“Los Balcanes, polvorín de Europa, se ha dicho a menudo; pero ¿no es la misma Europa quien ha colocado una gran parte de los explosivos?”

René Ristelhueber

“Los pueblos balcánicos podrían decir, como lo hacían en la antigüedad nuestros siervos: ‘Que Dios nos libre, más que de todas las tristezas, de las iras y del cariño de los señores’. La intervención de las ‘potencias’ de Europa, tanto la hostil como la supuestamente amistosa, significa únicamente para los campesinos y obreros balcánicos nuevos impedimentos y trabas de todo género al libre desarrollo, que vienen a sumarse a las condiciones generales de la explotación capitalista”.

Lenin

 

Históricamente, la península balcánica ha sido la zona enferma de Europa. La intrincada mezcla de pueblos, etnias, religiones y tradiciones en un mismo espacio, y las feroces luchas que han desatado entre sí, han facilitado a los grandes medios de comunicación de Europa Occidental (controlados por la clase dominante) la creación de un tópico: los Balcanes son una zona ingobernable, sus pueblos tienden al enfrentamiento sectario, al veneno chovinista, y sólo los países avanzados del capitalismo, como Estados Unidos y los de la Unión Europea, pueden imponer la convivencia. Tópico muy útil para justificar la intervención imperialista en Bosnia-Herzegovina y, especialmente, el criminal bombardeo de Yugoslavia y la ocupación militar de Kosovo.
Esos mismos medios burgueses tienen bastante que esconder. Esconden el carácter progresista de la lucha de liberación de estos pueblos frente a la dominación turca, en el siglo XIX. Esconden también que fueron las potencias (el Imperio Otomano, Alemania, Austria-Hungría, Rusia, y también las muy civilizadas y burguesas Francia y Gran Bretaña) quienes potenciaron, exactamente igual que ahora, y en connivencia con la casta monárquica, clerical y militar (y con la burguesía de la zona), el enfrentamiento entre los diferentes pueblos, siendo los responsables de las tensiones entre serbios y croatas, búlgaros y griegos, o griegos y albaneses. Esconden, por último, que también en sociedades hasta hace pocas décadas escasamente industrializadas existe la lucha de clases, y que la opresión nacional sólo se pudo resolver (aunque limitada y temporalmente) fuera del marco del capitalismo, especialmente con la Federación yugoslava encabezada por Tito. La resistencia popular búlgara a los nazis, la liberación revolucionaria de Yugoslavia en 1945 y la lucha guerrillera dirigida por los comunistas griegos contra los fascistas, primero, y los británicos y estadounidenses, después, estuvieron mil veces más cerca de solucionar los problemas nacionales y materiales de toda la zona (a través de una Federación Socialista Balcánica) que las toneladas de declaraciones, acuerdos y compromisos producidos por los imperialistas, hablando del “derecho de autodeterminación” y de la “convivencia pacífica”, hojas de parra que esconden sus auténticos intereses.

 

El dominio turco

 

Han sido muchas las invasiones y colonizaciones del territorio balcánico. La extraordinaria civilización helénica fue fruto de la superposición de diferentes pueblos. Pero fue tras el período helenístico de Alejandro Magno y el romano, y durante el progresivo debilitamiento del Imperio Bizantino, cuando la península recibió sucesivas oleadas de pueblos bárbaros, como tártaros y, especialmente, eslavos, que llegaron hasta Grecia. Los eslavos colonizaron casi todos los Balcanes en el siglo VII. Sólo en Albania y Grecia3 perduraron de forma significativa las poblaciones anteriores al dominio romano; los albaneses son en su mayor parte descendientes de los ilirios. En cuanto a Bulgaria, la mayoría de la población procede de la colonización tártara, si bien sus antepasados se eslavizaron, aceptando el idioma y la cultura extrañas. Los países más homogéneamente eslavos, en esta zona, son los que componían Yugoslavia (salvo Macedonia).
Los constantes enfrentamientos entre las numerosas monarquías balcánicas, en la Edad Media, terminaron en la conquista turca. Los otomanos, tras adueñarse de Bizancio en 1453, se apoderaron de casi todos los Balcanes. La excepción es Eslovenia (que en 1814 cayó en manos de Austria). En cuanto a Croacia, siglo y medio después fue anexionada por los Habsburgo (la dinastía de Austria, y posteriormente de Austria-Hungría).
Esta circunstancia creó una separación entre los croatas y los eslovenos, por un lado, y los serbios y montenegrinos, por otro, hasta entonces unidos por un mismo origen y una misma cultura. Los primeros estuvieron bajo la influencia de la cultura germánica y húngara (los croatas, durante tres siglos), y mayoritariamente se pasaron al catolicismo, mientras los segundos, ante la opresión turca, se aferraban a la religión ortodoxa (herencia de la influencia bizantina sobre los eslavos del sur).
Los cuatro siglos de imposición turca han sido un pesado fardo sobre los Balcanes. La bota otomana mantuvo a los Balcanes en una situación de atraso en las ciudades y de postración en el campo, imponiendo hasta el final la servidumbre a los campesinos, en beneficio, fundamentalmente, de los beys  (gobernadores) y los sepahi (los terratenientes). Los tributos que les debían pagar a los beys eran más onerosos cuanto más entraba en crisis el Imperio.
La táctica de dividir a los pueblos sometidos, creando tensiones y ha-ciendo cómplices a una parte de ellos para dominarles mejor, fue inteligentemente utilizada por los señores otomanos. ¡Ni siquiera en esto son originales los imperialistas actuales de Estados Unidos o Alemania! Por una parte, consiguieron la islamización de prácticamente todos los señores feudales, y de una parte de la población eslava, de Bosnia-Herzegovina y de Novi Bazar (situado entre Serbia y Montenegro), que fueron privilegiados con respecto a los eslavos cristianos. Por otra, permitieron a los albaneses, que se islamizaron mayoritariamente, colonizar el norte de Kosovo, hasta entonces de predominio serbio, así como realizar frecuentes razzias contra localidades eslavas, especialmente de Macedonia. Por último, impusieron a todos los “no creyentes” (no musulmanes) la autoridad única del patriarcado griego, fomentando a través de la Iglesia Ortodoxa Helénica la helenización de territorios como Bulgaria.

 

El despertar nacional

 

La Revolución Francesa, la gran revolución burguesa, despertó la sed de libertad de los pueblos europeos. La libertad frente al monarca, a los señores feudales y a la tiranía en general. La revolución burguesa crea y fomenta el sentimiento nacional, que frente a los particularismos feudales y al concepto de Estado como propiedad de un monarca es tremendamente progresista. La influencia de la Revolución se extendió, a través de los intelectuales, entre todos los pueblos europeos oprimidos. Los campesinos balcánicos, sometidos al dominio extranjero durante cuatrocientos años, entraron en la escena de la historia con un objetivo nacional y social: la liberación del yugo turco y de sus sepahi. Fueron ellos, en todos los países de la zona, los protagonistas de esta lucha dura y larga, de cuyos frutos se apropiaron inmediatamente los burgueses.
A pesar de la liberación, se mantendrán en gran parte las relaciones semifeudales en el campo; en Bulgaria y Serbia, donde predomina la pequeña propiedad agraria, se daría un proceso acelerado de concentración. En Serbia se mantendrá el zadruga, equivalente al mir ruso: comuna rural compartida por varias familias unidas en parentesco, y donde la tierra permanece indivisible.
Grecia fue el primer país que vio reconocida su independencia, en 1830, después de una feroz lucha de diez años, aunque su territorio sólo correspondía a un tercio de la Grecia actual. La lucha por la independencia griega es muy indicativa del papel de las potencias europeas en los Balcanes. Rusia, Gran Bretaña, Francia, todos se declaraban fieles amigos del pueblo griego en rebeldía. La autocracia zarista se presentaba como la tradicional aliada de los pueblos de religión ortodoxa, mientras que las civilizadas Francia y Gran Bretaña se hacían eco de los argumentos de los liberales y se aprestaban a defender al pueblo heredero de la gran civilización helénica, oprimido por un imperio medieval y bárbaro. Pero toda esta retórica no podía ocultar los hechos. En 1825 se celebró una conferencia de las potencias europeas en S. Petersburgo, donde Gran Bretaña defendió que el Imperio Turco concediera autonomía a Grecia, rechazando así la independencia por la que morían los campesinos griegos. A la monarquía y a la burguesía británicas les interesaba mantener el status quo en la zona; preferían que los Balcanes los controlara un imperio en decadencia como el turco, que no podía hacer sombra a sus intereses, a que la influencia de Rusia se expandiera por el Este europeo y llegara al Mediterráneo. Por otra parte, con la autonomía griega se frustrarían las maniobras francesas, que intentaban favorecer la candidatura del duque de Nemours a rey de Grecia para atraer el país a sus intereses.
El plan británico fue rechazado, obviamente, por Francia y Rusia. El zar Alejandro I pretendía que Grecia se convirtiera formalmente en un protectorado ruso, y, con la excusa de defenderla de las amenazas turcas, poner un pie cerca del mar de Mármara, que estratégicamente comunica el mar Negro con el Mediterráneo.
Las diferencias entre las tres potencias europeas, y la resistencia de los patriotas griegos, que una vez alzados con tanto ímpetu no iban a aceptar menos que una independencia real de los otomanos, trastocaron estos planes. Una vez se hizo inevitable la independencia, tropas francesas, británicas y rusas intervinieron en la zona en 1827, para que la influencia de sus monarquías no menguaran con respecto a las otras en la nación que surgía. Tras la proclamación de la independencia, ninguna de las tres se quedó atrás en todo tipo de intrigas palaciegas e incluso de intervenciones militares.
El ejemplo de Grecia vale para cualquier otro país de la zona. Los burgueses utilizaron siempre (y utilizan) los sanos sentimientos nacionales de las masas para imponer sus intereses de clase. La defensa de “la libertad de los pueblos”, en sus manos, no es más que la coartada para sustituir una opresión por otra. Territorios, zonas de influencia, mercados, materias primas... y aumentar su autoridad en el mundo. Esto es lo que buscan las potencias imperialistas, antaño y ahora. Los pueblos que para escapar de la opresión de una potencia han buscado la protección de otra pronto han podido comprobarlo.
Históricamente, las tres grandes potencias interesadas en los Balcanes han sido Austria, Rusia y el Imperio Otomano. Hasta la construcción del canal de Suez, la península era el puente natural entre Europa Occidental y Central y Asia; las rutas comerciales pasaban, bien por Tracia (región dividida actualmente entre Turquía y Grecia), bien por el Mediterráneo Oriental. Al zarismo le interesaba el control de los estrechos del Bósforo y de Dardanelos, con el que se podía enseñorear de todo el mar Negro y llegar hasta el Mediterráneo. En cuanto a austríacos y húngaros, la península balcánica (de la que ya dominaba el noroeste) era su zona de expansión natural. Los dos Estados balcánicos surgidos en 1878 (Serbia y Bulgaria) oscilaron entre la influencia rusa y la austro-húngara, si bien Austria-Hungría casi siempre vio como una amenaza la existencia de un Estado eslavo independiente en los Balcanes, como Serbia, que podía ser un atractivo para los croatas y eslovenos, sometidos a los Habsburgo.
Para 1912, año de comienzo de la Primera Guerra Balcánica, las posesiones turcas en Europa se limitaban, fundamentalmente, a Albania, Macedonia, Tracia y la región griega del Epiro.

