CONTACTA

Durante la última semana la situación en Libia ha experimentado un brusco giro. Después de que el impresionante movimiento revolucionario de las masas derrumbase en pocos días el poder de Gadafi en toda la zona oriental del país y en varias ciudades del oeste (las cuales pasaron a estar dirigidas por comités populares creados por las propias masas en lucha), el dictador, recurriendo a miles de mercenarios extranjeros y a las unidades del ejército bajo su control, logró sofocar sangrientamente la movilización de las masas en Trípoli y en estos momentos lanza una brutal contraofensiva con el objetivo de recuperar el control de todo el país y ahogar en sangre la revolución.
Al mismo tiempo, los distintos poderes imperialistas (empezando por Estados Unidos y las burguesías europeas, y siguiendo por el emergente imperialismo chino o la burguesía rusa) están maniobrando intensamente desde hace semanas con el objetivo de abortar la revolución y proteger cada uno de ellos sus intereses en la región. Una vez más, la actuación de todos estos bandidos imperialistas se caracteriza por el más absoluto cinismo e hipocresía. Durante años han hecho lucrativos negocios con Gadafi sin importarles la represión del régimen ni los derechos del pueblo libio. Al inicio de la revolución intentaron distintas componendas para buscar un acuerdo entre Gadafi y la oposición burguesa en el exterior que frenase la insurrección y garantizase estabilidad para sus negocios y el mantenimiento de la producción petrolera que Gadafi les garantiza desde hace años, y cuya caída puede contribuir a agravar la crisis mundial del sistema capitalista.
El rechazo de las masas a cualquier compromiso con el dictador y la indignación internacional ante la brutal represión desatada por éste, les obligó entonces a escenificar una ruptura pública con Gadafi y anunciar su condena por crímenes contra la humanidad. Aún así, y por detrás, seguían haciendo todo lo posible para buscar una salida que les permitiese ganar tiempo e intentar frenar la revolución (intento de gobierno de unidad nacional con el ex ministro de Justicia de Gadafi, discusiones entre bambalinas acerca de una posible salida de Gadafi del país con inmunidad…). Ahora, cuando Gadafi se abre paso a sangre y fuego hacia Bengasi y lanza su brutal ofensiva contrarrevolucionaria, derraman lágrimas de cocodrilo por las víctimas pero lo único que les interesa es acelerar los planes para, pase lo que pase, garantizar la protección de sus inversiones y mantener el control del país.

 

Los planes imperialistas

 

Durante los últimos años todas estas potencias imperialistas (desde EEUU y la UE, pasando por China y Rusia) han maniobrado y llegado a diferentes acuerdos con la familia Gadafi y la camarilla corrupta que rodea a ésta, estableciendo relaciones con los distintos hijos del dictador, con el fin de explotar conjuntamente los recursos del país y situarse lo mejor posible ante una hipotética sucesión. Cuando el terremoto provocado por la insurrección de las masas modificó la correlación de fuerzas en el país y amenazó con derribar a esa camarilla gobernante, los imperialistas estadounidenses y una parte de los europeos tomaron la delantera en la lucha por acabar con la revolución y sacar la mejor tajada de una posible sucesión controlada de Gadafi. Ahora, cuando lo que hace diez días parecía imposible se ha convertido en una posibilidad muy real —que Gadafi a sangre y fuego pueda retomar el control de la situación—, la ecuación de la lucha por la hegemonía imperialista en la zona se complica.
Los imperialistas estadounidenses y europeos están barajando todas las opciones, incluida la posibilidad de una intervención militar directa. Sin embargo, en estos momentos esta intervención suscita dudas y divisiones importantes en su seno. Un asesor de Obama planteaba que lo más probable, en caso de guerra más o menos prolongada entre Gadafi y los insurrectos, es una victoria de Gadafi. La burguesía alemana ha rechazado por el momento la propuesta del imperialismo francés, con Sarkozy al frente, de que la UE proponga la intervención. Dentro del imperialismo estadounidense parecen crecer las dudas y ganar puntos los partidarios de esperar a que Gadafi debilite las fuerzas de los revolucionarios y que sea un sector de los dirigentes de estos quien solicite cualquier intervención. Los imperialistas chinos y rusos, no por amor a la soberanía nacional sino por sus propios intereses, se han opuesto a las distintas propuestas de intervención: zona de exclusión aérea, etc. y se niegan por el momento a dar su aval a la utilización del paraguas de la ONU para justificar la intervención. Este otro sector de los bandidos imperialistas parece intentar ganar tiempo para ver como evoluciona la correlación de fuerzas sobre el terreno y ver si Gadafi logra aplastar la revolución o no. En función de ello decidirán como juegan mejor sus cartas con el mismo objetivo que los demás: aumentar sus negocios e influencia en la región.
Sin embargo, como explicamos los marxistas de la CMR, la causa fundamental de que no hayan intervenido militarmente hasta ahora es precisamente que en Libia hay una revolución. Las masas de Bengasi y el resto de ciudades liberadas (como demuestran de manera inequívoca los vídeos publicados en The Real News, www.the-realnews.com, y otras webs antiimperialistas*), con un instinto de clase y coraje impresionantes, se han opuesto masivamente a dicha intervención. Y ello pese a la desigualdad militar evidente en que se encuentran respecto a Gadafi, la criminal masacre que sufren a manos de éste, la ausencia de una dirección revolucionaria y la confusión y vacilaciones —como más adelante veremos— de un sector importante de los propios dirigentes de los comités.
Como también explicamos, antes de intervenir, los imperialistas tendrían que intentar todo tipo de maniobras con el objetivo de dividir a las masas en lucha, aislar a los sectores más combativos de éstas y apoyarse en un sector de los dirigentes de los comités populares con la promesa de ayuda económica y militar. El único objetivo de todo ello es descarrilar la revolución y encontrar un punto de apoyo para la intervención que no este desacreditado aún a los ojos de las masas en lucha. Eso es precisamente lo que están intentando en estos momentos.

