presidente del gobierno y establecer la igualdad entre los grupos étnicos, el rey mantuvo su poder absoluto y solo se han eliminado del artículo 19 varios artículos que daban al rey un carácter sagrado, con su liderazgo religioso como comendador de los creyentes. El rey preside el consejo del gobierno, y el primer ministro seguirá necesitando el aval del rey para el nombramiento o destitución de algunos ministros; el monarca tiene también el derecho a decretar el estado de excepción, y es la máxima autoridad de la fuerzas armadas; todo esto se recoge en los artículos 42, 46, 41, 47, 51 y 59 de la nueva constitución. También esta constitución garantiza la propiedad privada de los medios de producción, para mantener la capacidad de la clase poseedora de seguir explotando a los trabajadores y acumulando mas riqueza en manos de una minoría podrida, que priva las masas trabajadoras de su derecho a la educación y sanidad gratuitas y de calidad, del derecho a una vivienda digna para todos, del derecho a recibir una prestación por desempleo, y del derecho a trabajar y vivir con dignidad.
La aprobación de esta constitución por el régimen reaccionario de Marruecos mediante la manipulación de los resultados del referéndum puso de manifiesto que la clase dominante no está dispuesta a hacer ninguna concesión, y la imposibilidad de que se cedan algunas migajas a la clase trabajadora y el resto del pueblo marroquí. Su posición de no aceptar ninguna reforma puede empeorar la crisis política y económica y conduce las masas a irrumpir de manera más masiva la escena política en Marruecos.
Las direcciones reformistas de todo tipo han desempeñado el papel de reducir la lucha de clase en lugar de fomentarla, a través de marcar líneas rojas para evitar que se sobrepasen las demandas reformistas en el marco de una monarquía parlamentaria. Diferentes líderes de los partidos reformistas han tomado una posición débil respeto al crecimiento del movimiento revolucionario de la masas. El líder más prominente de Vía Democrática, El Harrif, publicó un artículo en la página web del partido titulado Sobre la monarquía parlamentaria:
“Los medios de comunicación dicen que el Movimiento 20 de Febrero tiene como objetivo establecer una monarquía parlamentaria en Marruecos. La verdad es que lo que une al Movimiento 20 de Febrero es la construcción de un sistema democrático que garantice la libertad, la dignidad y la justicia social. Y este movimiento no tiene ninguna posición sobre la monarquía parlamentaria, y es un error desde nuestro punto de vista empujar al movimiento a tomar una posición en este tema. ¿Por qué? Porque este concepto es muy débil. Y hemos visto como los partidos reformistas que han apoyando durante décadas la tiranía y la autocracia del rey (Hassan II y Mohamed VI) se convirtieron en defensores de la monarquía parlamentaria con unas reformas que no toquen las bases de la monarquía marroquí”.
El camarada El Harrif utilizó términos vagos como “justicia”, “libertad” y “dignidad humana”. Estos eslóganes también pueden ser levantados por parte de las fuerzas más reaccionarias. También el camarada ha definido su posición de que un sistema capitalista monárquico con reformas sustanciales es el máximo techo de las demandas del Movimiento 20 de Febrero. El camarada, que se ha reclamado marxista en varias ocasiones, se olvida que los marxistas están luchando junto con la clase trabajadora y el resto de las masas oprimidas con el fin de de conquistar el poder político para la clase trabajadora y la construcción de los comités obreros como alternativa a las constituciones burguesas; también se olvida que los marxistas consideran la monarquía un tipo de régimen reaccionario y no aceptan otra solución que no sea el establecimiento de una república obrera, con la economía nacionalizada y bajo el control de los obreros.

 

Alianza con los fundamentalistas

 