 

El socialismo balcánico

 

Los cuatro nuevos Estados balcánicos (Grecia, Serbia, Bulgaria y Montenegro) se configuran como monarquías constitucionales, si bien se suceden las luchas y los golpes de Estado entre la burguesía más conservadora, más vinculada a la nueva aristocracia (de origen campesino o burgués, como las propias dinastías serbias), y la más liberal. Mientras tanto, y especialmente en la última década del XIX, el movimiento obrero va adquiriendo fuerza, sobre todo en Bulgaria, al compás de una industrialización acelerada. En 1893 se contabilizan 250.000 trabajadores búlgaros (el 8% de la población).
El primer país balcánico con un partido obrero es Bulgaria: el Partido Obrero Social Demócrata Búlgaro (POSDB) se crea en 1894. Un año después se forma el croata, mientras el serbio no se funda hasta 1903. Ese año registró la división de los socialdemócratas búlgaros, similar a la de los rusos (entre bolcheviques y mencheviques). Los socialistas anchos, minoritarios, teorizan sobre la “causa común” con la burguesía, mientras los socialistas estrechos explican cómo las diferentes burguesías balcánicas, atrasadas y reaccionarias, no juegan ningún papel progresista, que son incapaces de llevar a cabo las tareas democrático-nacionales, y que sólo los campesinos y trabajadores pueden llevarlas a cabo. Es precisamente por eso que la mayoría de los socialistas balcánicos recogen la bandera de las tareas democráticas y nacionales y la unen a la roja bandera de las reivindicaciones obreras; la única forma de desarrollar las fuerzas productivas es mediante una república federal balcánica, que rompa con terratenientes y monarcas, se libere de las presiones imperialistas, realice la reforma agraria y fortalezca al movimiento obrero. Con este programa pretenden ganarse el apoyo de las masas campesinas y de las diferentes minorías nacionales y demostrarles el carácter reaccionario de la burguesía.
La composición mayoritariamente campesina  permite un movimiento agrario fuerte en toda la zona. En 1899, al calor de movilizaciones campesinas, se crea la Unión Agraria Popular Búlgara (UAPB), equivalente a los socialistas revolucionarios rusos.

 

La Primera Guerra Balcánica

 

A principios de siglo tres Estados (Grecia, Serbia y Bulgaria) intentan jugar el papel de potencia regional, aprovechándose de la debilidad turca y buscando padrinos en las grandes potencias europeas. El principal foco de fricción es Macedonia, de la que hablaremos más adelante.
A pesar del conflicto latente, las cuatro monarquías balcánicas (las tres citadas más la montenegrina) son capaces de formar una Liga Balcánica para acabar definitivamente con el dominio turco en Europa. Esto llevó a la Primera Guerra Balcánica (octubre de 1912-junio de 1913).
Esta guerra tenía un contenido progresista, porque la liberación de los territorios ocupados por los otomanos sería también una liberación social. ¿Cuál era la postura de Lenin?: “Los terratenientes de Macedonia [principal región ocupada] (...) son turcos y mahometanos; los campesinos, eslavos y cristianos (...) las victorias de los serbios y los búlgaros significan socavar la dominación del feudalismo en Macedonia, significan crear una clase más o menos libre de campesinos con tierra, significan asegurar todo el desarrollo social de los países balcánicos, frenado por el absolutismo y por las relaciones de servidumbre”4. En sus artículos sobre la situación en los Balcanes, Lenin siempre destacaba el reaccionario papel del zarismo y de la burguesía rusa; un protectorado ruso en la península sería –decía– “la protección del gallinero por la zorra”; bien lo sabían los pueblos polaco y ucraniano, que  eran oprimidos por la bota zarista, malamente pintarrajeada con los colores de la “fraternidad eslava”.
Esta vez la acción y unión de los países balcánicos tenía cierto peligro para las grandes potencias. Gran Bretaña, como sabemos, era aliada del Imperio Turco. En cuanto a austro-húngaros y rusos, “en el fondo, los dos rivales tradicionales eran partidarios de mantener la paz: Rusia no tenía ningún deseo de ver entrar triunfante en Constantinopla al zar de Bulgaria o al rey de Grecia, y los austro-húngaros pensaban que, si se erigían en defensores de la nacionalidad olvidada, Albania, podían conseguir una victoria diplomática e impedir que Serbia se estableciese en las costas del Adriático”5. Rusia, supuesta valedora de los países ortodoxos, necesitaba evitar, para mantener e incrementar su control sobre la zona, que ningún Estado se hiciera excesivamente poderoso; mucho menos podía permitir una unión de todos los países balcánicos, una Federación Balcánica.
Las potencias europeas se reunieron en diciembre de 1912 con los países en guerra, para intentar parar un conflicto que veían peligroso e imponer sus intereses. Sin embargo, no lo consiguieron y la guerra duró cinco meses más, hasta conseguir arrinconar al Imperio turco a una parte de la Tracia, la actual Turquía europea. Albania, que al calor de la guerra se había rebelado contra los otomanos, surgió como país apoyada por Austria-Hungría e Italia.
Esta guerra puso sobre la mesa la posibilidad de una Federación Bal-cánica, que habría supuesto un enorme paso adelante para el desarrollo del capitalismo en la zona y para la solución de los problemas nacionales. Sin embargo, esta salida estaba prácticamente descartada, en el marco de una feroz crisis del capitalismo internacional, que llevaba a cada potencia imperialista a defender con uñas y dientes sus mercados y zonas de influencia y a luchar por arrebatar los ajenos (y que, un año después, desembocaría en la I Guerra Mun-dial). El derecho al desarrollo nacional y a la independencia nacional no existe en la etapa imperialista del capitalismo, salvo para los países capitalistas avanzados.
Por otra parte, el protagonismo en la guerra de las reaccionarias castas monárquicas y de la burguesía constituía un peligro, el de que se impusiera la lucha por los intereses chovinistas de cada monarquía frente a la lucha social. Tal y como explicaba Lenin, “los obreros conscientes de los países balcánicos fueron los primeros que lanzaron la consigna de solución democrática consecuente del problema nacional en los Balcanes. Esa consigna es: República Federativa Balcánica. La debilidad de las clases democráticas en los actuales Estados balcánicos (el proletariado es poco numeroso, los campesinos están oprimidos y fraccionados y son analfabetos) ha conducido a que la alianza, imprescindible económica y políticamente, se haya convertido en una alianza de las monarquías balcánicas”6, y “la liberación completa respecto de los terratenientes y del absolutismo tendría como resultado inevitable la liberación nacional y la plena libertad de autodeterminación de los pueblos. Por el contrario, si pervive el yugo de los terratenientes y de las monarquías balcánicas sobre los pueblos, seguirá existiendo, también inexcusablemente, en mayor o menor grado, la opresión nacional”7. Como efectivamente ocurrió.
Y no sólo eso. Las ambiciones de las clases reaccionarias en Macedo-nia motivaron la Segunda Guerra Balcánica (de junio a julio de 1913), que desde luego no tuvo nada de progresista. Sólo un mes después de firmar la paz con los turcos las tropas serbias y griegas (junto a las rumanas) se enfrentaron a las búlgaras, con las que acababan de compartir trincheras.