 

Cualquier intervención imperialista tendrá como primer objetivo acabar con la revolución

 

Los imperialistas de EEUU y Europa tienen muy difícil justificar un nuevo giro y llegar a algún tipo de acuerdo o negociación con Gadafi (algo que en este momento, si no fuese por la presión de las masas, en realidad les podría interesar a todos los imperialistas y encantaría a la propia familia Gadafi, de ahí sus referencias constantes achacando la insurrección a Al Qaeda). Aunque el cinismo del imperialismo no tiene límites, los negocios son los negocios y siempre pueden echar mano de explicar que en Libia hay una guerra religiosa y para evitar una guerra civil es necesario aceptar algún tipo de división del país o reparto del poder, esta opción, sin embargo, no parece la más probable por el momento. Tras haberse visto obligados a denunciar públicamente sus crímenes, aparecer aceptando una masacre a manos de Gadafi y acto seguido volver a hacer negocios con él tendría un coste político grande para la imagen “democrática” que Obama y los imperialistas europeos quieren proyectar. Pero sobre todo (y esto es lo más importante para ellos) una salida que pasara por aceptar una división del país entre la zona oeste en manos de Gadafi y la zona este en manos de unos insurrectos que rechazan esta opción y a los que tendrían que someter a su control, tampoco les garantizaría estabilidad. En poco tiempo, volverían a estallar conflictos armados tanto entre ambas regiones como nuevas insurrecciones de las masas.
Por eso, con el cinismo que les caracteriza, parece que el juego imperialista es esperar a que Gadafi machaque a las masas un poco más y a última hora realizar algún tipo de intervención. Con la moral y energía de la población insurrecta debilitada y un sector de sus propios dirigentes pidiendo la intervención, la táctica de los imperialistas es aparecer como salvadores y al mismo tiempo establecer una cuña sobre el terreno que garantice sus intereses económicos y políticos en la región. Como se afirma en la última declaración de la CMR de Venezuela “intentan atraerse a diferentes representantes del llamado Consejo Nacional Libio de Transición (CNLT) y colocar a las masas revolucionarias ante una situación insostenible que les permita llegar a acuerdos con determinados representantes políticos de cara a que asuman sus puntos de vista y aseguren los negocios imperialistas en el país”.
En cualquier caso, de darse una intervención militar (incluso en el caso más favorable para los imperialistas: con una revolución muy debilitada o derrotada por las bombas y balas de Gadafi, y con el aval inicial del apoyo de un sector de los dirigentes de los comités), seguiría siendo un juego muy peligroso que acabará estallándoles antes o después en la cara, como ya les ocurrió en Somalia, Iraq o Afganistán. Más aún en un contexto revolucionario en todo el mundo árabe y con una inestabilidad creciente en toda Europa, particularmente en los países del mediterráneo, y en el resto del mundo.
A causa de estos riesgos que conlleva cualquier tipo de intervención militar directa y de sus contradicciones internas, si Gadafi avanzase muy rápido en el aplastamiento de la revolución, los imperialistas incluso podrían dejar que haga el trabajo sucio hasta el final y mirar hacia otro lado mientras las masas de Bengasi, Tobruk y demás ciudades liberadas son aplastadas, derramando (eso sí) unas cuantas lágrimas de cocodrilo, aprobando algunas resoluciones de condena (como hacen habitualmente con los crímenes del gobierno sionista de Israel contra los palestinos) y reanudando en cuanto puedan y con la mayor discreción posible los negocios con el régimen libio. Esta opción tendría un coste político grande, especialmente para Obama y los gobiernos de la UE, y también tiene sus riesgos ya que una Libia controlada a sangre y fuego por Gadafi se enfrentaría más pronto que tarde a nuevas insurrecciones y a posibles focos de resistencia de los insurrectos y sería un foco permanente de inestabilidad en la región. Sin embargo, el cinismo de los imperialistas y del propio Gadafi es tan inmenso y la ecuación de la guerra tan compleja que no es posible descartar esta opción.
En distintos medios proimperialistas occidentales como El País y otros semejantes, ya hemos empezado a ver cómo algunos artículos de distintos corresponsales que , contagiados por el entusiasmo revolucionario, explicaban cómo funcionaban Bengasi o Tobruk bajo la dirección de los comités populares, son sustituidos por sesudos análisis preparando el terreno para las posibles maniobras imperialistas: hablando de las diferencias históricas entre la Tripolitania y la Cirenaica, resucitando el argumento de las diferencias tribales (desmentido por las propias masas en lucha cuando gritaban en las marchas y levantaban pancartas con consignas como “Libia unida”, “todos somos la misma tribu”, etc.) o afirmando que la Cirenaica (la región entorno a Bengasi donde se inició la insurrección) es “la zona más religiosa del país. Los protagonistas de las protestas son jóvenes profesionales, empezando por los abogados, y también los islamistas” (www.elpais.-com/articulo/internacional/claves/entender/crisis/libia/elpepuint/201103 13elpepiint_16/Tes).
Para los jóvenes y trabajadores del mundo lo importante de todo esto es comprender que todas las opciones que barajan las distintas potencias imperialistas, desde la intervención militar directa hasta la zona de exclusión aérea pasando por cualquier negociación o acuerdo, no resolverán nada y sólo significarán más derramamiento de sangre, sufrimiento y opresión para las masas. Tanto una victoria de Gadafi como una intervención imperialista o cualquier otro tipo de transacción entre estos y el régimen, tendrían un denominador común: derrotar el movimiento revolucionario de las masas. Todos esos planes que hoy se discuten en la prensa burguesa no están dictados por la preocupación ante los miles de muertos que ya se ha cobrado la represión de Gadafi, o los más de 200.000 desplazados que han salido del país, ni por el futuro del pueblo libio, la paz, la democracia y el resto de grandes palabras con las que se llenan la boca Obama, Hillary Clinton y los demás imperialistas. Su único objetivo es seguir manteniendo el capitalismo en Libia, continuar haciendo buenos negocios como los realizados durante la última década con la familia Gadafi y que le valieron a éste y su familia los elogios del FMI, el levantamiento de sanciones por parte de EEUU, la venta de las armas que hoy utiliza contra el pueblo y generosas donaciones de todos los que ahora lamentan las muertes y afirman querer evitar una guerra civil.
La única opción que representa un paso adelante para los oprimidos en Libia, el pueblo árabe y el resto del mundo es la victoria de las masas revolucionarias en lucha de Libia, la unificación de los comités populares en un Estado revolucionario que acometa un programa socialista de expropiación de las multinacionales imperialistas y de las propiedades de la familia Gadafi y el resto de la burguesía libia, y que permita planificar democráticamente la economía y dar satisfacción a los problemas y necesidades de la población.