Lo más peligroso que puede perturbar el curso de la revolución es una alianza de las fuerzas situadas en la izquierda, como Vía Democrática, los grupos mandelistas o la Liga de Acción Comunista, con la derecha. Estas fuerzas de izquierda han sacado declaraciones comunes en distintas ciudades de Marruecos con el movimiento Justicia y Caridad y con el Salafia Jihadia —el primer movimiento extremista islámico en Marruecos— bajo la bandera del Consejo de Apoyo al Movimiento 20 de Febrero, abandonando todos los principios del socialismo científico y la sangre de los mártires de la izquierda. Estos líderes, en lugar de asumir su responsabilidad histórica y llamar a la construcción de un frente de izquierda unida, sin mezclar las banderas, han construido una alianza distorsionada, considerando a los fundamentalistas como una parte de las fuerzas revolucionarias, en lugar de librar una batalla contra ellos como una de las expresiones de la clase dominante.
Los dirigentes reformistas cometen un error histórico hacia la revolución y hacia la clase trabajadora intentando jugar un papel de válvula de seguridad para la clase dominante en Marruecos, y poniendo líneas rojas para impedir la ampliación de las demandas del Movimiento 20 de Febrero a la reivindicación de tumbar el régimen y construir un Estado obrero, con una economía nacionalizada bajo el control de los obreros. Este error se refuerza con su alianza con los fundamentalistas de la derecha fascista, que son fuerzas hostiles a los objetivos de la revolución socialista y que defienden un programa social más reaccionario y despótico que el sistema capitalista que domina hoy en Marruecos.
Nuestra critica a las posiciones de la dirección de Vía Democrática y el resto de las direcciones de las organizaciones políticas y sindicales de masas no la hacemos con la intención de resaltar diferencias, sino con el fin de abrir un debate profundo sobre el programa y las tácticas a través de las cuales podemos transformar la sociedad en una sociedad socialista.
Las tareas históricas de los marxistas marroquíes son las mismas por las que luchábamos antes de la intensificación de la lucha de clases y el surgimiento del Movimiento 20 de Febrero en Marruecos. Junto con la Corriente Marxista Revolucionaria, los marxistas marroquíes luchamos para construir una organización marxista revolucionaria con un programa de transición socialista. El éxito de la revolución marroquí y la ejecución de su tarea histórica de conquistar el poder político a favor de la clase trabajadora dependen de la existencia de una verdadera organización marxista. La participación de los marxistas en el Movimiento 20 de Febrero no tendrá ningún sentido revolucionario si su trabajo no se orientase a encuadrar a los jóvenes, a proponer un programa de transición para las masas, a la formación de los cuadros de la organización marxista, y a denunciar a la burocracia y llevar una lucha firma contra los fundamentalistas.
Nuestra tarea como marxistas es la de llegar a los jóvenes militantes espontáneamente atraídos por el marxismo y todas las bases de las organizaciones de masas que participan en las luchas que está conociendo Marruecos, y armarlos con la teoría marxista, con el fin de construir un partido marxista revolucionario que puede llevar la revolución marroquí bajo la bandera del proletariado a la victoria y la conquista del poder político.
No es suficiente el coraje y el heroísmo para completar las tareas históricas de la revolución marroquí. A pesar de las heroicas luchas y el sacrificio de los hijos de los trabajadores marroquíes, en este movimiento el éxito será imposible en ausencia de una organización marxista revolucionaria que tenga un programa y una táctica correctos.

No hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria
¡Viva la revolución árabe y marroquí!
¡Viva la Corriente Marxista Revolucionaria!

El pasado 17 de junio Mohammed VI presentó en una alocución televisiva el resultado de los trabajos de la Comisión de Reforma Constitucional que él mismo había nombrado, y anunció la celebración de un inmediato referéndum el 1 de julio para ratificar las reformas propuestas. Con esta acción el rey y su camarilla intentan conjurar el peligro de que los levantamientos populares que están sacudiendo el mundo árabe, y que ya han derribado los regímenes dictatoriales de Túnez y Egipto, se extiendan a Marruecos. Preocupados por la creciente influencia del Movimiento 20 de Febrero, y temerosos de que las manifestaciones por la democracia acaben desencadenando un movimiento popular que no puedan controlar, la clase dominante marroquí ha decidido que es más prudente ceder en algunos aspectos secundarios, limando los rasgos más antidemocráticos del actual régimen, antes de afrontar el peligro de un levantamiento generalizado que haga peligrar sus intereses fundamentales.
Porque, pese a la solemnidad de la intervención de Mohammed VI, las reformas anunciadas son cambios superficiales que dejan intacto el aparato del Estado creado por Hassan II y mantienen los resortes básicos del poder real. Aunque se aumentan las competencias del primer ministro y del parlamento, el rey conserva sus prerrogativas básicas: el primer ministro seguirá necesitando el aval del rey para el nombramiento de numerosos altos cargos, el rey sigue siendo el líder religioso, el “comendador de los creyentes”, la máxima autoridad de las Fuerzas Armadas, mantiene a su cargo la dirección de la política exterior, y sigue presidiendo el Consejo de Ministros y el Consejo Superior del Poder Judicial.
Además, se crea un nuevo órgano estatal, el Consejo Nacional de Seguridad, que será presidido por el rey. Con este nuevo órgano, que se convierte en el mando supremo de todos los cuerpos armados del Estado marroquí, se trata de asegurar que las concesiones democráticas podrían revertirse fácilmente si fuese necesario. En caso de que las reformas no resultasen útiles para desactivar las protestas populares, la opción de la represión masiva estaría perfectamente preparada y operativa. De hecho, la represión a pequeña escala no ha disminuido un ápice en las últimas semanas, como pudieron comprobar los jóvenes que intentaron celebrar un picnic el pasado 15 de mayo ante la sede de la policía política, protestando por el mantenimiento de las detenciones ilegales y de la tortura, y que fueron duramente reprimidos. También la suerte del joven Kamal Amari, detenido por la policía tras una manifestación en la ciudad de Asafi el 29 de mayo y golpeado hasta la muerte, es una señal de que el régimen de Mohammed VI no está dispuesto a bajar la guardia, y que se reservará la potestad de aplastar a sangre y fuego cualquier movimiento popular que se salga de los estrechos límites de su “reforma democrática”.