El polvorín macedonio

 

Si los Balcanes es el polvorín de Europa, Macedonia es el polvorín de los Balcanes. Esta región es mucho más amplia que el actual país con ese nombre. Es la enorme franja que va desde casi toda la frontera oriental de Albania hasta el mar Egeo, limitando al Este con Tracia y al sur con la Tesalia griega. Su composición étnica era (y es) compleja, no sólo porque hubiera casi “de todo” (búlgaros –que eran mayoría–, griegos, eslavos, rumanos, turcos, judíos, albaneses), sino también porque, en el campo, el contacto entre estos pueblos era prácticamente inexistente: vivían de espaldas en aldeas vecinas, cada una con su lengua y su cultura.
Grecia, Serbia, Bulgaria, e incluso Albania, ambicionan Macedonia, o parte de ella. Esto lleva a las tres primeras, las potencias de la zona, a una cruel lucha, primero en el terreno cultural (una carrera por la creación de escuelas para enseñar cada lengua y de templos de cada una de las tres Iglesias ortodoxas, desde finales del XIX), y luego directamente terrorista (especialmente, de 1904 a 1908). Los comitayis (miembros de bandas), sirviendo los intereses de alguno de los tres reinos, presionan a los campesinos a declararse de una determinada nacionalidad y religión, quemando aldeas y asesinando u obligando a huir a miles de macedonios. Esto es una pequeña muestra de que la “limpieza étnica” no es un invento de ahora, sino un método utilizado desde siempre por los imperialistas y (como en este caso) por sus aprendices.
En 1893 se crea la VMRO (Orga-nización Revolucionaria Interior Ma-cedonia). En un principio, la VMRO “defendía la autonomía de Macedonia con respecto al Imperio Turco, y a la vez un programa social dirigido a los campesinos: reducción de impuestos, reforma agraria, abolición de la usura. Desconfiaban del expansionismo búlgaro y ruso, buscando el apoyo de los políticos británicos y franceses. En sus filas había socialistas y anarquistas”8. La VMRO, donde participaban los socialistas macedonios, organizó un levantamiento en 1903, proclamándose la república (presidida por un socialista), pero fue derrotado tres meses después. A raíz de ello, la Organización se dividió; el sector más derechista se impuso y se convirtió en el brazo armado del chovinismo búlgaro en Macedonia, reprimiendo salvajemente, sobre todo, a la población griega.
Los beneficiarios fundamentales de las dos guerras balcánicas fueron las dinastías y los burgueses de Serbia (que en un año había doblado su extensión) y Grecia (que se queda con la mayor parte de Macedonia y recupera Corfú, Creta y otras islas). La enemistad entre Austria-Hungría y Serbia se fortalece, pues el poderoso Estado eslavo pone sus miras en Bosnia, Croacia y el sur de Hungría (poblada en parte por serbios), territorios todos del imperio de los Habsburgo.

La I Guerra Mundial

Las guerras balcánicas, y en especial la Segunda, fueron un anticipo localizado de lo que vendría poco después: la encarnizada lucha por el dominio mundial, que ensangrentó gran parte del globo de 1914 a 1918. Dos imperios en decadencia, Austria-Hungría y Rusia, se debatían entre la revolución (recordemos la rusa de 1905) y el desmembramiento; ambas, espoleadas por sus rapaces burguesías, necesitaban conquistas territoriales y prestigio militar para enmascarar su crisis. Detrás de ellos se encontraban los auténticos contendientes: los capitalistas de Francia, Gran Bretaña y Alemania, dispuestos a masacrar a la clase obrera (incluyendo la de sus propios países) para lograr el trozo más grande de la tarta del mercado mundial.
La actitud traidora de los dirigentes de la II Internacional, que, violando los principios marxistas, apoyan a sus diferentes burguesías, contrasta con la actitud internacionalista de la mayoría de los socialistas balcánicos, que denuncian la guerra imperialista, y a la burguesía de sus propios países como primer enemigo. El auténtico espíritu comunista, desconocido por los burócratas estalinistas yugoslavos que sin casi transición se reconvirtieron en feroces nacionalistas serbios, croatas o eslovenos (los Milosevic, Tudjman y Kucan), quedó reflejado en el valiente acto de los diputados socialistas serbios, de votar en contra del Gobierno cuando pedía el apoyo de todos los partidos para detener la agresión austro-húngara.
La actitud internacionalista de los socialistas balcánicos se concreta en 1915 con la creación de la Federación Socialdemócrata Balcánica, que une a los partidos de Rumanía, Grecia, Bulgaria y Serbia, y que tendría continuidad a principios de los años 20 con la Federación Comunista Balcánica, “el primer paso práctico y decisivo dado en pro de la unificación de los pueblos balcánicos”.
Como es bien sabido, fue precisamente la rivalidad, en la zona balcánica, de Austria-Hungría y Serbia, el motivo inmediato de la guerra, y el “accidente que reflejó la necesidad” el asesinato del príncipe heredero austríaco, por parte de un joven bosnio vinculado a la “Mano Negra” (sociedad secreta serbia de carácter chovinista y militarista).
Todos los países balcánicos participan en la “I Gran Matanza” imperialista. Grecia, Albania, Montenegro y Serbia, junto a Francia, Gran Bretaña y Rusia. Bulgaria, en el bando de Alemania, Austria-Hungría y Turquía.
La guerra fue una tragedia para todos los pueblos. Según John Reed9, el periodista comunista americano (que fue corresponsal en la zona), sólo en la primavera de 1916 murieron de tifus 300.000 serbios, el 9% de la población. La dramática experiencia de muerte, destrucción, epidemias y hambre, es lo que lleva a las masas de toda Europa a cuestionarse lo que, durante décadas enteras, no se les ha ocurrido cuestionar. ¿Quiénes les han llevado a esta situación? ¿Cómo acabar con ella? El choque de la realidad con la conciencia, espoleándola, y el ejemplo de la Revolución bolchevique, dieron alas a los partidos comunistas recién formados, y abrieron la puerta a una etapa de convulsiones sociales y políticas.

 

Época de revoluciones

 

La Revolución de Octubre marcó el camino a las masas. “En el frente de Dobruya, la confraternización entre los soldados rusos, alemanes y búlgaros se convirtió en una manifestación constante (...). En el frente de Salónica (...), entre los soldados búlgaros se originó un potente movimiento por el cese inmediato de la guerra (...), fueron divulgadas octavillas de contenido revolucionario y se crearon comités y células clandestinas de soldados. A pesar de los arrestos en masa y hasta de fusilamientos de miles de soldados, el movimiento ganaba cada vez mayor terreno y encontró su suprema y elocuente expresión en las sublevaciones de soldados de 1918 en Dobro-pole y ante las mismas puertas de Sofía”10. Ante la presión de las masas, el zar búlgaro Fernando tuvo que liberar al dirigente campesino Stambulisky, encarcelado por su oposición a la guerra, y abdicar en su hijo Boris.  
La correlación de fuerzas en Bulgaria, tan desfavorable a la casta monárquica y a la burguesía, les obligó a permitir la dictadura verde de Stambulisky, de la UAPB. Éste, con apoyo de masas entre los pequeños propietarios, tomó medidas favorables a ellos, entrando en enfrentamientos con la burguesía, aunque a la vez reprimió al movimiento obrero.
Al calor de la situación, los partidos socialistas de la zona rompen en su mayoría con la II Internacional y se transforman en partidos comunistas, logrando rápidos progresos. El Partido Comunista Búlgaro (PCB) alcanza el 24% de los votos en las elecciones de 1920; el Partido Comunista Yugos-lavo, creado en 1920, se presenta  ese mismo año a las elecciones para cubrir la Asamblea Constituyente y obtiene casi un 15% de los diputados, además de ser la primera fuerza en Belgrado (antes de acabar el año el PCY es ilegalizado y pasa a la clandestinidad). Ese año es de acción huelguística y campesina en Yugosla-via, destacando la huelga general del transporte y la de los mineros eslovenos, que duró más de medio año, y a la que se sumaron los mineros bosnios; en 1921 fueron militarizados los ferrocarriles y las minas.
La inestabilidad social se mantiene en los Balcanes hasta 1925. En 1924 una insurrección campesina en Albania derroca a Ahmed Zogú, representante de los señores feudales, y coloca en el Gobierno, con un programa de reformas sociales, al obispo ortodoxo Fan Noli. La indecisión de éste en llevarlo a cabo permitiría a Zogú volver al poder ese mismo año. En cuanto a Grecia, una de las causas fundamentales del golpe de Estado del general Pangalos, en 1925, fue el crecimiento del apoyo de los comunistas.