 

Sólo la victoria de las masas revolucionarias puede evitar la represión sangrienta de Gadafi o la intervención imperialista

 

Como decíamos anteriormente, la causa fundamental de que hasta el momento los imperialistas no hayan podido intervenir militarmente en Libia es precisamente la movilización revolucionaria de las masas. Las masas, con un instinto impresionante, se han opuesto una y otra vez tanto a los intentos de imponerles acuerdos con Gadafi como a una posible intervención imperialista. Los vídeos publicados por The Real News muestran sin ningún género de dudas a las masas que han tomado el poder en Bengasi y otras ciudades celebrando su libertad, organizando el reparto de comida, la seguridad y otras tareas, mientras rechazan claramente la intervención del imperialismo y defienden que la tarea de completar la revolución y acabar con el régimen de Gadafi es una tarea que puede y debe llevar a cabo el propio pueblo libio con el apoyo de los oprimidos del resto del mundo árabe.
Las imágenes de las masas insurrectas portando pancartas contra la intervención son la mejor prueba de la profundidad del sentimiento revolucionario y antiimperialista que existe en su seno. El mismo Fidel Castro, al tiempo que denunciaba planes de Estados Unidos para intervenir en Libia, reconocía en su reflexión del 3 de marzo de 2011, titulada La inevitable guerra de la OTAN, que “sin duda alguna, los rostros de los jóvenes que protestaban en Bengasi, hombres, y mujeres con velo o sin velo, expresaban indignación real (…) El problema que tal vez no imaginaban los actores es que los propios líderes de la rebelión irrumpieran en el complicado tema declarando que rechazaban toda intervención militar extranjera. Diversas agencias de noticias informaron que Abdelhafiz Ghoga, portavoz del Comité de la Revolución declaró el lunes 28 que ‘El resto de Libia será liberado por el pueblo libio”. (…) Ese mismo día, una profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Bengasi, Abeir Imneina, declaró: ‘Hay un sentimiento nacional muy fuerte en Libia. (…) Sabemos lo que pasó en Iraq, (…) no deseamos seguir el mismo camino (…) existe el sentimiento de que es nuestra revolución, y que nos corresponde a nosotros hacerla” (www.aporrea.org/actualidad/n176122.html). Esto debería ser bastante para quienes defienden que en Libia no hay revolución. Este sentimiento entre las masas no tiene nada que ver con el de una conspiración alentada por el imperialismo, refleja el sano instinto revolucionario de las masas en lucha.
Quienes desde la izquierda se niegan a apoyar el movimiento revolucionario de las masas de Libia deberían reflexionar acerca de estas ideas expresadas por los propios manifestantes que se han hecho con el control de Bengasi y otras ciudades. ¿Qué tiene que ver esto con un complot del imperialismo? ¿Desde cuando los métodos del imperialismo consisten en poner el poder en manos de comités y asambleas?

 

La revolución en grave peligro: la sangrienta contraofensiva de Gadafi

 

En estos momentos la revolución libia enfrenta la situación más peligrosa desde su inicio. Apoyándose en la superior capacidad militar que le conceden el control de la aviación y el armamento pesado, la lealtad de las unidades militares de elite controladas por sus propios hijos y otros miembros de su camarilla más próxima, y recurriendo a miles de mercenarios procedentes de otros países, Gadafi ha retomado el control de varias ciudades en el oeste del país y lanza periódicos bombardeos y ataques hacia el este. La ciudad occidental de Zauiya según las últimas informaciones ya ha sido recuperada por las tropas del régimen. Lo mismo parece ocurrir con otras ciudades importantes como el importante puerto de Marsa el Brega o la localidad de Ras Lanuf donde se ubica una de las refinerías de petróleo más grande del país. Misratha (tercera ciudad libia) soporta bombardeos regulares que están causando centenares, sino miles, de víctimas y según algunas fuentes podría caer en las próximas horas. Según uno de los hijos de Gadafi, Seif-el-islam, el siguiente paso será una gran ofensiva sobre Bengasi, epicentro de la revolución. Según parece, las tropas de Gadafi ya han empezado el castigo sobre Adbadiya, la ciudad del este que abre el paso a la cuna de la revolución.
Las masas, inquietas, intentan salvar su revolución con las pocas armas a su alcance y un inmenso coraje y voluntad de resistir hasta el final pero carecen de un partido revolucionario que les dé dirección, que organice la lucha militar y al mismo tiempo proponga un programa y una estrategia para completar y consolidar la revolución. Ese es el factor decisivo que puede acabar condicionando el futuro de la revolución.
Como ha explicado muchas veces el marxismo, la contrarrevolución para lanzarse al ataque no necesita tener más apoyo social que la revolución. De hecho, siempre que han conseguido derrotar a la revolución lo han hecho no por ser más sino por la ausencia de dirección al frente de las filas revolucionarias o por los errores cometidos por esa dirección al no aprovechar la oportunidad de noquear definitivamente a la reacción y permitir a ésta conservar aunque sólo sea una parte de su poder. En Libia volvemos a ver como el poderoso río desbordado de la iniciativa espontánea de las masas necesita inevitablemente el cauce de una organización revolucionaria formada por miles de cuadros y activistas unidos por un mismo programa y estrategia para vencer. Debido a esa falta de una dirección revolucionaria, el momento inicial de avance incontenible del movimiento revolucionario y desbandada en las filas del régimen, que llevó a la revolución hasta las propia puertas del palacio de Gadafi en Trípoli, no fue aprovechado para unificar de manera inmediata a los comités y milicias populares que de manera espontánea las propias masas estaban creando en cada población para velar por su seguridad y garantizar la defensa. No se constituyó un ejército revolucionario unificado formado por el pueblo en armas ni se organizó un avance masivo sobre Trípoli que acompañase la insurrección de las masas en los barrios más pobres de la capital.
Esta insurrección en Trípoli se produjo, pero ahí era donde Gadafi que, aunque criminal y enloquecido, sí tenía un plan y concentraba sus fuerzas más fiables: las unidades de elite dirigidas por sus propios hijos Khamis y Muntasim (y otros altos oficiales estrechamente vinculados a la corrupta camarilla que controlaba el poder) y su ejército de mercenarios procedentes del extranjero. Esta guardia pretoriana equipada con moderno armamento vendido por los propios imperialistas estadounidenses y de la Unión Europea y financiadas con el dinero del petróleo y los negocios que la familia Gadafi mantiene con los imperialistas es la que hoy están masacrando al pueblo. El resultado es que mediante el uso del terror Gadafi pudo mantener el control de Trípoli y lanzar el ataque que ahora está causando miles de víctimas y podría acabar con la revolución.

 

La cuestión del ejército y las armas

 