 

La respuesta del Movimiento 20 de Febrero y del sindicalismo de clase

 

En abierto contraste con las direcciones reformistas políticas (USPF y PPS) y sindicales (UMT y UGTM), a las que les faltó tiempo para alabar la bondad y el “espíritu democrático” del monarca, el Movimiento 20 de Febrero y el sindicato Confederación Democrática del Trabajo (CDT) han dado a la propuesta del rey la respuesta que se merece. El Movimiento 20-F y la CDT se niegan a aceptar como válida cualquier reforma concedida desde arriba, rehúsan tajantemente discutir las propuestas del rey, y llaman a la población a boicotear el referéndum del 1 de julio, denunciándolo como una maniobra para intentar ganar un margen de legitimidad para un régimen que conserva en lo fundamental su naturaleza autoritaria y represiva. 
La firmeza de los jóvenes del Movimiento 20-F y de los trabajadores de la CDT, atreviéndose a romper la aparente unanimidad del apoyo popular al rey, ha supuesto un duro golpe para la operación de maquillaje lanzada por la monarquía. Por ello, la respuesta del régimen ha sido muy dura, aún a riesgo de desmentir la sinceridad de la voluntad “reformista” de Mohammed VI. Las manifestaciones de los domingos 19 y 26 de junio, las primeras que se celebraban tras el anuncio de la reforma política, no sólo fueron reprimidas por la policía, como ya había ocurrido en numerosas ocasiones, sino que además fueron atacadas por hordas de secuaces del régimen, elementos lumpenizados reclutados y pagados por la policía, que agredieron impunemente a los manifestantes, al mismo tiempo que entonaban cánticos de apoyo al rey. 
Con estas acciones, la monarquía pone de manifiesto cuál es, en estos momentos, su principal temor: que el pueblo marroquí de la espalda a la reforma política. Si el régimen marroquí ha conseguido hasta el momento esquivar un gran movimiento de protesta popular, similar al desarrollado en otros muchos países árabes, ha sido, en gran medida, gracias al apoyo incondicional que le han dado los dirigentes de la Unión Socialista de Fuerzas Populares, el Partido del Progreso y el Socialismo y el Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD, islamista moderado). Desprovistos de una alternativa estratégica ante la crisis mundial del capitalismo, las direcciones de estos partidos se aferran como desesperados a la monarquía de Mohammed VI, a la que perciben como única garantía de que el orden social de Marruecos y sus vínculos con las potencias occidentales no se verán en peligro.
La iniciativa de boicot al referéndum del Movimiento 20-F y la CDT apunta al corazón de la realidad política de Marruecos. La naturaleza del régimen marroquí no es sustancialmente distinta de la de los regímenes tunecino o egipcio. También en Túnez y Egipto funcionaban legalmente partidos de oposición y sindicatos de trabajadores, y la represión se administraba cuidadosamente para evitar un estallido social. Pero bajo la falsa apariencia de tranquilidad las masas populares ardían de indignación por la profunda miseria de sus condiciones de vida y la certeza de que el futuro sólo traería más opresión y pobreza. Esta es también la situación real en Marruecos, por más que el régimen exhiba el apoyo de unos dirigentes sindicales y políticos supuestamente de “izquierda” para intentar demostrar que no tiene nada que ver con el resto de regímenes árabes. La postura firme e insobornable del Movimiento 20-F y la CDT, desvelando la auténtica naturaleza del régimen y la falacia de sus “reformas”, les convierte en el catalizador capaz de agrupar a los trabajadores marroquíes de la industria y del campo, a los jóvenes estudiantes, a los parados, a las mujeres de las clases populares, para dar la batalla contra un régimen que durante décadas sólo les ha ofrecido pobreza y represión, y que únicamente intenta maquillarse para mantener indefinidamente sus privilegios.

 

Necesidad de un programa revolucionario y socialista

 

Para hacer real esta posibilidad de unir al pueblo marroquí contra la tiranía, al Movimiento 20-F y a la CDT le hace falta, además de firmeza y voluntad de lucha, un programa que una las reivindicaciones democráticas con una respuesta clara y convincente a las reivindicaciones básicas, sociales y económicas, de los trabajadores y jóvenes marroquíes. Después del referéndum del día 1, que Mohammed VI conseguirá ganar sin mayores dificultades poniendo en juego todos los recursos (legales e ilegales) del aparato de Estado marroquí, la lucha va a continuar, porque ni la oligarquía va a ceder ni una mínima parte de su poder y sus privilegios, ni los trabajadores y el pueblo marroquí van a ver mejora alguna en sus condiciones de vida. En estas condiciones hace falta un programa que explique al pueblo marroquí que las libertades democráticas sólo se consolidan cuando han sido una conquista de las masas trabajadoras. La experiencia histórica demuestra que las libertades y derechos recibidos como concesión de los poderosos cuando se sienten atemorizados por la amenaza de un levantamiento popular no duran mucho tiempo. Una vez que la amenaza revolucionaria ha pasado, la represión más cruel se abate sobre los pueblos para castigarlos por su atrevimiento. Y es indiferente que esas concesiones hayan sido resultado de una decisión del rey, o que hubieran sido propuestas por una Asamblea Constituyente. Ninguna reforma democrática puede surgir desde el seno de las instituciones de un Estado nacido para garantizar los privilegios de la burguesía y los latifundistas, y su capacidad para explotar y oprimir a la inmensa mayoría de la población. Sólo sobre la base del poder revolucionario, sobre la base de las asambleas populares y los comités elegidos democráticamente en fábricas, centros de trabajo, barrios populares y pueblos, será posible conquistar irreversiblemente las libertades políticas usurpadas durante décadas por la monarquía. 
Y las libertades se consolidan cuando se demuestran útiles para mejorar la situación material de las masas populares, para librarlas del azote de la pobreza, el paro, el analfabetismo, cuando sirven para emancipar a las mujeres marroquíes de su doble condición de oprimidas, en tanto que trabajadoras y en tanto que mujeres. Pero ningún avance será posible en este sentido en tanto perviva el capitalismo en Marruecos. En el artículo publicado en El Militante del pasado mayo (‘Capitalismo marroquí y reforma democrática’) se explicaban los lazos que fusionan de forma inseparable los intereses del gran capitalismo internacional con el patrimonio personal de Mohammed VI, a través del grupo SNI-ONA. El Estado marroquí ha unido su suerte a la de los capitalistas que desde la época colonial han explotado sin misericordia los inmensos recursos de Marruecos y el trabajo de sus gentes. Sólo un programa socialista, que expropie sin indemnización y bajo control obrero la propiedad capitalista, que lleva a cabo una profunda reforma agraria, y que ponga los recursos del país al servicio de las necesidades de su pueblo, puede dirigir al movimiento popular a la victoria.