 

La creación de Yugoslavia

 

La idea de una federación yugoslava (es decir, de los eslavos del sur) es muy antigua. Fue el ideal de los sectores más avanzados, de los liberales en la primera mitad del XIX. Ellos pensaban (con razón) que era la precondición para romper el lastre feudal, crear un sentimiento nacional unitario y desarrollar las fuerzas productivas. Esta idea se fue convirtiendo en un objetivo para las masas de croatas, eslovenos y serbios sometidos a los Habsburgo, especialmente desde que Serbia conquistó su independencia. El Movimiento Ilirio de los Eslovenos, Croatas y Serbios fue mayoría en el parlamento de Zagreb entre 1906 y 1918.
Uno de los principales resultados de la I Guerra Mundial fue la creación del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (Yugoslavia a partir de 1929), bajo la dinastía serbia de los Karageorgevic. Su territorio era similar a la de la Yugoslavia de Tito, salvo por la península de Istria, que permaneció en poder de Italia. Este nuevo país fue la consecuencia del desmembramiento del Imperio Austro-Húngaro, tras su derrota. Pero su aparición no fue artificial, sino que conectaba con los deseos de las masas. En julio de 1917 el Comité Yugoslavo (grupo de emigrados burgueses de Croacia y Eslovenia), con el patrocinio de Estados Unidos y Gran Bretaña (interesada en crear un Estado fuerte que frenara a Austria por el sur), y Serbia, llegan al acuerdo de defender al final de la guerra una Yugoslavia monárquica; al acuerdo se unen Montenegro (que acaba de destronar a su rey) y representantes bosnios y herzegovinos. En septiembre de 1918, una Junta Nacional dirigida por el esloveno monseñor Korosec toma el poder en Zagreb y proclama la unión de eslovenos, croatas y serbios.
En diciembre de 1918 nace el nuevo Estado, que desde el principio es incapaz de aunar –como no podía ser de otra forma– los intereses de los diferentes pueblos y clases sociales. Ni la homogeneidad eslava (las minorías nacionales no eslavas, como las de albaneses y húngaros, tenían poco peso en el conjunto del reino), ni la experiencia común de la opresión nacional sufrida durante siglos, podían ser una garantía de solución al problema nacional. Sólo un aumento significativo del nivel de vida, basado en el desarrollo de las fuerzas productivas, unido a un respeto exquisito de los derechos de todas las nacionalidades, podía lograrla. Pero esto no lo podía conseguir una clase social en crisis en todo el mundo, como era la burguesía, y menos en una zona atrasada, donde ni siquiera era capaz de eliminar la reliquia feudal de las testas coronadas. Aunque se toman algunas medidas para favorecer el capitalismo (se reparten los latifundios, en beneficio fundamentalmente de la burguesía agraria11), Yugoslavia es un país atrasado, donde el 80% de la población son campesinos y el analfabetismo alcanza el 50%.
En breve tiempo la monarquía y la burguesía serbias demostrarán a las masas su incapacidad para solucionar las contradicciones nacionales y sociales. En 1921 se aprueba una Constitución centralista, a medida del chovinismo serbio. Las burguesías de las diferentes nacionalidades estimulan los enfrentamientos nacionalistas, de forma muy parecida a lo que ocurre tras la desintegración de la Yugoslavia titista; la principal contradicción se da entre los serbios, nacionalidad dominante, y los croatas, la minoría más importante.

 

Tendencia al bonapartismo

 

Las etapas de crisis aguda del capitalismo dan poco margen a las democracias burguesas. Las someten a tensiones insoportables, en dos direcciones: la de la revolución y la de la contrarrevolución. Estas tensiones se multiplican en el caso de los países atrasados; las potencias imperialistas en crisis les aplastan, como si fueran ciempiés en una estampida de búfalos heridos. Si la revolución no triunfa en estos países, la tendencia es a la aparición de regímenes bonapartistas burgueses, donde hombres fuertes imponen las decisiones, en beneficio de las clases reaccionarias, y apoyándose para ello en la represión policíaco-militar y en un cierto equilibrismo entre diferentes clases sociales. El período de entreguerras en Europa reúne todas estas características. Uno tras otro, todos los Estados balcánicos caen en el bonapartismo, bajo la influencia de la Italia fascista o de la Alemania nazi. El primero es Albania, donde Ahmed Zogú, en 1925, se hace nombrar rey, convirtiendo el nuevo reino en un satélite de Italia. En Yugoslavia, el rey Alejandro I impone su dictadura en 1929. En Grecia, tras un período de inestabilidad y crecimiento del apoyo a los comunistas, el general Ioannis Metaxas disuelve el Parlamento (1936).
En Bulgaria, en junio de 1923, los partidos burgueses, utilizando al Ejército y a los exiliados macedonios de la VMRO, dan un golpe de Estado y desplazan a la Unión Agraria, imponiendo un régimen de terror sobre trabajadores y campesinos. La dirección comunista comete un grave error, analizado por la Internacional Co-munista: mientras muchos militantes luchan codo a codo con los campesinos de la Unión contra el golpe, los dirigentes se mantienen pasivos, considerando que lo que se da es un enfrentamiento entre dos sectores de la clase dominante. Por otra parte, la represión salvaje de los agrarios y la negativa experiencia del Gobierno anterior lleva a la UAPB a un proceso de radicalización que culmina en un frente único con el PCB. La experiencia de la dictadura verde demuestra que: “1. Los campesinos, por más organizados que estén, no están en condiciones de conservar por sí solos [sin contar con la clase obrera] y durante largo tiempo el poder estatal (...). 2. Con una política de medias tintas que conserva las bases del régimen burgués jamás puede eliminarse a la burguesía del poder”12. En septiembre las provocaciones del Gobierno convierten la huelga general convocada por comunistas y agrarios en una insurrección; la lucha en las calles se mantiene durante dos semanas. En noviembre se celebran elecciones, y a pesar del terror blanco y de la clandestinidad del PCB, la candidatura de frente único obtiene 300.000 votos, el 30%.
Económicamente, los Balcanes están dominados por Alemania, que compra sus materias primas y productos agrícolas (trigo, maíz, tabaco) y vende, en un intercambio desigual, las manufacturas que necesita (maquinaria agrícola, productos químicos). En 1938 Bulgaria vendió el 75% de sus exportaciones a Alemania.

 

La II Guerra Mundial

 

La crisis capitalista, redoblada a partir de 1929, y el fracaso en extender la Revolución Rusa a toda Europa y China, abrieron las puertas al horror de la guerra. Esta vez la carnicería se adueñó de casi todo el planeta, multiplicando la sangre derramada y la barbarie de 1914-18. Era imposible que una zona estratégica como los Balcanes se pudiera mantener al margen del enfrentamiento imperialista entre Alemania e Italia, por un lado, y Francia y Gran Bretaña, por otro. En 1939 las tropas de Mussolini invaden Albania en un paseo militar, y un año después descienden a Grecia para ocuparla, sufriendo ahí la primera derrota militar del Eje. Los nazis son obligados, por la debilidad de sus aliados fascistas, a invadir el país helénico, en 1941. Bulgaria se convierte en aliada del Eje (a cambio del permiso nazi para apoderarse de Tracia y Macedonia); la situación en Yugos-lavia es diferente.
En los últimos años la dictadura del príncipe Pablo, regente yugoslavo tras el asesinato de Alejandro I, había tenido una política de acercamiento hacia la Italia fascista. El 27 de marzo de 1940, inmediatamente después de que el príncipe Pablo se adhiriera al Pacto Tripartito entre Alemania, Italia y Japón, el general serbio Bora Mirkovic, partidario de romper con el Eje, toma el poder, en un ambiente de grandes manifestaciones antifascistas en Serbia y Croacia. Diez días después comienza la agresión nazi, con el bombardeo masivo de Belgrado. El Ejército yugoslavo sólo resistió ocho días; su carácter se ve reflejado en su negativa a decretar la movilización general por temor a armar a los trabajadores y campesinos.
Las tropas alemanas, italianas, búlgaras y húngaras, ocupantes de Yugoslavia, desmembraron el país y utilizaron en su beneficio el odio entre los diferentes pueblos, acumulado durante veinte años. Italia se apropió del sur de Eslovenia, la costa dálmata y Kosovo. El norte esloveno fue para Alemania, la Voivodina para Hungría y la Macedonia yugoslava (como la griega) para Bulgaria. Del resto, se crearon tres Estados: la Gran Croacia, una Serbia reducida y un Montenegro sometido a Mussolini. La creación de la Gran Croacia (que incluía a Bosnia), por parte de los nazis, tenía como objetivo conseguir un apoyo de masas entre la población croata. Mientras en Serbia impusieron un Gobierno colaboracionista dirigido por el general Nedic, en Croacia dieron el poder a Ante Pavelic y sus ustasha (terroristas ultranacionalistas organizados desde 1929 y financiados por Italia y Hungría).