Como explicaba Engels, el Estado, en última instancia, son cuerpos de hombres armados en defensa de la propiedad. Algunos de esos cuerpos de hombres armados en Libia se vieron disueltos por el ascenso revolucionario, sobre todo en el este del país. Muchos soldados y oficiales se pasaron a la revolución pero de un modo en su mayor parte descoordinado e individual, sumándose a milicias y grupos armados que en cada localidad intentaban asegurar la defensa. El grueso del armamento, en particular el armamento pesado, y las unidades mejor equipadas y con mayor poder de destrucción, siguen sin embargo en manos de Gadafi. El ejército, y especialmente los cuerpos profesionalizados y de elite (no digamos ya los mercenarios), tiende a constituir la última línea de defensa de cualquier régimen reaccionario contra las masas. Los mandos militares y los mercenarios además están acostumbrados a actuar de manera disciplinada, implacable, reprimir y matar.
Las masas se ven ahora obligadas a luchar en condiciones de inferioridad militar, con las únicas armas de su mayor número, entusiasmo y disposición a ir hasta el final pero sin coordinación, y un plan unificado frente a unas tropas bien adiestradas y equipadas y que carecen de escrúpulos a la hora de disparar contra civiles desarmados, bombardear a la población, etc. Para derrotar la acometida de Gadafi y vencer, la revolución necesita en primer lugar organizar el armamento general del pueblo en Bengasi y las demás zonas liberadas, creando un ejército revolucionario del pueblo mediante la unificación de todas las milicias. Al mismo tiempo, los comités populares deben ser la base de un Estado revolucionario, socialista, que nacionalice todos los recursos del país y tome de manera inmediata medidas para resolver todos los problemas sociales que sufre la población.
Todo esto debe ir acompañado de un llamado internacionalista a las masas del pueblo árabe y en el resto del mundo, y en primer lugar a la población revolucionaria de los países vecinos como Egipto y Túnez, a movilizarse en sus países en apoyo a la revolución en Libia y a organizar el apoyo activo desde estos países a la lucha que están sosteniendo las masas en Libia: recursos económicos y humanos, luchadores para apoyar la revolución, armas para las masas en lucha, movilización de la clase obrera en las zonas fronterizas para impedir la llegada de recursos económicos, más mercenarios o armas a Gadafi. El apoyo internacionalista a la revolución libia animaría y fortalecería además la lucha por completar la revolución y tomar el poder en Egipto y Túnez y extender la revolución socialista al resto del mundo árabe y mas allá.
En ese sentido los problemas de la revolución en Libia, Túnez y Egipto, así como en el resto de los países árabes, no se van a resolver nacionalmente, sino a través de la integración de todos estos países en una única Federación Socialista Árabe que termine con el capitalismo en la zona, conjure la amenaza contrarrevolucionaria y de cualquier tipo de intervención imperialista. La revolución socialista en los países árabes solo puede vencer si unifica sus fuerzas y se extiende.

 

¿Reformismo o revolución? Divisiones dentro de los comités

 

Como explicábamos en anteriores artículos y declaraciones, el surgimiento embrionario de esas estructuras de tipo soviético que representan los comités refleja la enorme disposición e instinto de las masas pero no soluciona por si sola la tarea de tomar el poder y llevar la revolución a la victoria sino que la plantea en toda su crudeza. “El surgimiento de los comités populares es un ejemplo de la rapidez con que están sacando conclusiones las masas. Representa en potencia una estructura soviética, el embrión de un Estado revolucionario que sólo puede desarrollarse destruyendo y sustituyendo la estructura de un Estado burgués, que es la que el imperialismo intentará por todos los medios recomponer. Cualquier intervención imperialista si se produce tendrá como objetivo no el de impedir el caos o un desastre humanitario como dicen Hilary Clinton y otros imperialistas, sino recuperar el poder burgués en Libia acabando con la movilización independiente de las masas cuya principal expresión hasta el momento son los comités”.
En esa misma declaración de la CMR venezolana explicábamos que “Si la lucha por unificar los comités no va unida a este plan de acción (para crear un Estado socialista y expropiar a la burguesía y las multinacionales imperialistas, nota nuestra), el imperialismo puede intentar apoyarse en los propios dirigentes actuales de los comités para vaciar a estos de contenido revolucionario y utilizarlos como base para recomponer el Estado burgués. (…) La experiencia de la historia es clara al respecto: la revolución alemana de 1919 fue derrotada por que al frente de los Consejos se situaron los líderes socialdemócratas de derechas, que colaboraron activamente con la burguesía para dinamitarlos desde dentro. En otras revoluciones como la revolución española o la nicaragüense la ayuda militar y económica exterior ofrecida por la burocracia estalinista y algunos “gobiernos amigos” fue utilizada para presionar a la dirección de la revolución en el sentido de frenar ésta, no expropiar a la clase dominante, mantener viva la economía capitalista y no sustituir el Estado burgués por un régimen de democracia obrera. El resultado final en ambos casos fue la derrota de la revolución. Las masas libias deben basarse en el ejemplo de la revolución rusa de octubre de 1917: todo el poder a los comités con un programa para derribar el capitalismo”.
La naturaleza aborrece el vacío. En ausencia de un partido formado por cuadros y activistas que se hayan ganado en el periodo previo el derecho a ser reconocidos por las masas como su dirección, estas en un primer momento tienden a mirar hacia “los que saben”, “los que hablan bien”. En muchas revoluciones hemos visto como en un primer momento, y especialmente en ausencia de una organización marxista de masas, la insurrección y el surgimiento de comités populares puede llevar al frente de estos a muchos elementos accidentales: sectores de la pequeña burguesía (abogados, ingenieros, médicos,…), incluso a figuras vinculadas al régimen anterior, arribistas y aventureros que intentan hacer carrera y subirse a la ola de la revolución. La Comuna de París, la propia revolución de febrero de 1917 o la revolución española de los años 30 son ejemplos claros, pero esto ha ocurrido en mayor o menor medida en prácticamente todas las revoluciones. Refleja los primeros momentos del despertar de las masas las cuales, saliendo de su inercia, carecen todavía de un partido probado que las dirija y un programa y una estrategia conscientes para tomar el poder.
En todos esos procesos revolucionarios a medida que la revolución avanza y debe enfrentar la resistencia de los contrarrevolucionarios, la acción del imperialismo, etc., tiende a desarrollarse una lucha dentro de los propios consejos y comités entre las masas que quieren seguir avanzando y llevar la revolución hasta el final y esos sectores de la dirección que tienden a caer bajo la influencia de la burguesía y el imperialismo y reflejar su presión. Eso es lo que vemos hoy en Libia.
Como explica la última declaración de la CMR de Venezuela: “es evidente que en el lado de los insurrectos hay diferencias políticas y estratégicas. Las masas ansían la libertad, los derechos democráticos y barrer a la dictadura. Todas estas demandas sólo pueden ser satisfechas a través de una lucha sin cuartel contra la camarilla de Gadafi, y los imperialistas, con el fin de transformar la sociedad de arriba abajo en líneas socialistas. Pero también, el movimiento revolucionario ha atraído a todo tipo de arribistas y oportunistas que tienen sus propios planes, incluso a sectores desgajados de la cúpula política de la dictadura, como el ministro de Justicia de Gadafi, que no luchan por el poder del pueblo, sino por convertirse en los nuevos dirigentes de una Libia liberada de Gadafi, pero que siga conservando el carácter burgués de su Estado y los negocios con las multinacionales y corporaciones imperialistas. Estos sectores se aprovechan del arrojo revolucionario de las masas, pero quieren que la lucha se mantenga en límites aceptables para las grandes potencias. No quieren que el poder de los comités se extienda, se coordine y pueda alumbrar un Estado socialista revolucionario en Libia.
“No es la primera vez que esto sucede en la historia de las revoluciones. En 1936 en el Estado español, durante la guerra civil contra el ejército fascista de Franco, las masas de campo y la ciudad luchaban militarmente contra el fascismo pero al mismo tiempo llevaban a cabo una profunda revolución social. Sin embargo, la orientación revolucionaria de las masas, que llevaron a cabo la organización de milicias, decisivas para frenar el golpe militar en los primeros días, que organizaron patrullas de control sustituyendo la vieja policía, que tomaron las fábricas y las tierras, colectivizando y estableciendo el control obrero en una parte considerable de la economía, que establecieron comités populares en sustitución de los ayuntamientos, no encontraba su correspondencia en la política del gobierno republicano. Los dirigentes del Frente Popular apelaban a la ayuda militar de las potencias “democráticas” de Francia y Gran Bretaña, y constriñeron el movimiento de las masas a la defensa de la democracia burguesa. Evidentemente, los imperialistas franceses e ingleses respondieron con la criminal política de la “No Intervención” para ahogar la lucha militar de las masas, por que temían más el establecimiento de una república socialista, un Estado obrero, en suelo español, que al triunfo del fascismo. Lamentablemente, Stalin respaldaba esta política criminal que finalmente abrió las puertas al triunfo de Franco”.