A lo largo del mes de abril la comisión nombrada por Mohammed VI para preparar una reforma de la Constitución ha ido avanzando algunas de sus propuestas. Como era previsible, el alcance de los cambios planteados se limita a algunas reformas superficiales que no alteran en lo fundamental la organización del Estado marroquí. Los poderes extraordinarios del rey se reducirían en algunos aspectos (por ejemplo, perdería su capacidad de elegir al primer ministro), pero las palancas básicas del poder político seguirían en sus manos. Así, en la propuestas de la comisión se mantiene la condición de ministerio “de soberanía” a Defensa y Asuntos Exteriores (los ministerios de soberanía son aquellos cuyos titulares son elegidos por el rey y sólo responden ante él), se conserva el carácter sagrado de la figura del rey, y se mantiene su capacidad de nombrar y cesar a altos mandos militares y responsables de los servicios de inteligencia, y de declarar el estado de excepción.
La comisión, presidida por Abdellatif Menouni, un antiguo profesor del rey, ha contrastado su propuesta con partidos y sindicatos, que, de momento, parecen dispuestos a contentarse con estos mínimos cambios. Incluso las direcciones de las dos grandes fuerzas de la izquierda marroquí, la Unión Socialista de Fuerzas Populares y el Partido del Progreso y el Socialismo han dado la espalda a la opinión de sus bases y apoyan estas supuestas reformas. Sólo algún pequeño partido, como el Partido Socialista Unificado, y el recién nacido Movimiento 20 de Febrero (el movimiento juvenil que desde febrero de este año ha convocado regularmente manifestaciones por la democracia) han manifestado su desacuerdo con estas propuestas.

 

Las protestas continúan

 

Mientras tanto, en las calles de Marruecos las movilizaciones y protestas continúan e incrementan la presión sobre el gobierno y la monarquía, que se sienten cada día más deslegitimados y crecientemente amenazados por el aumento del descontento popular. No hay que olvidar que en las últimas elecciones parlamentarias sólo participaron el 37% de los potenciales votantes, en una clara demostración de la desconfianza del pueblo marroquí hacia las instituciones del Estado.
Ante este aumento de la intensidad de las protestas, el gobierno marroquí está respondiendo con la ampliación de las concesiones realizadas en las últimas semanas. A las medidas decretadas en febrero y marzo (ver núms. 247 y 248 de El Militante) se han unido nuevas propuestas de reforma legal, como una Ley Anticorrupción que, supuestamente, evitaría el robo sistemático de recursos públicos por parte de los gobernantes y los altos funcionarios, o un nuevo Código de Prensa que aligeraría la férrea censura a la que están sometidos los medios de comunicación. Como colofón, el 14 de abril el rey ha amnistiado a 148 presos políticos y ha reducido la condena a otros 42, en un intento de enmascarar la naturaleza represiva de su régimen.
Asimismo, se ha iniciado un proceso de negociación con los sindicatos, que ha encallado nada más empezar. Las demandas sindicales de actualización de sueldos y pensiones, así como de establecimiento de un plan de ayudas para la escolarización de alumnos con pocos recursos se valoran en 3.900 millones de euros, que es una cantidad que la burguesía marroquí, en estos momentos, no está dispuesta a ceder.
En estas condiciones, la respuesta que desde el Movimiento 20 de Febrero se está dando ante la posición claudicante de las direcciones de la USFP y el PPS no parece suficiente. La alternativa de convocar elecciones a una Asamblea Constituyente que se encargaría de elaborar una nueva constitución en modo alguno asegura que los cambios profundos que el pueblo marroquí está demandando llegarían finalmente a hacerse realidad, y no se limitan a modificaciones del ordenamiento jurídico que, por “radicales” que parezcan, dejen finalmente intacta la miserable y opresiva realidad cotidiana de las masas marroquíes.

Crisis y demandas sociales

Por eso, debemos comprender, en primer lugar, hasta que punto la situación actual del capitalismo marroquí es compatible con el tipo de reformas y medidas a las que aspira la inmensa mayoría del pueblo marroquí. ¿Es posible que, cuando en Estados Unidos y Europa Occidental se ven amenazadas conquistas sociales que parecían irreversibles, en Marruecos se avance en la conquista de nuevos derechos sociales sin alterar las bases del sistema capitalista? ¿Es creíble que en medio de la mayor crisis mundial del capitalismo desde 1929 Marruecos pueda erigirse en una isla de prosperidad y bienestar mientras que en el resto del mundo capitalista la burguesía lanza una ofensiva sin precedentes contra la clase trabajadora y la juventud? ¿Es posible que las demandas democráticas y las reivindicaciones de tipo económico y social capaces de mejorar las condiciones de vida de la población de Marruecos puedan conquistarse sin necesidad de que las propias masas tomen en sus manos las riendas de sus vidas mediante la expropiación de los capitalistas y la creación de sus propios órganos de poder, que coordinándose den lugar a la institución de un parlamento revolucionario?
Repasar el desarrollo del capitalismo marroquí, y los lazos indisolubles que lo unen al gran capital internacional, nos ayudará a comprender mejor por qué sólo un programa orientado a la transformación socialista de la sociedad puede guiar al pueblo marroquí a la victoria definitiva contra sus opresores.

