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(Extractos de cartas a Nin)

14 de abril de 1931

 

Gracias por las citas del discurso de Thaelmann1 so bre la revolución «popular», de las que no me había dado cuenta. Es imposible imaginar una manera más estúpida y más cazurra de embrollar la cuestión al plantearla. ¡Dar esta consigna de «revolución popular» y además, invocando a Lenin! Pero veamos, ¡cada número del periódico fascista de Strasser2 expone la misma consigna oponiéndola a la fórmula marxista de revolución de clase! Claro está,  toda gran revolución es «nacional» o «popular» en el sentido de que agrupa en torno a la clase revolucionaria a todas las fuerzas vivas y creadoras de la nación, y         que reconstruye a ésta alrededor de un nuevo centro. Pero esto no es una consigna, no es más que la descripción sociológica de una revolución, una descripción que exige además aclaraciones precisas y concretas. Hacer de ello una consigna, es una tontería, es charlatanería, es oponer a los fascistas una competencia de bazar, y serán los obreros los que paguen las consecuencias de este engaño.

Es asombrosa la evolución de las consignas de la Internacional Comunista precisamente sobre esta cuestión. Desde el III Congreso de la Internacional Comunista, la fórmula «clase contra clase» se ha convertido en la expresión popular de la política del frente único proletario. Fórmula absolutamente justa: todos los obreros deben cerrar filas contra la burguesía. Pero enseguida se ha sacado de la misma consigna una alianza con los burócratas reformistas contra los obreros (la experiencia de la huelga general inglesa). Después se ha pasado al otro extremo: ningún acuerdo es posible con los reformistas. «Clase contra clase», esta fórmula que debía servir para el acercamiento entre los obreros socialdemócratas y los obreros comunistas ha adquirido durante el «tercer período».3 el sentido de una lucha contra los obreros socialdemócratas; como si estos últimos perteneciesen a una clase diferente. Ahora, nueva voltereta, la revolución ya no es proletaria, es popular. El fascista Strasser dice que el 95 % del pueblo tiene interés en la revolución y que, en consecuencia se trata de una revolución popular, no de clase. Thaelmann repite la misma canción. De hecho, sin embargo, el obrero comunista debería decir al obrero fascista: Sí, evidentemente, el 95 %, si no es el 98 % de la población, es explotada por el capital financiero. Pero esta explotación está organizada jerárquicamente: explotadores, subexplotadores, explotadores de tercera clase. Sólo por medio de esta gradación los superexplotadores mantienen en servidumbre a la mayoría de la nación. Para que la nación pueda efectivamente reconstruirse alrededor de un nuevo centro de clase, debe reconstruirse ideológicamente, lo que sólo es realizable si el proletariado, lejos de dejarse absorber por el «pueblo», por la «nación» desarrolla su programa particular de revolución proletaria y obliga a la pequeña burguesía a elegir entre los dos regímenes. La consigna de una revolución popular es una canción de cuna, que adormece tanto a la pequeña burguesía como a las amplias masas obreras, les invita a resignarse a la estructura jerárquica burguesa de «pueblo» retardando su emancipación. En Alemania, en las actuales circunstancias, esta consigna hace desaparecer toda demarcación ideológica entre el marxismo y el    fascismo, reconcilia a una parte de los obreros y de la pequeña burguesía con la ideología fascista, permitiéndoles creer que no es necesaria una elección, puesto que, tanto para unos como para otros, se trata de una revolución popular. Estos revolucionarios incapaces, cada vez que topan con un enemigo serio, piensan ante todo en acomodarse a él, en adornarse con sus colores y en conquistar a las masas, no mediante una lucha revolucionaria sino mediante algún ingenioso truco. Verdaderamente es una forma ignominiosa de presentar la cuestión. Si los débiles comunistas españoles empleasen esta consigna, acabarían en su país con una política de Kuomintang.4

 

20 de abril de 1931

 

Muchos rasgos de semejanza saltan a los ojos entre el régimen de febrero de 1917 en Rusia y el régimen republicano actual en España. Pero se advierten también profundas diferencias: a) España no está en guerra, por lo tanto no tenéis que lanzar la penetrante consigna de lucha por la paz; b) no tenéis aún soviets obreros, ni ‑¿es preciso decirlo?‑ soviets de soldados; incluso no veo en la prensa que esta consigna se haya propuesto a las masas; c) el gobierno republicano dirige desde el principio la represión contra el ala izquierda del proletariado, lo que no se produjo en nuestro país en febrero, porque las ‑bayonetas estaban en disposición de obreros y soldados y no en manos del gobierno liberal.

Este último punto tiene una importancia enorme para nuestra agitación. El régimen de febrero realizó de entrada, en el terreno político, una democracia completa y, en su género, casi absoluta. La burguesía no se mantenía más que por su crédito en las masas obreras y en el ejército. En vuestro país la burguesía no se apoya sólo en la confianza, sino también en la violencia organizada que ha heredado del antiguo régimen. No tenéis las plenas libertades de reunión, de palabra, de prensa, etc. Las bases electorales de vuestros nuevos municipios distan mucho del verdadero espíritu democrático. Ahora bien, en una época revolucionaria, las masas son particularmente sensibles a toda desigualdad de derecho y a las medidas policíacas de cualquier género. Dicho de otra forma, es indispensable que los comunistas se manifiesten por el momento como el partido democrático más consecuente, más resuelto y más intransigente.

Por otra parte es necesario ocuparse inmediatamente de construir soviets obreros. A este respecto, la lucha por la democracia es un excelente punto de partida. Ellos tienen sus ayuntamientos, nosotros los obreros, tenemos necesidad de nuestra junta local para defender nuestros derechos y nuestros intereses.

[( ... ) En su segunda carta usted demuestra la necesidad de influenciar en la Federación Catalana, amigablemente y con tacto. Estoy totalmente de acuerdo ( ... ) pero no puedo dejar de señalar desde aquí, lejos, el segundo aspecto de la cuestión. Hace dos  o tres meses usted pensaba que podía conquistar esta organización sin dificultad; elaboró las tesis con Maurín, etc.; poco después evidenció que la Federación encontraría inoportuna la entrada en sus filas, a causa de sus equivocas relaciones con la I.C.. Desde mi punto de vista este hecho es un argumento en contra de toda tentativa de influenciar en la Federación sólo de manera personal, individual, pedagógica, al margen de una fracción de izquierda organizada, que agita su bandera desplegada por todas partes. ¿Trabajar en el seno de la Federación? Si. ¿Trabajar con paciencia, amigablemente, sin temer los fracasos? Si, si, si. Pero trabajando abiertamente, en tanto que oposicionista de izquierda, como bolchevique‑leninista, que tiene su propia fracción y que exige para ella la libertad de crítica así como la libertad de exponer sus opiniones.]

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