 

La necesidad de que la clase obrera se ponga al frente y construya un partido revolucionario

 

La pequeña burguesía, por sus propias características de clase, tiende a oscilar entre la presión de la clase obrera y la de la burguesía y es incapaz de desarrollar y llevar a la práctica una política independiente y revolucionaria. Esto, especialmente en momentos críticos como los que hoy se viven en Libia, puede ser definitivo para el futuro de la revolución. Como explicábamos en el artículo Contra las maniobras imperialistas que intentan descarrilar la revolución: “…aunque el impulso espontáneo de las masas puede crear esa estructura revolucionaria que sirva de embrión o base a un Estado revolucionario —como vemos hoy en Libia— para que ésta se desarrolle plenamente, se consolide e imponga, es imprescindible que por el papel central que desempeña en la producción capitalista (…) la clase trabajadora se ponga en primera línea uniendo a las reivindicaciones generales de la revolución sus demandas de clase (empleo para todos, reducción de jornada, subidas salariales, derecho a huelga y organización sindical independiente) y se establezcan comités obreros en todos los centros de trabajo que se conviertan en espina dorsal de un nuevo Estado revolucionario. Junto al papel dirigente del proletariado es imprescindible construir y desarrollar una organización marxista que gane a los miles de activistas y líderes naturales que están surgiendo a un programa para tomar el poder y llevar a cabo la transformación socialista de la sociedad”.
La contradicción entre el instinto correcto y voluntad de las masas de ir hasta el final y no confiar en el imperialismo, y los bandazos de la dirección pequeñoburguesa de los comités es evidente y a medida que la situación se haga más crítica aumentará. Faltos de confianza en las masas, un sector de esta dirección pequeñoburguesa y, por supuesto, todos aquellos que pertenecían al régimen y se pasaron a la revolución porque veían inminente su victoria, miran hacia el imperialismo pidiendo ayuda. Pero como hemos insistido desde el principio de la revolución, cualquier intervención o ayuda militar del imperialismo será un regalo envenenado, el primer paso hacia el descarrilamiento de la revolución para imponer un nuevo gobierno del gusto de los imperialistas y recomponer la estructura del Estado burgués. El instinto de las propias masas es mirar hacia las masas del resto del mundo árabe y de todo el mundo en busca de apoyo.

 

Las tareas de los revolucionarios del resto del mundo

 

Una vez mas esto nos lleva a la cuestión de que política debemos defender los revolucionarios en el resto del mundo y en especial los que están en países en revolución como Venezuela, Bolivia o Ecuador o los propios revolucionarios cubanos que quieren defender las conquistas de la revolución cubana frente al imperialismo y la presión del capitalismo. Como hemos explicado desde el inicio de la revolución en Libia, este movimiento representa una oportunidad y un reto para el movimiento revolucionario latinoamericano y en particular para dirigentes como Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, o el propio Fidel Castro, a quienes el imperialismo constantemente intenta atacar y desprestigiar equiparándolos a dictadores como Ben Alí, Mubarak o el propio Gadafi, que son odiados por millones trabajadores y jóvenes en todo el mundo.
Para los revolucionarios de todo el mundo es urgente explicar esto y oponernos a cualquier tipo de intervención imperialista, tanto una posible intervención militar dirigida por el imperialismo estadounidense bajo el paraguas de la ONU o la OTAN con la excusa de evitar un desastre humanitario, llevar la paz, etc., como a cualquier maniobra por parte de estos mismos imperialistas u otros que, con la misma excusa de la paz, busque algún tipo de negociación con la camarilla corrupta de Gadafi, o incluso la partición de Libia
Lamentablemente hasta el momento la política adoptada por estos dirigentes planteando que la situación en Libia es confusa, o incluso en algunos casos apoyando de un modo mas o menos explícito a Gadafi, lejos de ayudar a la revolución en América latina y en el propio mundo árabe facilita, independientemente de las intenciones de sus promotores, la estrategia del imperialismo de separar las revoluciones árabe y latinoamericana y actuar contra ambas.

 

La paz en Libia sólo se puede lograr con la victoria de la revolución

 