 

El desarrollo del capitalismo tras la independencia

 

La declaración de la independencia en 1956 no supuso un cambio fundamental para la inmensa mayoría de la población marroquí. La dependencia de la economía de Marruecos respecto a las potencias occidentales no desapareció con la independencia política, sino que simplemente cambió de forma.
Desde las primeras intervenciones del colonialismo portugués en el siglo XV hasta la intervención francesa, iniciada en las primeras décadas del siglo XIX y consolidada con la declaración formal del Protectorado franco-español en 1912, Marruecos fue objeto de la ambición de las potencias europeas, tanto por sus recursos naturales, especialmente los mineros, como por su posición geográfica, que le daba un singular valor estratégico para el control de la navegación entre el Atlántico y el Mediterráneo.
Los rasgos fundamentales de la economía marroquí se gestaron durante la dominación francesa y se conservan hasta hoy sin cambios que afecten a la estructura básica de la propiedad y de la distribución de la riqueza.
La primera consecuencia de la dominación colonial francesa fue un cambio fundamental en la propiedad de la tierra. Francia desplazó a Marruecos un altísimo número de colonos (en 1950 eran más de medio millón), que se apropiaron de las mejores tierras de cultivo. Más de un millón de hectáreas (de los 6,5 millones que se consideraban a principios del S. XX como susceptibles de uso agrícola) pasaron a manos francesas por diferentes vías. Las antiguas tierras comunales, junto con una parte de las tierras administradas por fundaciones religiosas, fueron ocupadas a la fuerza, y, bajo la presión de la administración colonial, miles de pequeños campesinos fueron obligados a vender sus mejores tierras de regadío. Para valorar convenientemente lo que significó para Marruecos la ocupación colonial francesa hay que recordar que la esclavitud fue legal hasta 1925.
Al mismo tiempo, los franceses iniciaron la explotación sistemática de los recursos mineros de Marruecos, fundamentalmente los fosfatos, pero también el cobre, el hierro, y otros minerales. Para facilitar esta explotación, Francia tuvo que construir puertos, carreteras, redes telefónicas, ferrocarriles, etc. La creación de esta infraestructura fue una oportunidad de oro para que la burguesía gala se hiciera con el control total de la economía marroquí. Los bancos franceses concedieron ingentes créditos al sultán, y las empresas francesas se apropiaron de ramas enteras de la producción. El profundo entrelazamiento entre los intereses de la burguesía francesa y los intereses de la monarquía y la élite tradicional marroquí hunde sus raíces en ese período.
La independencia trajo consigo cambios en la cúpula del Estado, pero muy poco cambió en la vida cotidiana de las masas. Las propiedades agrarias de los colonos franceses fueron repartidas entre los grandes terratenientes marroquíes, vinculados a la corte de Mohammed V, que mantuvieron el mismo tipo de explotación brutal del campesinado que los antiguos colonizadores. La miseria y el atraso del campo marroquí se profundizaron aún más, y obligaron a millones de marroquíes a emprender el camino de la emigración para sobrevivir.
Tampoco hubo cambios significativos en el resto de los sectores económicos. En un primer momento, el nuevo Estado marroquí procedió a nacionalizar los recursos mineros, algunos servicios básicos, como los ferrocarriles y la telefonía, e incluso algunas ramas industriales, como la química y el textil, que recibieron fuertes inversiones públicas. Pero en la medida que Marruecos no rompió con el capitalismo, el peso de la deuda histórica con la banca francesa, unido al nuevo endeudamiento con otros países europeos y, muy especialmente, con su nuevo aliado económico y militar, Estados Unidos, condujo a Marruecos a una grave crisis, que desembocó en 1983 en un plan de ajuste del Fondo Monetario Internacional que obligó a privatizar el sector público y a liberalizar las importaciones. Gracias a estas privatizaciones, el capital imperialista volvió a retomar el pleno control directo de la economía marroquí. Eso sí, en esta ocasión el monarca marroquí hizo valer sus intereses y consiguió participaciones importante en el accionariado de las grandes empresas de Marruecos. A día de hoy, Mohammed VI es, además de monarca casi absoluto y jefe religioso, el principal empresario del país, a través del grupo empresarial SNI-ONA (Société Nationale d’Investissement - Omnium Nord-Africain).