Empieza la Resistencia yugoslava


Los nazis y fascistas y sus numerosos colaboradores sometieron a Yugosla-via al terror de masas. La guerra supuso la muerte del 10% de la población. Sólo en los campos de exterminio fueron asesinadas 700.000 personas. Los ustasha se destacaron por la masividad y el salvajismo de sus matanzas. Herman Neubacher, enviado nazi a los Balcanes, escribe en un informe a Hitler: “Cuando los dirigentes de los ustasha dicen que han exterminado a un millón de serbios (incluyendo a recién nacidos, niños, mujeres y viejos), pienso que exageran para vanagloriarse. Según los informes que he recibido, evalúo el número de personas desarmadas que han sido muertas en sólo tres cuartos de millón”13. En cuanto a otras minorías, se calcula que asesinaron a tres cuartas partes de todos los judíos de Croacia y Bosnia y a prácticamente todos los gitanos.
La oposición armada fue obra de dos grupos: el Partido Comunista de Yugoslavia (que contaba con 36.000 militantes en 1940) y los chetniks del general Drazan Mijailovic. Los chetniks eran nacionalistas serbios, ferozmente monárquicos y anticomunistas; se enfrentaban de forma sectaria a los croatas y musulmanes bosnios, pero eran incapaces de organizar una resistencia real a los alemanes o italianos. De hecho, en la medida que crecía la fuerza de la Resistencia comunista, los chetniks entraron en colaboración con el general Nedic y las tropas invasoras. Mijailovic y 12.000 de sus hombres participaron en la ofensiva de éstas, de la primavera de 1943, contra los partisanos de Tito, en Herzegovina.
La guerra de liberación de Yugoslavia fue una gesta histórica. En sólo tres años, el Movimiento de Liberación Nacional (MLN, dirigido por el PCY) fue capaz de liberar casi todo el país, sólo con el limitado concurso (en la fase final) del Ejército Rojo. El terror masivo y la miseria llevó a decenas de miles de yugoslavos a participar en la Resistencia (el MLN contaba con 300.000 partisanos a comienzos de 1944), que luchó heroicamente contra cuatro ejércitos extranjeros (incluyendo el nazi, el más poderoso de Europa tras el soviético), contra los colaboracionistas de Nedic y los chetniks, contra los ustasha, y contra los Jóvenes Musulmanes en Bosnia, la Guardia Blanca en Eslovenia y la VMRO en Macedonia (todos grupos pro-nazis).
Derrotar a todas esas fuerzas reaccionarias, sin el apoyo de los aliados, hubiera sido imposible sin un programa por el que valiese la pena luchar e incluso morir. Un programa que, desde luego, no podía ser la Yugoslavia monárquica, capitalista y opresora de las minorías nacionales. El atractivo del MLN era que luchaba por una Yugoslavia federal, democrática y que diera satisfacción a las profundas aspiraciones de las masas: eliminación de las grandes propiedades agrícolas, banca pública, un nivel de vida digno, etc. Aunque el PCY no lo reconocía, esto sólo podía realizarse rompiendo con el capitalismo, es decir, nacionalizando y planificando las grandes empresas y la banca y socializando, aunque fuera paulatinamente, la tierra.

 

Guerra revolucionaria en Yugoslavia

 

De hecho, no se trataba de un ideal, sino de una realidad. La Resistencia llevó a cabo una guerra revolucionaria en los territorios que iba liberando. Una vez eliminada en una aldea, ciudad o zona la autoridad del ocupante o de sus títeres, era sustituida por un Comité Popular de Liberación (CPL). Las grandes empresas no tenían dueño, ya que los burgueses acompañaban a los vencidos en su retirada, así que la única posibilidad de mantener la producción era controlarla y planificarla, por parte del CPL. Algo parecido ocurría con las tierras, que eran socializadas o repartidas. Esta política fue la clave para ganar un apoyo de masas, especialmente entre los campesinos, y con él la guerra.
La composición nacional del MLN reflejaba cómo ese programa era capaz de unir a las diferentes nacionalidades y de vencer al clima de odios nacionales y sectarismo promovido por los ocupantes y los chetniks. El 44% de los militantes eran serbios, el 30% croatas, el 10% eslovenos, el 5% montenegrinos y el 2,5% macedonios y eslavos musulmanes.
En varias ocasiones Tito ofreció a organizaciones burguesas como la de los chetniks la colaboración, la creación de un frente popular, como la que habían formado los partisanos comunistas en Francia e Italia. En palabras de V. Dedijer, militante del PCY: “Propusimos a ciertos partidos la creación de un frente popular para la independencia nacional, la democracia interior y la mejora de las condiciones de vida. Pero la mayoría de los partidos burgueses iban a remolque de las grandes potencias y descuidaban los intereses de la madre patria; rechazaban por tanto cualquier propuesta de colaboración, incluso la de participar en un frente popular, por el miedo de que allí existiera algún peligro para ellos (...). Las gentes del pueblo se agrupaban en torno a nuestro programa y el partido comunista se convirtió en una gran fuerza patriótica y revolucionaria”14. El carácter extremadamente reaccionario de la oposición monárquica en el exilio le impidió aceptar, no ya una Yugoslavia republicana, sino siquiera un referéndum para decidir el tipo de Estado... hasta septiembre del 44, momento en el que comprende que la correlación de fuerzas es abrumadoramente favorable a los comunistas.
La población (en especial la campesina), no sólo veía al MLN como revolucionaria, sino como profundamente patriótica; de hecho era patriótica porque era revolucionaria; la única forma de conseguir una Yugoslavia con apoyo de masas, sin divisiones nacionales, y libre de las tradicionales maniobras de las potencias capitalistas, era transformando la sociedad.
El 26 de noviembre de 1942 se reúnen en Bihac (la capital bosnia) representantes de todos los Comités, formando el Consejo Antifascista de Liberación Nacional de Yugoslavia (AVNOJ). Se trataba de una especie de asamblea nacional surgida desde los órganos de poder obrero y campesino, aunque dirigida por un liberal (el croata Ivan Ribar). El AVNOJ aprobó un programa que, además de elecciones libres y de una federación de repúblicas iguales en derechos y con amplias competencias, garantizaba la propiedad privada.
Pero los acontecimientos forzaban a la ruptura con el capitalismo. Las fuerzas objetivamente interesadas en este sistema de explotación, o bien estaban en retirada según avanzaba la liberación, o bien se nucleaban en torno al Gobierno monárquico exiliado en Londres, cuyo único papel en la Resistencia fue apoyar a los desprestigiados chetniks. La única forma de mantener el capitalismo era la imposición militar extranjera, como de hecho ocurriría en Grecia.

 

Las maniobras de Churchill

 