Durante los últimos días se ha lanzado un manifiesto firmado por la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad quienes, siguiendo algunas de las ideas planteadas por el presidente Hugo Chávez, han propuesto la idea de una solución pacífica para Libia y han abogado por el diálogo. Obviamente, la paz en Libia es algo que todos los trabajadores o jóvenes deseamos, empezando por los jóvenes y trabajadores de las ciudades que en estos momentos está bombardeando Gadafi. Pero la pregunta es ¿cómo se puede conseguir la paz en Libia y que tipo de paz debe ser? Libia es un país donde las masas —como hemos visto con la brutal represión desatada por Gadafi durante las últimas semanas— no tienen derecho a manifestarse, formar sus propios partidos y sindicatos; un país que tiene los mayores ingresos por petróleo y gas del Magreb, uno de los PIB más altos de la región y una renta per cápita mas alta que la de Brasil, pero donde una minoría formada por la familia Gadafi, la cúpula del ejército y la alta burocracia del Estado concentra enormes riquezas mientras el 30% de la población está desempleado y un 35% vive en la pobreza. ¿Es posible la paz mientras la familia Gadafi y sus compinches sigan reprimiendo al pueblo, bombardeando ciudades en poder de comités populares creados por los propios ciudadanos, atacando sus derechos y condiciones de vida, privatizando empresas y embolsándose los beneficios del petróleo para hacer ricos a unos pocos que le rodean mientras el pueblo ve empeorar su condiciones de vida? ¿Es esa en todo caso la paz que queremos?
En Libia no hay una guerra étnica, ni un conflicto militar entre dos burguesías nacionales con dos ejércitos en condiciones de igualdad. En Libia hay la masacre de un pueblo que sin dirección pero con un coraje, instinto y voluntad impresionantes ha dicho basta a la opresión e intenta tomar en sus manos la gestión de la sociedad y enfrenta la respuesta brutal, sangrienta, de una maquinaria represiva que sabe que su única posibilidad de mantenerse en el poder es reducir a cenizas la insurrección, ahogar en sangre la movilización de las masas y poner ante un hecho consumado a los imperialistas y al resto del mundo. Cualquier cosa que signifique el mantenimiento de Gadafi en el poder o el que éste controle una parte del país solo será posible sobre la base de un baño de sangre y de aplastar a la revolución. E incluso eso solo sería el preámbulo de nuevas explosiones sociales, revueltas y choques armados.
Frente al río de cadáveres y desplazados que está dejando a su paso la ofensiva de Gadafi, lo que vemos en Bengasi y otras ciudades en manos de la revolución son escenas de asambleas, los comités organizando la vida pública y a las masas hablando en contra de cualquier intervención imperialista e intentando dirigir su propio país. Esto no es lo que dicen los imperialistas sino informaciones contrastadas de medios e informadores independientes de reconocida trayectoria antiimperialista, escritos en numerosas webs como Rebelión, los vídeos e informes de The Real News o fuentes independientes y a menudo críticas con el imperialismo como Al Jazzeera, que habitualmente es utilizada como referencia por el gobierno y los medios públicos de Venezuela y otros países latinoamericanos para conocer la realidad de lo que ocurre en el mundo árabe. Ahí también se puede escuchar el discurso incoherente de Gadafi acusando a las masas en lucha de ser de Al Qaeda, llamándoles drogadictos, etc.

 

Los revolucionarios venezolanos y la política exterior del gobierno bolivariano

 

La revolución venezolana es un punto de referencia mundial. Lo que diga un revolucionario honesto que ha conquistado un merecido prestigio en todo el mundo por su lucha contra el imperialismo y la opresión como el presidente Chávez, tiene una gran trascendencia. Si el comandante Chávez declarase públicamente su ruptura con Gadafi y apoyase la movilización revolucionaria de las masas en Libia llamándolas al mismo tiempo a seguir rechazando cualquier intento de intervención imperialista, unificar los comités populares en un Estado revolucionario para tomar el poder en sus manos y construir junto a sus hermanos del resto del mundo árabe una Federación Socialista de los Pueblos Árabes y de Oriente Medio, sería saludado con entusiasmo por las masas en Libia y el resto de la región. Ello aumentaría el apoyo a la revolución venezolana ante millones de jóvenes y trabajadores que ven con horror la represión de Gadafi contra las masas y se ven bombardeados por las calumnias del imperialismo intentando identificar a un revolucionario honesto como Chávez con un dictador como Gadafi. Apoyar a Gadafi o callar ante su brutal represión contra las masas genera todo lo contrario: incomprensión y rechazo entre sectores importantes de la población en el mundo árabe y que los imperialistas tengan más fácil atacar y aislar la revolución socialista en Venezuela.
La postura de los revolucionarios de todo el mundo y en particular de países en revolución como Venezuela, Bolivia, Ecuador…, ante lo que ocurre en Libia debe ser la de apoyar el movimiento revolucionario de las masas y contribuir con todos los medios a nuestro alcance a la victoria de la misma en este país y en el resto del mundo árabe. Ese es el único modo de debilitar al imperialismo e impedir su intervención. Para ello es necesario empezar por señalar de manera sincera y honesta a revolucionarios también honestos como el presidente Chávez y otros camaradas que le siguen en este punto, que creemos que están equivocados en su posición acerca de Libia y que persistir en su error no ayuda en nada a combatir los planes imperialistas para intervenir contra la revolución en el mundo árabe sino que, independientemente de que no sea esa su intención, los facilita y además puede perjudicar seriamente el apoyo a nuestra propia revolución en el resto del mundo. Quienes siempre hemos apoyado el proceso revolucionario venezolano y seguimos en primera línea en defensa del mismo, pero también creemos que en Libia hay una revolución que es necesario apoyar, tenemos una responsabilidad y debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos por intentar corregir esa posición equivocada. Guardar silencio, mirar hacia otro lado, decir que en Libia hay una revolución pero no alertar del peligro que representa el que la dirección del proceso revolucionario venezolano mantenga una política que consideramos peligrosamente errónea, significa sustituir el espíritu crítico y combativo del marxismo revolucionario por un cálculo político y seguidista impropio entre revolucionarios.
La posición respecto a Libia plantea un debate a fondo en el seno del movimiento revolucionario latinoamericano acerca de qué política deben tener el gobierno bolivariano y otros gobiernos revolucionarios para defender la revolución. Las victorias de la revolución bolivariana frente al imperialismo, especialmente a partir de 2002, abrieron una esperanza para los oprimidos del mundo y en particular en el resto de América Latina. Los discursos de Chávez defendiendo la unidad latinoamericana, la propuesta del ALBA —que desató la indignación de los imperialistas y burgueses— pero fue vista por las masas como un primer paso hacia una unidad latinoamericana no basada en las leyes del mercado capitalista sino en relaciones de solidaridad e igualdad, aumentaron el apoyo a la revolución bolivariana entre las masas de toda América Latina y animaron la lucha de clases en el continente. Como entonces explicamos, estas posiciones del gobierno bolivariano vinculada a la expropiación de los capitalistas y la construcción de una economía socialista en Venezuela y un llamado a las masas de todo el continente a seguir ese mismo camino podría haber abierto el camino hacia la extensión de la revolución y la formación de una federación socialista de los pueblos latinoamericanos.
Sin embargo esta línea política no se ha concretado. En política exterior se está pasando de confiar en la movilización de las masas obreras y campesinas en el resto de Latinoamérica y del mundo para luchar contra el capitalismo y defender y extender la revolución, a una política de priorizar alianzas políticas o acuerdos económicos con gobiernos burgueses o reformistas de la región y en otras áreas del mundo que resuelvan, o sirvan para paliar el callejón sin salida en que se encuentra el capitalismo venezolano. Esto lleva a la política de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” que en vez de fortalecer la influencia entre los trabajadores y pobres del mundo en la revolución bolivariana, único sustento real contra la intervención imperialista, la debilita. Así se han suscrito alianzas con gobiernos como el de Gadafi, Ahmadineyad en Irán, y otros. Como hemos defendido en otros materiales, el gobierno bolivariano tiene todo el derecho a suscribir acuerdos con estos países que ayuden a Venezuela a hacer frente al sabotaje de los capitalistas y al cerco imperialista, pero eso es una cosa y otra muy diferente es presentar como revolucionarios, amigos e incluso socialistas a gobiernos que en realidad reprimen a los trabajadores y las masas en sus propios países. Ello sólo ayuda a reducir el apoyo a nuestra revolución entre las masas de esos países y en el resto del mundo.
Además, como vemos hoy en Libia, esta política de basarse en acuerdos por arriba con este tipo de gobiernos en lugar de en las masas acaba significando que se considera la estabilidad de estos gobiernos —que no son en absoluto socialistas y están sometiendo a sus poblaciones a políticas totalmente diferentes de las que propugna la revolución venezolana— como algo de interés estratégico para Venezuela. Cuando en estos países estallan huelgas o movimientos insurrecciónales como vemos hoy en Libia la reacción de la diplomacia bolivariana no es basarse en el instinto revolucionario de las masas y apoyar a éstas sino aceptar los argumentos y excusas de esos gobiernos antiobreros y antipopulares. Esto sólo puede acabar reduciendo el apoyo a la revolución socialista en Venezuela en el resto del mundo y facilitando los planes para aislarla, favoreciendo la intervención imperialista contra nuestro país.
Además, detrás del argumento de que las masas en Libia se rebelan porqué están manipuladas por el imperialismo hay una idea muy peligrosa para nuestra propia revolución, y que puede ser utilizada (y a menudo ya es utilizada) por sectores burocráticos en la propia Venezuela y otros países para intentar desprestigiar cualquier movilización obrera o popular contra dirigentes o instituciones que afirman ser revolucionarios pero no actúan como tales. Se trata de la idea de que las masas son una arcilla que cualquiera puede moldear. Esta idea es completamente ajena al socialismo y al marxismo y choca con toda la evidencia de nuestra propia revolución. El imperialismo, tal como hemos denunciado los marxistas de la CMR desde la misma llegada al poder del presidente Chávez, interviene cada día contra la revolución con un gigantesco aparato mediático. Y, sin embargo, todos sus planes han sido derrotados una y otra vez precisamente por las masas y por el hecho de que el presidente Chávez, a diferencia de Gadafi, es un revolucionario honesto que ha frenado los planes de los imperialistas y capitalistas para privatizar empresas, ha nacionalizado varias y ha llamado a los trabajadores y el pueblo a organizarse y participar en la gestión de las fábricas, los barrios, etc.
Si los imperialistas y sus lacayos pitiyanquis en Venezuela han logrado avanzar en los últimos dos años en el terreno electoral (en la movilización en la calle la correlación de fuerza sigue siendo favorable a la revolución), no es a causa de que las masas se dejen manipular sino por la labor de sabotaje que lleva a cabo la burocracia y por el hecho de que la revolución, a causa de este sabotaje y el de los empresarios, no ha logrado resolver muchos problemas sociales. La idea planteada por algunos de que la insurrección en Libia obedece a un complot imperialista y el siguiente en la lista será Venezuela parte de la desconfianza absoluta en la capacidad de lucha e instinto revolucionario de las masas y, objetivamente, hace el juego a la burocracia, que intentará presentar cualquier lucha obrera y popular contra sus actuaciones cuarto-republicanas como una acción que beneficia a la contrarrevolución.