 

La monarquía y el capitalismo

 

El grupo SNI-ONA, que ha cambiado varias veces de nombre y que se oculta tras una intrincada red de sociedades interpuestas y participaciones accionariales cruzadas, tiene su origen en la sociedad formada en 1919 por el banco francés Paribas (actualmente BNP Paribas, uno de los mayores ban

cos del mundo) para administrar sus inversiones en Marruecos. Junto a Mohammed VI, en el capital de ONA participan actualmente empresas como la aseguradora AXA, la cementera Lafargue, la alimentaria Gervais Danone o el banco suizo UBS. Es tal la dimensión del grupo SNI-ONA que, junto con sus filiales, representa más del 50% de la capitalización total de la Bolsa de Casablanca.
Las inversiones de SNI-ONA se extienden por todos los sectores de la economía marroquí, desde la agricultura y la minería hasta la banca, pasando por las minas, la energía o el negocio turístico-inmobiliario. Su posición de práctico monopolio permite que sus inmensos beneficios crezcan a ritmos desconocidos en el resto del mundo. Como muestra, los beneficios de SNI se incrementaron en 2009 en nada menos que un 300%.
La función de SNI-ONA es actuar como canalizador de las inversiones extranjeras en Marruecos. Cada año, aproximadamente 3.200 millones de euros llegan al país en forma de inversión directa, es decir inversión destinada a la compra de activos fijos, a lo que habría que sumar las inversiones financieras, dirigidas fundamentalmente a la Bolsa de Casablanca, y la inversión inmobiliaria de carácter especulativo. Prácticamente todas las empresas multinacionales que operan en el país lo hacen a través de acuerdos o alianzas con este grupo. Su papel es puramente parasitario, y formaliza la alianza entre la élite tradicional marroquí que, a través de la represión sobre el movimiento obrero mantiene unas condiciones salvajes de explotación, y el gran capital financiero internacional y los gobiernos imperialistas, que aprovechan esas circunstancias políticas para hacer sus buenos negocios. Una vez más, la teoría de la revolución permanente, con su visión del desarrollo desigual y combinado del capitalismo, se verifica en la práctica.

 

Por la expropiación de los monopolios

 

El resultado de este férreo control de la economía, que vincula inseparablemente la propiedad latifundista más tradicional con los intereses de las multinacionales capitalistas más punteras y con lo más sofisticado de las finanzas mundiales, es la condena del pueblo marroquí a la perpetuación del atraso y la miseria. Para solucionar el problema de la pobreza y el desempleo sería necesario un crecimiento económico anual algo superior al 10%. Pero, a pesar de las inmensas riquezas de Marruecos, el yugo del capitalismo hace que su economía apenas haya conseguido sobrepasar el 5% de crecimiento medio anual en el período que se extiende entre 2003 y 2010. El atraso de la agricultura, que pese a ocupar al 43% de la fuerza laboral de Marruecos sólo aporta el 14% de su PIB, pesa como una losa sobre el conjunto de la economía. Tampoco el tipo de industrialización —orientado a la exportación— o la profusión de empresas ocupadas en la prestación de servicios externalizados por grandes empresas extranjeras (call-center y similares) —a pesar de toda su innovación tecnológica (la revista The Economist clasificó en 2009 a Marruecos como la economía más competitiva de África)— han ayudado a superar la pobreza.
Y sumado a todo esto, otra grave amenaza se cierne sobre los trabajadores marroquíes. La inminente puesta en marcha de la zona de libre comercio euro-mediterránea acelerará todavía más las inversiones extranjeras orientadas a sacar provecho de los míseros salarios marroquíes, que en algunos sectores llegan a ser hasta diez veces menores que los salarios medios europeos, e invadirá el país con productos importados que hundirán aún más su agricultura y su pequeña industria y comercio.
De modo que, cuando el pueblo marroquí, siguiendo el ejemplo de otros pueblos árabes, liquide finalmente la monarquía corrupta de Mohammed VI, se encontrará con que el control de una parte fundamental de la economía de Marruecos estará al alcance de sus manos. En ese momento, será fundamental que un sector decisivo de los trabajadores y la juventud defienda la necesidad de que, 55 años después de la conquista de su independencia política, la riqueza de Marruecos se ponga al fin al servicio del bienestar de su pueblo, a través de la nacionalización bajo control obrero de las grandes empresas, la banca, la tierra y los recursos naturales. Bajo un sistema de economía planificada, el campo marroquí podrá encontrar los recursos necesarios para salir de su atraso secular y para ofrecer a los campesinos una vida digna.
Hoy más que nunca, el movimiento revolucionario de los pueblos árabes necesita un programa socialista e internacionalista, que le permita concentrar toda su energía contra el auténtico enemigo de los trabajadores de todo el mundo: el sistema capitalista.

En las últimas semanas se ha intensificado la represión en Siria, fruto de un nuevo auge del movimiento de masas que ya se prolonga por nueve meses. Según diversas fuentes se estima en más de 3.000 los muertos y en decenas de miles los detenidos. La represión, lejos de intimidar a las masas, las enerva aún más, empujando el movimiento hacia delante, derribando los obstáculos que aparecen en su camino. Al igual que el resto de los países árabes, es admirable la determinación de los trabajadores, jóvenes y pobres en llevar su lucha hasta el final, a costa de enormes sacrificios.