En este sentido, Winston Churchill, el primer ministro conservador de Gran Bretaña, insistió en varias reuniones de los aliados, especialmente en la Conferencia de Teherán (diciembre de 1943). Su plan era abrir un frente en los Balcanes, organizando un desembarco similar a los de Italia y Francia. Con estos desembarcos los imperialistas introdujeron un elemento disuasorio, para el caso de que la Resistencia comunista se planteara extender los órganos de poder popular existentes y acabar con el capitalismo. Caso que no se dio, porque la dirección estalinista de PCF y PCI era fiel defensora de los intereses de la burocracia en el poder en la URSS. A los burócratas de Moscú no les interesaba que países avanzados como Italia y Francia rompieran con el sistema, primero porque eso significaba una confrontación implacable con el imperialismo (con el que creían posible una coexistencia pacífica), y segundo porque una economía planificada conseguida a través de la revolución (especialmente en un país avanzado) hubiera sido difícil de controlar por parte de los estalinistas soviéticos (como demostraría el caso de Yugoslavia), e incluso hubiera podido convertirse en un referente para los trabajadores de la URSS, ferozmente sometidos por la policía política. El triunfo de la acción de masas en un país siempre llama a la acción de masas fuera de sus fronteras.
Churchill no convenció a Franklin D. Roosevelt, el presidente estadounidense, que estaba más preocupado por el arrollador avance del Ejército Rojo por Europa Central y consideraba prioritario impedir que Alemania cayera en manos soviéticas y se perdiera para el capitalismo. No obstante, las tropas británicas, por su cuenta, sí desembarcaron en Grecia en el otoño de 1944, aunque no se atrevieron a pasar a Yugoslavia (prácticamente liberada).
Stalin no estaba interesado en una guerra revolucionaria en Yugoslavia. En el reparto de zonas de influencia por parte de las potencias victoriosas, Italia, Francia y Grecia correspondían a la zona de influencia americana y Yugoslavia era un territorio a compartir.
Los desencuentros entre los dirigentes comunistas yugoslavos y los soviéticos no se empiezan a producir en 1949, año de su ruptura política, sino en la etapa de la Resistencia. El Gobierno soviético reconoció a Mijailovic, el dirigente chetnik, como líder de ésta, ofreciéndole ayuda material e incluso el envío de una misión militar a su cuartel general, mientras negaba armas a los auténticos partisanos, escudándose en las dificultades técnicas. Stalin presionó a Tito en repetidas ocasiones para que fuera más flexible en su programa político, y así llegar a un acuerdo con los chetniks. Cuando se reúne por segunda vez el AVNOJ (a finales de 1943) y decide considerarse Gobierno legítimo, frente al Gobierno monárquico en el exilio, y prohibir a la dinastía Karageorgevic la entrada en el país, los burócratas soviéticos le dan a Tito un tirón de orejas. Le envían el mensaje de que Stalin está “extremadamente descontento”, y de que esas decisiones son una puñalada por la espalda contra la URSS, que en ese momento intenta llegar a un acuerdo con el imperialismo en la Conferencia de Teherán. Los estalinistas soviéticos no podían entender, en su cortedad de miras política, lo que los dirigentes del PCY, también formados en la escuela del estalinismo, comprendían por puro empirismo: desbaratar los comités populares (es decir, el poder de las masas organizadas), o supeditarlos a los intereses de los chetniks, de la monarquía o del imperialismo, hubiera sido colocar la cabeza de la resistencia en la guillotina (y la de muchos militantes y dirigentes  comunistas). Ésta fue la experiencia en Italia, Francia y Grecia. Y cualquier concesión política de importancia, que debilitara el poder de los Comités y desmovilizara a las masas, hubiera ido en ese sentido.
Tras muchas presiones de Stalin y de los aliados, en septiembre de 1944 el PCY llega a un acuerdo con el Gobierno monárquico en Londres. Mientras éste rompe con los chetniks, el PCY se compromete a compartir el poder tras la liberación, a través de un “Gobieno de unidad nacional”, donde la Resistencia sólo tendría dos representantes. Este Gobierno organizaría un referéndum sobre la forma de Estado. La oposición burguesa intentaba la misma táctica que en Italia y Francia, utilizar el inmenso prestigio de los partisanos para “normalizar la situación”, o sea, reducir el poder de los Comités y hacer revivir el Estado capitalista.
Sin embargo, la realidad fue más terca que los sueños reaccionarios del rey yugoslavo y de Churchill. Sólo dos meses después del acuerdo con los monárquicos, y legalizando la situación existente, el AVNOJ aprueba la expropiación de las propiedades del capital alemán y de los colaboracionistas, que constituye el grueso de la industria.
El 20 de octubre de 1944 Belgrado es liberado por la concertación de los partisanos con tropas soviéticas y búlgaras. El 15 de mayo de 1945 toda Yugoslavia está en manos de los partisanos, los campesinos y los obreros. En marzo se ha formado un Gobierno provisional, donde, reflejando la correlación de fuerzas (y a pesar del acuerdo de septiembre), dominan los comunistas y sólo hay tres ministros monárquicos; éstos dimiten al poco tiempo. En agosto este Gobierno aprueba la división de la gran propiedad agraria, al 50%, entre el Estado y los campesinos y ex partisanos, iniciándose un proceso de colectivización de la tierra.
En las elecciones a la Asamblea Constituyente (en noviembre), el 90% de los yugoslavos vota al Frente Democrático (PCY y aliados). En 1946 se elabora la Constitución, en 1947 se inicia el primer plan quinquenal y en 1948 toda la economía está prácticamente nacionalizada.

 

El capitalismo, en retroceso

 

Con el fin de la II Guerra Mundial, a la vista está lo que el capital puede ofrecer a la humanidad: destrucción, hambre, fascismo, explotación. Sólo el enorme esfuerzo y sacrificio de la clase obrera mundial ha logrado la victoria sobre el fascismo; el sacrificio de los partisanos en muchos países, de los trabajadores reclutados en los Ejércitos aliados (los jóvenes de la burguesía y de sectores de las capas medias escurrieron el bulto), y sobre todo del Ejército Rojo, primera causa de la derrota de Hitler.
El péndulo de la sociedad, de 1945 a 1949, gira hacia la izquierda, desde Japón hasta Gran Bretaña. En China la guerra campesina vence y el capitalismo pierde al país más poblado del mundo. Y en toda Europa el prestigio del Ejército Rojo (ariete de un sistema superior al capitalismo, aunque lastrado por el régimen burocrático) y de los partisanos comunistas, auténticos liberadores del yugo fascista, se extiende entre las masas de la ciudad y el campo. El estalinismo soviético, que es visto como la representación de la Revolución de Octubre y como el artífice de la victoria, sale reforzado.
La liberación de Bulgaria por el Ejército Rojo, en septiembre de 1944, fue rapidísima, una vez éste había llegado hasta el Danubio (la frontera norte); seis horas tardó el Gobierno monárquico en rendirse. Hay que decir que en este país la Resistencia (el Frente Patriótico, con comunistas, agrarios y demócratas) jugó un papel importante, organizando una insurrección para facilitar la llegada de los soviéticos a Sofía; el PCB era en ese momento el partido más fuerte y organizado. En noviembre de 1945 se celebraron elecciones a Asamblea Constituyente y el Frente Patriótico obtuvo el 58% de los votos. En septiembre de 1946 el 93% de los búlgaros se posicionaron a favor de instaurar una “república popular”. En las primeras elecciones legislativas, el Frente tuvo el apoyo del 75%.
La burguesía internacional ha explicado la implantación en toda Europa del Este de regímenes a imagen y semejanza de la URSS (regímenes con economía planificada y control burocrático) por la coacción de los soldados soviéticos. Nada más falso.
El interés de los burócratas estalinistas soviéticos no era romper con el capitalismo en ningún país, mucho menos ayudar a implantar democracias obreras, que pudieran desestabilizar su propio régimen. Lo que buscaban, una vez inevitable la confrontación con el imperialismo, era una zona de influencia, países capitalistas donde los partidos comunistas (y a través de ellos la URSS) influyeran decisivamente. Según el informe que Zdanov hace para la Conferencia Fundacional de la Kominform15, en 1947, el “campo antiimperialista” (la zona de influencia soviética) tiene como tareas “la lucha contra la amenaza de nuevas guerras y contra la expansión imperialista, el fortalecimiento de la democracia y la extirpación de los restos del fascismo”, así como “asegurar una paz democrática duradera”. Escribe Fernando Claudín: “Ni en el informe de Zdanov, ni en la Declaración de los Nueve [los nueve partidos comunistas presentes], se dice una palabra sobre la lucha por el socialismo en los países del capital, ni siquiera como una perspectiva lejana ligada a los objetivos inmediatos. Omisión que no puede considerarse casual, teniendo en cuenta que era la primera definición de la estrategia mundial del movimiento comunista (...). Las dos acciones revolucionarias de mayor envergadura que estaban en curso en el momento de crearse la Kominform, las que encerraban una promesa más inmediata de desembocar en revolución socialista –la guerra civil china y la insurrección griega- son totalmente silenciadas”16. El mismo Georgi Dimitrov17 lo deja claro, declarando, nada más ser nombrado, en 1946, jefe del Gobierno búlgaro, que “nuestra tarea inmediata no es la realización del socialismo, ni la introducción de un sistema soviético, sino la consolidación del régimen demo-crático y parlamentario”18.
La variable con la que no contaba Stalin en sus ecuaciones eran las masas. Masas que, habiendo sufrido incontables desgracias bajo el fascismo, no estaban dispuestas a que los regímenes reaccionarios de antes de la guerra volvieran, como si nada hubiera pasado. Sobre todo, allá donde los partisanos o el Ejército Rojo habían traído la liberación. En Bulgaria, Yugoslavia y Albania (liberada también por la Resistencia), como en Checoslovaquia, la ruptura con el capitalismo fue el resultado de la participación activa de las masas, así como de un factor que operó en toda Europa del Este: no existía una burguesía dispuesta a contemporizar con los intereses de la URSS, y que por tanto no se arrojara a los brazos del imperialismo americano; el peligro del comunismo no era su dirección, era su base social, su apoyo de masas, de masas que querían la revolución. La única razón por la que partidos burgueses y comunistas compartieron (durante breve tiempo) el Gobierno, en países como Francia e Italia, fue porque era necesario para recuperar el poder perdido. Una vez logrado, los partidos comunistas fueron inmediatamente desplazados.
Si los burócratas estalinistas no tenían en el Este europeo ninguna burguesía en la que apoyarse, sólo les quedaba apoyarse en los campesinos y trabajadores. Y para ello era inevitable nacionalizar las grandes empresas y acabar con los latifundios. No obstante, lo que se implantó en todos estos países no fue la democracia obrera de la Rusia de Lenin y Trotsky, sino el Estado burocrático y autoritario de Stalin, una caricatura del socialismo.
A pesar de ello, los 40 años de ruptura con el capitalismo en los Balcanes (salvo Grecia) significaron un paso adelante en muchos sentidos. Ha sido la época de mayor estabilidad entre los diferentes países, de industrialización, y de aumento general del nivel de vida. Por supuesto, a un coste mucho mayor que el de un régímen de democracia obrera, donde la economía está controlada democráticamente por la mayoría de la sociedad. El control policiaco-militar, la represión, la censura, la imposición del elogio a los dirigentes, no son rasgos del auténtico socialismo, sino de esa enorme deformación llamada estalinismo.