 

La revolución en Libia es una parte esencial de la revolución en todo el mundo árabe

 

Una idea que hemos explicado los marxistas de la CMR desde el inicio de los acontecimientos revolucionarios en Túnez, Egipto, etc. es que estábamos ante un movimiento revolucionario no restringido a un país sino que tendería inevitablemente a abarcar el conjunto de la región. La insurrección contra Gadafi se vio animada por las revoluciones que en Egipto y Túnez lograron derribar a Mubarak y Ben Alí. El propio Gadafi comprendía que la victoria de las masas en estos países animaría a las masas en el resto de la región, empezando por su país, ubicado geográficamente entre ambos países en revolución. Por eso fue el gobernante de la región que más insistentemente apoyó la represión contra las masas y la continuidad en el poder de Ben Alí y de Mubarak (coincidiendo en esto con nada más y nada menos que… ¡el gobierno sionista israelí!).
Quienes desde la izquierda intentan presentar a Gadafi como un revolucionario, y a las masas que tienen el poder en Bengasi y otras ciudades como agentes del imperialismo, deberían reflexionar sobre este hecho, así como otros hechos denunciados por distintos activistas revolucionarios del mundo árabe y luchadores antiimperialistas como que Gadafi se aliase a George W. Bush en la mal llamada lucha contra el terrorismo entregando a supuestos terroristas de Al Qaeda y otras organizaciones perseguidas por EEUU para ser enviados a Guantánamo. O que colabore con las burguesías europeas en perseguir y reprimir a los inmigrantes y haya acometido privatizaciones de empresas durante los últimos años y abierto las puertas de Libia a las multinacionales imperialistas, algo que le valió la felicitación del propio FMI, el levantamiento de las sanciones por parte del imperialismo estadounidense y británico y el hacer buenos negocios durante los últimos años con las burguesías europeas y de otros países a costa de la explotación de los recursos naturales y la fuerza de trabajo del pueblo libio.
El empuje revolucionario en todo el mundo árabe y la inestabilidad en la región hunden sus raíces en la crisis del capitalismo y las condiciones de vida que sufren las masas. Esta inestabilidad revolucionaria se prolongará por todo un período histórico. En Túnez la población levantada ha vuelto a desbaratar las maniobras de la burguesía y el imperialismo para sofocar la revolución y han obligado al gobierno continuista de Ghanuchi a dimitir. En Egipto continúa la lucha entre revolución y contrarrevolución. La clase dominante y la cúpula militar con el apoyo del imperialismo, tras verse obligados a forzar la salida de Mubarak, intentan dividir al movimiento revolucionario en líneas religiosas y buscar una base social entre sectores de las capas medias contra la clase obrera y la juventud. Pero hasta el momento no han logrado ese objetivo y la lucha de la clase obrera y las masas tienden a intensificarse. En Bahrein, pese a toda la palabrería de Obama, su títere —el rey— sigue reprimiendo brutalmente a la población pero ésta mantiene su lucha. Lo mismo ocurre en Yemen.
Y no sólo eso. En Marruecos y Argelia ha habido también movilizaciones importantes de masas. Animados por el ejemplo revolucionario en Túnez, Egipto y Libia el movimiento ha llegado ya al emirato de Omán, a las puertas del principal pilar del imperialismo estadounidense en la zona: Arabia Saudí. En Omán ha habido huelgas y manifestaciones importantes que han encendido todas las luces de alarma en las cancillerías imperialistas. El propio Iraq ocupado por Estados Unidos se ha visto afectado por la onda expansiva de la revolución en Libia, Egipto y Túnez. La jornada de la ira contra el títere de Estados Unidos, Maliki, movilizó a decenas de miles de personas exigiendo derechos democráticos y mejoras sociales y económicas, pese a la brutal represión gubernamental. El malestar es enorme y continuará. En la mismísima Arabia Saudí la monarquía de la dinastía Saud, con el apoyo del imperialismo estadounidense, ha tomado medidas como subir los salarios un 15% y el ministro de Trabajo ha prometido todo tipo de reformas para acabar con el 20% de desempleo que sufre el país, especialmente la juventud. Pese a todo ya ha sido convocada una jornada de la ira, contestada por el gobierno con un despliegue policial y militar sin precedentes, y diversas informaciones hablaban de marchas y enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas represivas. “Los medios saudíes informan de dos personas que se inmolaron por el fuego en señal de protesta. Una horrible represión en la ciudad de Qatif durante la semana pasada —incluyendo ataques contra mujeres chiíes— relacionada con una manifestación por la liberación de presos políticos, llevó a que todavía más gente se oponga a la monarquía. La semana pasada, después de las oraciones del viernes en Riad, los manifestantes se reunieron frente a la mezquita al-Rajhi y corearon consignas contra el gobierno y contra la corrupción” (‘Ira contra la casa Saud’, P. Escobar, www.rebelion.org/noticia.php?id=123938).
Sólo la ausencia de una dirección revolucionaria impide por el momento unificar todas estas luchas, tomar el poder e iniciar el camino de la transformación socialista de la sociedad.