 

La revolución siria y la lucha entre las diferentes
potencias imperialistas

Al igual que en la revolución libia, las diferentes potencias imperialistas están tomando posiciones para sacar partido del movimiento revolucionario. Los norteamericanos han enviado un portaaviones a la costa de Siria y Francia ha reconocido como interlocutor al Consejo Nacional Sirio. Todos estos movimientos por parte del gobierno norteamericano y francés no están determinados por salvaguardar los intereses de los trabajadores y pueblo sirio, sino por la ampliación y defensa de sus áreas de influencia e intereses estratégicos, comerciales y militares en la zona.
¿Seguirá la revolución siria un de-sarrollo similar al de la revolución libia? ¿Estamos en vísperas de una nueva intervención imperialista en la zona? No cabe duda que podría darse una situación similar a la de Libia, en la que utilizando la excusa de la intervención humanitaria se encubriera la intervención militar en un escenario de guerra civil. Sin embargo, existen varios factores que dificultan la intervención del imperialismo norteamericano y del anglo-francés. Siria tiene una situación estratégica privilegiada en Oriente Medio. Durante décadas fue un aliado firme de la burocracia soviética en la zona y mantiene vínculos fuertes todavía con Moscú que, evidentemente, no vería con buenos ojos una nueva penetración de las tropas norteamericanas cerca de sus fronteras meridionales, rompiendo el balance de fuerzas en la zona.
Lo que es válido para Rusia, en lo que respecta a Siria, también sirve para Irán, ambos aliados estratégicos del gobierno de Al Assad en la zona. Siria es la vía directa para el soporte iraní a la milicia de Hezbolá en Líbano. Con la caída del régimen sirio, o una guerra civil, se rompería el débil equilibrio político libanés.
A ninguna de las potencias de la zona les interesaría un escenario libio para Siria. Sin embargo, el desarrollo de la revolución, el imparable empuje del movimiento de masas, tiene una dinámica propia que escapa a los intereses de las diferentes burguesías nacionales y que rompe la correlación de fuerzas, obligando a unos y a otros a tener que cambiar su posición en la medida en que la situación se hace cada vez más insostenible para el gobierno de Al Assad. En todo caso, a diferencia de Libia, Siria es un baluarte estratégico en la zona posicionado del lado iraní y ruso con lo que la resistencia a la intervención anglofrancesa y norteamericana será más aguda por parte de Rusia, China e Irán.
De momento el imperialismo norteamericano y, particularmente, el francés, que aparece como el más aventurero, tratan de apoyarse en un autodenominado Consejo Nacional Sirio en el exilo que, al igual que en Libia, está conformado por diferentes elementos capitalistas, títeres del imperialismo.

Amenazas para
la revolución siria

La principal amenaza para la revolución es que, ante la ausencia de un partido revolucionario marxista con base entre las masas, la dirección del movimiento sea usurpada por los elementos burgueses del Consejo Nacional Sirio, repitiendo el esquema de Libia. El bloqueo informativo por parte del régimen sirio y la propaganda imperialista hacen difícil conocer si existe alguna expresión independiente, tanto del gobierno como del imperialismo, por parte del movimiento de masas, sobre todo por parte de la clase trabajadora, y que pueda ser una alternativa al bloque burgués que se está conformando a sus espaldas.
Si las masas continúan desarmadas podría darse la derrota militar de las mismas, y la revolución podría terminar anegada en sangre. La ayuda militar rusa y, sobre todo, iraní podrían suplir la descomposición del ejército sirio ante el avance de los trabajadores y el pueblo. Para sobrevivir, el propio régimen sirio podría intentar enfrentar a las masas entre sí y desviar el movimiento revolucionario en líneas sectarias (en un país donde conviven sunitas, chiítas, cristianos y kurdos) tal como hizo el imperialismo norteamericano en Iraq. Esto sería una nueva pesadilla para las masas sirias.
Una dirección revolucionaria por parte de los trabajadores plantearía, en primer lugar, un programa de lucha, de expropiación de la oligarquía dominante que se ha ido enriqueciendo con las medidas adoptadas en las últimas décadas, auspiciadas por el FMI y el Banco Mundial y que han sido la base del descontento de los trabajadores y el pueblo sirio. La expropiación de la burguesía debería servir para lanzar un ambicioso programa de reformas sociales que termine con los problemas de vivienda, empleo o sanidad que tienen los trabajadores. Al mismo tiempo, debería instaurar una economía planificada democráticamente por la clase obrera y los pobres en beneficio de la mayoría. Mientras en Siria se mantenga una economía capitalista no habrá solución para los problemas de los trabajadores y pobres. También este partido lucharía por crear un Estado revolucionario desde la base, que unificara los diferentes comités de las diferentes ciudades y fuera el cimiento en la lucha contra el Estado capitalista encabezado por la familia Assad. Para resistir la represión del ejército y la policía es necesario el armamento general de los trabajadores. Sería necesario luchar por un auténtico régimen socialista y no la caricatura estalinista que creó Hafez El Assad con la ayuda de la burocracia rusa y que ha conducido a Siria a la catástrofe actual. Una dirección revolucionaria por parte de la clase trabajadora lucharía por extender la revolución socialista en Siria al resto de los países árabes.

 

¡Viva la revolución socialista en Siria!
¡No a la intervención de los diferentes poderes imperialistas sobre Siria!
¡No a los elementos burgueses y proimperialistas del Consejo Nacional Sirio!
¡Por un auténtico gobierno revolucionario de los trabajadores y los pobres en Siria!
¡Por la Federación Socialista de Oriente Medio como única salida a la crisis en que el capitalismo y el imperialismo han sumido a toda la región!