 

Guerra civil en Grecia

 

Grecia es el único país balcánico que se mantuvo en el capitalismo. Sin embargo, el capital estuvo a punto de perderla, y sólo fue con la intervención de tropas británicas y estadounidenses, con una dura represión y con la complicidad de Stalin como lo evitó.
En el verano de 1941 las tropas nazis ocupan el país. En el otoño, comienza la Resistencia, por parte de dos grupos: el ELAS (Ejército Nacional de Liberación) y el EDES (Ejército Griego Nacional Democrático). El ELAS aglutina a socialistas, republicanos y el EKK (Partido Comunista Griego); el EDES tiene un carácter conservador y anticomunista. Son los equivalentes al MLN yugoslavo y a los chetniks, y también lucharon entre sí.
En mayo de 1944 la existencia de dos Gobiernos griegos antifascistas refleja el doble poder. Por un lado está el Gobierno en el exilio, formado por monárquicos y liberales; por otro, el Comité Provisional de Liberación Nacional (PEEA), surgido del ELAS. La correlación de fuerzas, favorable a la izquierda, se puede ver en dos hechos. Primero, en que en el otoño el ELAS, por sí solo, ha liberado la mayor parte de Grecia. Segundo, en que ese mismo año la flota griega amarrada en Egipto (que se había integrado en el Ejército británico ante la ocupación nazi) se amotina exigiendo el reconocimiento del PEEA; este motín es brutalmente reprimido y 35 militares son condenados a muerte.
Si los dirigentes del EKK (principal partido del ELAS) hubieran tenido una política marxista consecuente, aprovechando su prestigio y desenmascarando a la monarquía (cómplice de la dictadura de Metaxas) y a las fuerzas burguesas, la reacción apenas habría tenido posibilidades de rehacerse. Sin embargo, en el otoño de 1944, “dos días después de la evacuación de Atenas por los alemanes, [los británicos] entraban en la capital sin que los comunistas (...) hubieran intentado aprovechar este plazo para adueñarse del poder”19. Desde entonces y hasta febrero, la guerra civil es un hecho. El Gobierno reconocido por el imperialismo intenta arrebatar el poder a los partisanos en todo el país, usando para ello a los militares colaboracionistas de los nazis. En febrero de  1945, la dirección partisana comete un grave error: el acuerdo de Varkiza. Un acuerdo de reparto del poder, por el que la voz cantante la lleva la burguesía; seis miembros de la izquierda se integran en un Gobierno de “unidad nacional”.
Este acuerdo coincidía plenamente con los deseos de Stalin, que, en una entrevista con Churchill el 9 de octubre del 44, se había desentendido totalmente del “problema griego”. Sin embargo, un sector del EKK se opone al acuerdo, porque se da cuenta de que supone reforzar el poder de la clase enemiga, y liquidar el control que tienen las masas a través de sus milicias; el VIII Congreso del EKK reconoció que fue “una capitulación ante los imperialistas ingleses y la reacción griega”. Efectivamente, el nuevo Gobierno, juzgando imposible la desmovilización total de la guerrilla, pretende reducir el ELAS e integrarlo en el Ejército burgués como una brigada más. Esta provocación es aceptada por los dirigentes comunistas, pero luego tienen que dar marcha atrás. Paralelamente, grupos paramilitares monárquicos, al amparo de las tropas británicas, se dedican a una campaña sistemática de terror.
El 3 de diciembre la tensión entre los dos poderes (el Gobierno de coalición, donde participa la Resistencia, y el ELAS, que sigue controlando la mayor parte del país) estalla, con enfrentamientos en Atenas. Resurge la guerra civil, a la vez que se suceden las huelgas y manifestaciones. El 11 de enero de 1946 el ELAS tropieza en la misma piedra, decretando una tregua. El 31 de marzo, para ganar autoridad, el Gobierno burgués organiza elecciones, pero ningún partido de izquierdas participa, protestando así por la intimidación armada del Ejército británico y de los paramilitares a favor de los partidos derechistas. El 40% del electorado se abstiene. En mayo estallan insurrecciones en el norte. El EKK reorganiza la Resistencia, con el nombre de Ejército Democrático, en Macedonia y el Epiro. Desde entonces hasta 1948, los comunistas ganan continuamente posiciones, hasta llegar a pocos kilómetros de Atenas. El imperialismo británico, reflejando su debilidad tras la guerra mundial, se ve impotente de frenar el avance, y es sustituido por el imperialismo emergente: el estadounidense. Los americanos incluyen a Grecia en el Plan Marshall (como forma de aumentar el nivel de vida y reducir el apoyo a los comunistas), y refuerzan el Ejército burgués con envíos masivos de armas y asesores.
En octubre de 1949, el Ejército Democrático reconoce la derrota. Muchos factores llevan a ella, pero el decisivo fue el de la dirección. Las vacilaciones en los momentos decisivos se pagan caro. Los dirigentes estalinistas del EKK habían sido educados en ideas como que los burgueses británicos o americanos eran los “aliados democráticos” de la URSS, o como que era posible algún tipo de capitalismo que no fuera hostil a la Unión Soviética y que solucionara los problemas de las masas; su resistencia a entregar las armas fue producto de la presión desde abajo, así como de la constatación reiterada de que los partidos reaccionarios griegos y el imperialismo no podían convivir con unas masas comunistas animadas por el derrocamiento del capital en los países vecinos.
Por otra parte, Stalin no quiere llegar a un enfrentamiento con los imperialistas por Grecia, así que abandona a los partisanos griegos. “Rotas las negociaciones entre la Resistencia y el Gobierno monárquico, mientras los aviones ingleses ametrallaban a la población ateniense, el Gobierno soviético nombraba un embajador ante el Gobierno monárquico griego. Y en la Conferencia de Yalta (...) Stalin declaraba: ‘Tengo confianza en la política del gobierno británico en Grecia”20. Éste fue uno de los motivos de enfrentamiento entre Yugoslavia y la URSS. Obviamente, la mejor defensa del nuevo régimen yugoslavo era que todos los países de la zona balcánica rompieran con el capitalismo, y de hecho la Resistencia yugoslava fue, hasta la ruptura con Stalin por lo menos, el mejor aliado de los comunistas helénicos.  
Tras la ruptura con Tito, los burócratas soviéticos se apresuraron a liquidar la guerrilla griega, donde había muchos simpatizantes de la Yugoslavia titista. Todos los sospechosos de titismo fueron apartados, se rechazó la ayuda militar yugoslava, y por último se purgó a Markos, el dirigente carismático. Su cese fue silenciado durante meses, y tuvo un efecto desmoralizador en las filas comunistas.

 

La ruptura Tito-Stalin

 

