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(Extracto de cartas a Nin y a Lacro)1

 

23 de abril de 1931 (a Nin)

 

( ... ) La Federación Catalana debe esforzarse por unirse a la organización comunista pan‑española. Cataluña es una vanguardia, pero si esta vanguardia no marcha al mismo  paso que el proletariado y, más tarde, que los campesinos de toda España, el movimiento catalán, a lo más terminará como un episodio grandioso, al estilo de la Commune de París. La posición especial de Cataluña puede provocar semejantes resultados. El conflicto nacional puede agravarse de tal manera que la explosión catalana se produzca mucho antes de que España, en su conjunto, esté madura para una segunda revolución. Sería una grandísima des gracia histórica, si el proletariado catalán, cediendo a la efervescencia, a la fermentación del sentimiento nacional,       se dejase arrastrar en una lucha decisiva antes de haber podido ligarse estrechamente a toda la España proletaria.La fuerza de la Oposición de izquierda, tanto en Barcelona como en Madrid, podría y debería elevar todas estas cuestiones a un nivel histórico ( ... ).

 

17 de mayo de 1931 (a los camaradas de Madrid)2

 

 ( ... ) Hablemos de eso que se suele llamar el nacionalismo de la Federación Catalana. Es una cuestión muy importante, muy grave. Los errores cometidos sobre esta cuestión pueden tener consecuencias fatales.

La revolución ha hecho despertar en España, todas las. cuestiones, más poderosamente que nunca, y entre ellas la de las nacionalidades. Las tendencias y las ilusiones nacionales están representadas fundamentalmente por los intelectuales pequeño burgueses, que se esfuerzan por encontrar entre los campesinos un apoyo contra el carácter desnacionalizador del gran capital y contra la burocracia del estado. El papel dirigente ‑en la actual fase‑ de la pequeña burguesía en el seno del movimiento de emancipación nacional, como en general en todo el movimiento democrático revolucionario, introduce inevitablemente prejuicios de toda clase. Procedentes de ese medio, las ilusiones nacionales se filtran también entre los obreros. Esta es, seguramente, en su conjunto, la situación de Cataluña, y quizá hasta cierto punto de la Federación Catalana. Pero lo que acabo de decir no disminuye en nada el carácter progresista, revolucionario‑democrático de la lucha nacional catalana contra el imperialismo burgués, la soberanía española y el centralismo burocrático.

No se puede perder de vista ni por un momento que España entera y Cataluña, como parte constituyente de ese país, actualmente, están gobernadas, no por nacionales demócratas catalanes, sino por burgueses imperialistas españoles, aliados a los grandes latifundistas, a los viejos burócratas y a los generales, con el apoyo de los socialistas nacionales. Toda esta cofradía tiene la intención de mantener, por una parte, la servidumbre de las colonias españolas, y, por otra. asegurar el máximo de centralización burocrática de la metrópoli; es decir, quiere el aplastamiento de los vascos, los catalanes y de las otras nacionalidades por la burguesía española. Dada la combinación presente de fuerzas de clase, el nacionalismo catalán es un factor revolucionario progresista en la fase actual. El nacionalismo español es un factor imperialista reaccionario. El comunista español que no comprenda esta distinción, que la ignore, que no la valore en primer plano, que, por el contrario, se esfuerce por minimizar su importancia, corre el peligro de convertirse en agente inconsciente de la burguesía española, y de estar perdido para siempre para la causa de la revolución proletaria.3

¿Dónde está el peligro de las ilusiones nacionales pequeño burguesas? En que pueden dividir al proletariado español en sectores nacionales. El peligro es muy serio. Los comunistas españoles pueden combatirlo con éxito, pero de una sola manera: denunciando implacablemente las violencias cometidas por la burguesía de la nación soberana y ganando así la confianza del proletariado de las nacionalidades oprimidas. Una política distinta equivaldría a sostener al nacionalismo reaccionario de la burguesía imperialista que es dueña del país, en contra del nacionalismo revolucionario‑democrático de la pequeña burguesía de una nacionalidad oprimida.

 

 20 de mayo de 1931 (a Nin)

 

 Me escribe usted que las mentiras de LHumanité provocan indignación en Cataluña. Es fácil de imaginar. Sin embargo no es suficiente con indignarse. Es indispensable que la prensa de la Oposición trace sistemáticamente, el cuadro de lo que ocurre. Es una cuestión de una enorme importancia. Según la viva experiencia de la revolución española, es como debe hacerse la reeducación de los cuadros del comunismo internacional. Si llegasen de Madrid y Barcelona correspondencias minuciosamente ajustadas ‑no ya simples cartas‑, serian documentos de una importancia primordial. Si esto falta, los estalinistas son capaces de crear en torno a la Federación Catalana una atmósfera de aislamiento y hostilidad, que, por sí sola, podría impulsar a los obreros catalanes por el camino de la aventura y de la catástrofe.

 
 

26 de mayo de 1931 (a Nin)

 

 Me siento obligado a señalar que, en sus cartas, usted prefiere informarme sobre acontecimientos que ya conozco por los periódicos, esquivando los asuntos que tienen una importancia decisiva4. Indudablemente no tengo derecho a exigirle información, aunque sea de respuestas breves, sobre todas las cuestiones que planteo, pero comprenda que esta correspondencia «diplomática» no puede satisfacerme. El resultado final de mis intervenciones para lograr una claridad elemental a través de esta correspondencia, ha sido que he llegado a la conclusión de que usted no desea esa claridad. ¿Por qué? Evidentemente se debe a que usted ha tomado una postura contradictoria, deja correr las cosas hasta que se resuelvan por ellas mismas. La experiencia y la teoría me dicen que este tipo de política tiene consecuencias fatales

 


 

Notas

 

1 El temor de Trotsky de una desviación «catalanista» por parte de Nin, se acrecienta por la falta de organización de la Oposición en Cataluña.

2 . En esta época, los responsables madrileños eran Francisco Garcia Lavid (Lacroix) y Juan Andrade.

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