Siria es uno de los países donde se han dejado sentir con fuerza los efectos de la revolución árabe y desde hace tres meses, todas las semanas, decenas de miles de sirios salen a las calles para exigir el final del régimen. Las movilizaciones han ido ganando fuerza, el 3 de junio en Hama se manifestaron más de 100.000 personas, lo mismo sucedió en las provincias de Idleb y Der Al-Zors, donde también hubo movilizaciones en las que participaron decenas de miles.
Hasta ahora el movimiento había tenido menos fuerza en las dos ciudades más grandes, Damasco y Aleppo, aquí vive la mitad de la población siria y es donde el régimen todavía cuenta con una base de apoyo importante, pero esta situación también comienza a cambiar. El 24 de junio hubo manifestaciones en 19 ciudades y fueron bastante más numerosas que las anteriores, fue una respuesta al discurso que cuatro días antes había pronunciado Al Assad, en el que acusaba a “factores desestabilizadores externos” de la situación y justificaba la brutal represión por la presencia de “elementos infiltrados”. En Damasco decenas de miles de personas llamaban mentiroso al presidente sirio. La situación cambia rápidamente, estos últimos días se ha producido un salto cualitativo importante y se está convirtiendo en una olla a presión que puede estallar en cualquier momento.
Para intentar detener las movilizaciones el régimen ha recurrido a una brutal represión, cercando ciudades y pueblos enteros, detenciones masivas de activistas y situando francotiradores en las manifestaciones que disparan indiscriminadamente, según algunas organizaciones de derechos humanos han muerto más de 1.600 personas y 10.000 han sido detenidas. La violencia del régimen ha provocado la huida de 11.800 personas a Turquía y otros 5.000 a Líbano, precisamente el régimen acaba de cerrar la frontera con este último país para evitar un éxodo masivo de sirios. La represión no sólo no ha paralizado las protestas sino que como hemos visto en otros países árabes ha añadido más determinación y combatividad al movimiento de masas.
A lo largo de estos tres meses el gobierno también ha llevado a cabo algunas reformas con la intención de reducir el descontento y furia de las masas sirias contra el régimen. Derogó la ley de emergencia vigente desde 1963, que prohibía entre otras cosas las manifestaciones, decretó una amplia amnistía, y acaba de anunciar la reforma de la ley de partidos, pero hasta ahora con poco éxito.

 

Un régimen en crisis

 

Como en el resto del mundo árabe el origen del malestar social se encuentra en las condiciones económicas en las que viven las masas sirias. El desempleo es un mal endémico, sobre todo entre los jóvenes de 15 a 24 años que sufren una tasa de paro superior al 20%. El 80% de los licenciados universitarios tienen que esperar una media de cuatro años para conseguir un empleo. Los que tienen empleo sufren la temporalidad, los bajos salarios y jornadas laborales que superan incluso las 12 horas diarias.
Durante los últimos años la política económica del régimen sirio se ha caracterizado por la liberalización de la economía, la privatización de empresas públicas, la eliminación de subsidios a los alimentos y el combustible, es decir, todas las recetas impuestas por el FMI con efectos devastadores para las masas. Aunque uno de los objetivos del último plan quinquenal era disminuir la pobreza, todavía más del 30% de la población no tiene ingresos suficientes para cubrir sus necesidades de vida básicas. Tras el estallido social, el régimen aprobó la mayor subida salarial en cuatro décadas a los empleados públicos, este sector agrupa al 20% de la fuerza laboral y restauró algunos de los subsidios a productos básicos eliminados estos últimos años. Pero tampoco estas medidas han salvado al régimen de la furia de las masas.
Como en el resto de países de la región el régimen de Al Assad ha aplicado en los últimos años las recetas privatizadoras y de recortes de gastos sociales del FMI con el consiguiente aumento de la pobreza, pérdida de derechos y conquistas de los trabajadores, despidos masivos en el sector público, etc. Además, durante todos estos años la represión ha sido uno de los principales instrumentos del régimen sirio para acallar cualquier signo de oposición.
El país hoy está gobernado por una pequeña élite millonaria, uno de esos ejemplos es el primo de Al Assad, Rami Makhlouf, que se ha convertido en el principal objetivo de la ira de las masas y una personificación de la corrupción rampante que reina en el país. Makhlouf controla el 60% de la economía, posee docenas de empresas en varios países de la región y Europa del Este, controla la importación de vehículos, y es conocido popularmente como míster Cincoporciento, en alusión a las comisiones que cobra por la concesión de proyectos del gobierno.
La situación económica se está deteriorando muy rápidamente. El turismo, que representa un 12% del PIB y en el que trabaja un 12% de la fuerza laboral, está hundido. Qatar ha anunciado la paralización de un proyecto de construcción de dos centrales eléctricas con las que se esperaba atraer una inversión extranjera de 50.000 millones de dólares durante los próximos cinco años. La libra siria ha perdido desde el inicio de las movilizaciones un 17% de su valor, con el efecto negativo sobre las importaciones que ahora son más caras. Con una situación económica sombría el margen de maniobra del régimen para mejorar sustancialmente las condiciones de vida es muy pequeño. Las masas sirias han dejado claro en las calles que quieren un cambio y el régimen, según pasan los días, pierde apoyos. La situación es explosiva, la decisión de las masas es cada vez mayor y las próximas semanas serán decisivas para el futuro del régimen y de las masas sirias.

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