La desaparición del capitalismo en casi todos los Balcanes puso sobre la mesa la vieja reivindicación de la Federación Balcánica. Tito y Dimitrov venían hablando del proyecto desde finales del 44. En julio de 1947 se reúnen y llegan a acuerdos para preparar el terreno, como una unión aduanera. En enero de 1948 Dimitrov destapa un proyecto mucho más ambicioso: la “federación o confederación” de todos los nuevos países de “democracia popular”, desde Polonia hasta la Grecia controlada por el EKK. Estos movimientos eran peligrosos para los burócratas soviéticos. El control político de la zona exigía el mantenimiento de Estados nacionales, mejor dicho, de burocracias nacionales lo suficientemente débiles como para no enfrentarse a ellos. El estalinismo muestra así su carácter contradictorio: por una parte mantiene la economía nacionalizada y planificada, lo que desarrolla durante décadas estos países; por otra parte, sustituye el control obrero por el control burocrático, y, con la coartada ideológica del socialismo en un solo país, mantiene los Estados nacionales, traba incompatible con el socialismo. Si el régimen de Stalin hubiera sido realmente socialista, habría unificado todos esos países con la URSS y China, permitiendo un desarrollo combinado de las fuerzas productivas tal que hubiera significado un enorme atractivo para las masas de todo el mundo capitalista.
El proyecto de Federación Balcánica, vetado por el Kremlin, fue una de las principales diferencias entre Tito y Stalin. Hubo bastantes más: la falta de apoyo soviético a la reclamación yugoslava de Trieste (que pretendía Italia), la postura liquidacionista de Stalin con respecto a la guerrilla griega... Pero la cuestión de fondo es otra. Los estalinistas de muchos países del Este debían su posición social, totalmente o en gran parte, al prestigio del Ejército Rojo, pero éste no era el caso en Yugoslavia. Tito y sus compañeros estaban en el poder por el apoyo de masas que tenían. Ellos eran estalinistas de formación, y usaban métodos estalinistas; no estimulaban la participación de las masas en el nuevo Estado, garantizando la máxima libertad para votar a los Comités Populares, fomentando la libertad de crítica, permitiendo el control obrero de la producción –la autogestión era una caricatura–, y estableciendo la democracia obrera tanto dentro como fuera del partido. Ni en el Estado ni en el PCY existía la elección democrática de los cargos, ni la posibilidad de revocación. Los dirigentes héroes de la Resistencia usaban su prestigio para adquirir un status social importante, emancipándose del control de las masas.
Detrás de la ruptura Tito-Stalin no había diferencias ideológicas. Es verdad que Tito acusó a Stalin de burócrata, oportunista, etc., pero Stalin también lo hizo; eran acusaciones que escondían algo más prosaico: los intereses de unos burócratas y de otros chocaban. La experiencia de este siglo demuestra que, si se acepta la teoría del socialismo en un solo país, cada burocracia nacional intentará teorizar sobre su vía al socialismo, y a través de ello defender sus intereses sin supeditarse a los de otra más fuerte. Pero sólo las burocracias que tienen suficiente apoyo (como la yugoslava o la china) pueden hacerlo.

 

La Yugoslavia de Tito

 

Viendo el odio nacional fomentado en lo que fue Yugoslavia por las diferentes camarillas burguesas y por el imperialismo, y sus resultados (matanzas, paro masivo, barbarie), es absolutamente comprensible que muchos trabajadores, de la zona y de todo el mundo, tengan una imagen idealizada de la Yugoslavia de Tito. Y, desde luego, los 40 años de Yugoslavia “socialista” han sido la mejor época que han podido vivir los yugoslavos. La Resistencia había demostrado que era posible superar los conflictos nacionales, siempre y cuando se desplazara a las viejas camarillas reaccionarias y chovinistas y se acabara la explotación capitalista. De hecho, la planificación económica permitió que entre mediados de los 50 y principios de los 60 la producción creciera a un ritmo de más del 10% anual. Sin embargo, independientemente de las intenciones de los dirigentes, cualquier régimen de planificación burocrática lleva el germen de su propia crisis.
El aumento del nivel de vida fue una de las bases para aumentar la cohesión nacional yugoslava. La otra fue una inteligente política nacional. Yugoslavia se estructuró como una federación de seis repúblicas: Serbia, Croacia, Eslovenia, Montenegro, Macedonia y Bosnia-Herzegovina. Además, dentro de Serbia tenían autonomía la Voivodina y Kosovo, autonomía que fue reforzada en 1974 para equipararla a la de las seis repúblicas.
Hasta ahora, en este artículo, no hemos hablado casi nada de Bosnia-Herzegovina. No por capricho. La población de esta zona es, casi homogéneamente, eslava, es parte del mismo pueblo que los croatas y serbios, que, como sabemos, sólo empezaron a diverger con la invasión turca. Las diferencias son mínimas entre los serbios, los croatas y los llamados musulmanes; básicamente, es la religión. Cuando llegaron los turcos, prácticamente todos los señores, y una parte importante de los campesinos, se islamizaron. Creando la República de Bosnia-Herzegovina, en vez de repartirla entre Croacia y Serbia, Tito consiguió que las dos principales nacionalidades no fueran hegemónicas con respecto a las demás.
El régimen político yugoslavo estaba basado en un complejo juego de equilibrio entre las diferentes burocracias nacionales, y de descentralización administrativa.
El autodenominado “socialismo autogestionario” era una variante de régimen burocrático: permitir un cierto grado de autonomía en cada empresa, y cierto control obrero, siempre y cuando no se pusiera en entredicho los pilares del control desde arriba. En la agricultura el 80% de las tierras se mantenía en manos privadas, permitiéndose incluso la contratación de hasta cinco jornaleros, lo que reforzaba a la pequeña burguesía agraria. En 1965 se tomaron medidas para fomentar la competencia entre las distintas empresas estatales, se renunció a mantener el pleno empleo, y se abrieron las puertas a una emigración masiva hacia Europa Occidental. Por otra parte, desde la ruptura con el bloque del Este, Yugoslavia se vio obligada a abrirse al mercado capitalista; se permitieron inversiones extranjeras en el país, siendo Estados Unidos el primer socio financiero y comercial, y la creciente deuda externa se convirtió en una bomba de relojería (en 1980 era de 2,5 billones de pesetas, y en 1989, después de haber pagado 8,5 billones en nueve años, la deuda seguía siendo la misma).
La burocracia era un freno cada vez mayor al desarrollo económico, y las medidas procapitalistas en la agricultura y la industria actuaron cada vez más, como una cuña.

 

Crisis, nacionalismo y lucha de clases

 

La contestación a esta situación se reflejó en el aumento de las tendencias nacionalistas, fundamentalmente por parte de croatas y kosovares. La cuestión nacional no había sido superada, sino sólo aplazada. Cuando el régimen burocrático entró en crisis abierta, tras la muerte de Tito en 1980, el equilibrio entre las diferentes burocracias nacionales se convirtió en una lucha encarnizada entre ellas, en la que utilizaban como arma argumentos nacionalistas. A esto hay que añadir que el desarrollo producido desde la II Guerra Mundial no fue homogéneo en todas las zonas; mientras Croacia y Eslovenia se convertían en Repúblicas industrializadas y tenían un nivel de vida más alto que la media, en Macedonia y Kosovo seguía teniendo gran peso el campesinado, y el nivel de vida se mantenía bajo. Aun así, hay que decir que en Kosovo éste era bastante más alto que el de Albania, y ésta fue la razón fundamental por la que la mayoría albanesa de Kosovo no se sentía atraída hacia una posible unificación con Albania; hasta el desmembramiento de Yugoslavia, la lucha de las masas kosovares no tuvo como bandera la separación, sino la no discriminación con respecto al resto de nacionalidades yugoslavas.
La crisis capitalista mundial iniciada en 1973 tuvo dramáticos efectos en Yugoslavia, iniciándose entonces la pendiente descendente del régimen. Del 73 al 86 la media de crecimiento anual de la economía fue sólo del 3,3% (la más baja con diferencia de los regímenes burocráticos de los Balcanes). A finales de los 80 la situación era insostenible para las masas: en 1987, el paro es del 14% y la inflación del 170%. El nivel de los salarios, que en 1979 era de 120.000 pesetas al mes, cae a 22.000 en 1988. El índice de pobreza pasa del 19% en el 79 al 60% en el 88.
La clase obrera responde con huelgas y manifestaciones. Ya en 1968 se habían producido más de 2.000 huelgas. En 1987 se producen 1.570 huelgas, en las que participan 365.000 trabajadores, según datos oficiales. “La ola de paros que tuvo lugar durante los tres primeros meses de 1987, a consecuencia de una congelación retroactiva de los salarios, hizo temer una explosión. Pero estas huelgas espontáneas siguieron desorganizadas y, en su mayoría, se saldaron con fuertes subidas salariales”21. El 6 de julio de 1988 miles de trabajadores croatas y serbios de la ciudad de Vukovar ocupan el Parlamento Federal. Hasta el último momento, la clase obrera intentó poner su sello en la situación, frente al chovinismo desbordado de cada burocracia nacional, que bajo una máscara nacionalista preparaba su reconversión en nueva burguesía.
Desgraciadamente, como sabemos, fueron las diferentes camarillas nacionalistas, respaldadas y azuzadas por los diferentes imperialistas (en primer lugar, los alemanes), los que protagonizaron la situación, envolviendo toda la zona en el espectro del odio nacional, la destrucción, las privatizaciones salvajes y la omnipresencia de la mafia. Las masas de la clase obrera no podían elaborar, sobre la marcha, una alternativa completa de sociedad al régimen titista, una alternativa auténticamente socialista, basada en el mantenimiento de la propiedad estatal de la economía y en el control obrero del Estado, en un marco de genuina democracia obrera. Éste era el papel que debía haber jugado un partido revolucionario, que no existió. Los trabajadores de toda la zona todavía están pagando este hecho, pero la historia revolucionaria de los Balcanes inevitablemente resurgirá, y su rica experiencia será utilizada para acabar con esta pesadilla y pasar del “reino de la necesidad” al “reino de la libertad”, al socialismo. Acontecimientos como la lucha contra la dictadura de los coroneles griega, o, más recientemente, la revolución albanesa de 1997 (grandes hechos imposibles de tratar aquí), nos anuncian que así será.

 

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