 

La revolución sólo puede triunfar avanzando hacia el socialismo

 

En estos momentos la revolución en Libia constituye un jalón que puede ayudar a elevar la revolución en el mundo árabe a un nivel superior y extenderla más fuerte y decididamente al resto de la región y del mundo o significar el primer revés sangriento para las masas, algo que, aunque no acabaría con la revolución en todo el mundo árabe, si supondría un golpe duro y ayudaría a las oligarquías de la zona y el imperialismo a reagrupar sus fuerzas e intentar pasar a la ofensiva.
Es bastante probable que en este mismo momento algunos de los regimenes reaccionarios de África y el mundo árabe que se mantienen, e incluso sectores del imperialismo, estén financiando bajo cuerda a Gadafi y permitiendo que le siga llegando dinero y hombres para reprimir a las masas. Una victoria de Gadafi en Libia les beneficia a ellos. De hecho, animado por el avance de la contrarrevolución en Libia, el rey de Bahrein ya ha solicitado efectivos militares de Arabia Saudí y otros emiratos del Golfo Pérsico para ayudarle a aplastar la revolución en su país. Una victoria de las masas y el establecimiento de un Estado basado en los comités, en cambio, animaría aún más la lucha en toda la región y se extendería como una mancha de aceite, sirviendo de inspiración incluso a las masas de Europa, y particularmente en los países del sur, donde se acumula un enorme malestar social, como hemos visto durante el último año en Portugal, el Estado español, Italia y especialmente Francia y Grecia. Esta es otra de las razones que, por el momento, provoca que los imperialistas tengan dudas y divisiones acerca de intervenir militarmente. Una intervención militar directa en Libia, aunque inicialmente les permitiese restablecer un gobierno y un Estado burgueses bajo su control, desataría una inestabilidad permanente que, en medio de una revolución que continúa en todo el mundo árabe y de un creciente malestar de las masas en Europa con riesgo de explosiones sociales, acabaría volviéndose una bomba de tiempo para el imperialismo.
Como hemos dicho, el único modo de derrotar los planes contrarrevolucionarios tanto de Gadafi como del imperialismo es consolidar el poder de los comités populares en Libia y unificar a estos en un Estado revolucionario basado en delegados elegibles y revocables en todo momento de cada uno de esos comités; donde cada funcionario público no perciba ingresos superiores a los de un trabajador cualificado y las tareas de gestión y administración se realicen de forma rotatoria. Un Estado revolucionario donde los mercenarios y el ejército represivo de Gadafi sean sustituidos por el pueblo en armas, un ejército revolucionario sometido al control de esos comités. La primera tarea que debe acometer ese Estado, junto a organizar la victoria militar contra Gadafi y llamar al resto de las masas árabes a apoyar la revolución y seguir el mismo camino, debe ser nacionalizar los bancos, los monopolios, y el poder económico de la reacción para ponerlo bajo el control democrático de los trabajadores y el pueblo. Es la única forma posible de que las masas resuelvan los problemas acuciantes y tener una vida mejor.
La revolución de los comités en Libia se enfrenta a una encrucijada. Si se queda a medio camino lo más probable es que sea derrotada, o por el propio Gadafi o por el imperialismo o por ambos. Para vencer, su única alternativa es tomar la dirección del socialismo. Esto es también válido para Egipto, Túnez, Bahrein y el resto. Los acontecimientos en todo el mundo árabe y, particularmente en estos países en los que las masas han logrado derribar gobiernos reaccionarios o hacerse con el poder en partes del país, demuestran que la revolución árabe no es una revolución democrática limitada a la lucha por este tipo de reivindicaciones sino el inicio de la revolución socialista. Una revolución en la que la lucha por conseguir los derechos democráticos y las reivindicaciones más inmediatas de las masas (empleo y vivienda digna, mejores salarios, reducción de la jornada de trabajo) sólo puede tener éxito si la clase obrera al frente del resto de los oprimidos toma el poder, destruye el Estado forjado por la burguesía y los imperialistas, crea su propio Estado basado en comités revolucionarios elegibles y revocables y pone los recursos del país (los bancos, la tierra, las instalaciones petroleras, gasíferas y las principales empresas) bajo control democrático de los trabajadores y el conjunto de la población.
En la Rusia de 1917 —un país mucho más atrasado en aquel entonces que la Libia actual—, la revolución de febrero se transformó en la revolución socialista de octubre, a pesar de todo el sabotaje de los reformistas de la época (mencheviques y eseristas) que buscaban desesperadamente acuerdos con los representantes del viejo régimen y los imperialistas franceses e ingleses. Esa transformación se dio gracias a la actitud enérgica del partido bolchevique, y especialmente de la dirección proporcionada por Lenin y Trotsky, que llamaron a la toma del poder por parte de los soviets. Los bolcheviques explicaron pacientemente su programa a la vez que intervenían audazmente para ganar el apoyo consciente de la mayoría de la población insurrecta a su programa. Jamás defendieron la revolución por etapas, esa formula reformista que si defendían los mencheviques y sus aliados, ni tampoco la colaboración entre las clases. Igual que en Rusia en 1917, las masas libias ganarán el asalto si llevan el combate hasta el final: expropiando a la camarilla de Gadafi, a las multinacionales imperialistas y estableciendo las bases de un régimen auténticamente democrático y socialista, la Democracia Obrera.

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