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La lucha nos hace libres

Las mujeres que tomaron parte en la Gran Revolución de octubre, ¿quiénes fueron? ¿Individuos aislados? No, fueron muchísimas, decenas, cientos de miles de heroínas sin nombre quienes, marchando codo a codo con los trabajadores y los campesinos detrás de la bandera roja y la consigna de los Sóviets, pasaron sobre las ruinas de la teocracia zarista hacia un nuevo futuro. (…) Jóvenes y ancianas, trabajadoras, campesinas esposas de soldados y amas de casa pobres de ciudad. (…) ¿Al frente? Se ponían una gorra de soldado y se transformaban en combatientes del Ejército Rojo. (…) En los pueblos, las campesinas (cuyos esposos habían sido enviados al frente) tomaron las tierras de los terratenientes (…) Es un hecho claro e incontrovertible que, sin la participación de las mujeres, la Revolución de Octubre no hubiese podido llevar la Bandera Roja a la victoria.

Alexandra Kollontai

La densa red de opresión con que envuelve el capitalismo a la mujer trabajadora alcanza también a su papel en la lucha por la emancipación de la Humanidad. El carácter machista de la historiografía burguesa omite conscientemente esta parte de la memoria histórica de nuestra clase. Cuenta, además, con el silencio cómplice de los dirigentes reformistas, socialdemócratas y estalinistas.

La clase dominante necesita que las mujeres estemos atadas por mil cadenas. Hay motivos económicos estratégicos, como garantizar el mantenimiento y reproducción de la fuerza de trabajo al menor coste posible. Pero también un objetivo ideológico: mantener a las mujeres de la clase obrera condenadas a la pasividad política. Si nuestras cadenas son las más pesadas de entre los oprimidos, cuando se rompen se libera una fuerza social poderosa. Las mujeres más humildes, más humilladas y oprimidas, han encendido más de una vez la chispa de la transformación social. La Revolución Rusa de 1917 echó a andar con el grito de mujeres exigiendo pan y paz.

El bolchevismo y la causa de la mujer trabajadora

Incluso la organización más revolucionaria de la historia, el Partido Bolchevique, fue sorprendida: “A nadie se le pasó por la cabeza que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución. (…) La organización bolchevique más combativa de todas, el comité de la barriada obrera de Vyborg, aconsejó que no se fuese a la huelga. (…) Es evidente, pues, que la Revolución de Febrero empezó desde abajo, venciendo la resistencia de las propias organizaciones revolucionarias, con la particularidad de que esta espontánea iniciativa corrió a cargo de la parte más oprimida y cohibida del proletariado: las obreras del ramo textil...”

En cualquier caso, la sorpresa se reducía al momento inicial del gran acontecimiento. Los bolcheviques llevaban años preparando la herramienta política que precisaba la clase obrera, y su defensa intransigente de los derechos de la mujer trabajadora formaba parte de su ADN.

Lenin mantuvo una posición intransigente contra la opresión de la mujer obrera y campesina bajo el régimen zarista, y siempre destacó su papel esencial en el combate por el socialismo. Calificaba la legislación burguesa respecto a la mujer “increíblemente infame, repugnantemente sucia, bestialmente burda (…) que otorga privilegios a los hombres y humillan y degradan a la mujer…”, afirmando que “no puede existir, no existe, ni existirá jamás verdadera ‘libertad’ mientras las mujeres se hallen atrapadas por los privilegios legales de los hombres, mientras los obreros no se liberen del yugo del capital, mientras los campesinos trabajadores no se liberen del yugo del capitalista, del terrateniente y del comerciante.”

A pesar de que sus nombres no nos resulten tan familiares, el bolchevismo se forjó también gracias a la actuación audaz y valiente de muchas mujeres. Ellas jugaron un papel decisivo en todas las tareas antes, durante y después del triunfo revolucionario. Alexandra Kollontai , importante propagandista bolchevique, que abordó desde un punto de vista marxista la función de la familia, la sexualidad o la prostitución, y fue la primera mujer de la historia en formar parte de un gobierno. Evgeniia Bosh, una de las líderes militares más capaces de la guerra librada en defensa del poder obrero y contra las bandas contrarrevolucionarias. Yelena Dmitriyevna Stassova, “una camarada de armas durante los difíciles años del trabajo clandestino (…).” Klavdia Nikolayeva, obrera que se unió a los bolcheviques en 1908 y en 1917 se convirtió en el corazón de la primera revista para las mujeres trabajadoras, Kommunistka. Konkordia Samoilova, magnífica oradora, que asumió también la tarea de dar los primeros y más difíciles pasos en el movimiento de las mujeres trabajadoras. Inessa Armand, que sufrió cárcel, deportación y exilio por sus ideas. Varvara Nikolayevna Yakovleva, participante en la reunión del Comité Central que decidió la fecha de la insurrección y clave en los días decisivos de Octubre en Moscú, mostrando en las barricadas una resolución y valentía sin igual. Vera Slutskaya, muerta por disparos de los cosacos en el primer frente Rojo. Yevgenia Bosh, Krupskaya, Eliazarova, Kudelli, Damailova, Larisa Reisner…Todas ellas han sido ignoradas por la historia oficial, y jamás recordadas por el feminismo burgués.

La liberación de la mujer y el gobierno de los Sóviets

La victoria revolucionaria de Octubre traspasó todo al poder a los sóviets, y ese nuevo poder obrero se puso manos a la obra demostrando, en la práctica, que la emancipación plena de la mujer trabajadora sólo será posible a través del socialismo.

Una de las prioridades era romper las cadenas del trabajo doméstico a través de la socialización de las tareas del hogar. Mediante una amplia red de cafeterías y comedores, lavanderías, hospitales y guarderías, el nuevo poder revolucionario liberó a las mujeres de emplear la mayor parte de su tiempo a la limpieza, la alimentación y cuidado de los más dependientes. No solo así se liberaría a la mujer oprimida de una gran carga física, se la permitiría acceder al trabajo productivo remunerado y socialmente reconocido —a la independencia económica—, disponiendo también del tiempo necesario para participar en la política y la dirección de la sociedad. En enero de 1920, las cafeterías públicas de Petrogrado atendían a un millón de personas y en Moscú las utilizaba el 93% de la población.

Paralelamente se abordó el objetivo de acabar con todo tipo de abuso y maltrato en el seno de la familia. El Código familiar aprobado por los bolcheviques y los Soviets en 1918, instauró el matrimonio civil, el divorcio a petición de cualquiera de los cónyuges y eliminó la distinción entre los hijos “legítimos” e “ilegítimos”. Por supuesto, no se podía hablar de avances serios en la liberación de las mujeres si éstas no poseían el control de su cuerpo, su maternidad y su sexualidad. En 1920 el gobierno soviético fue el primero del mundo en emitir un decreto anulando la criminalización del aborto: “El aborto, la interrupción del embarazo por medios artificiales, se llevará a cabo gratuitamente en los hospitales del Estado, donde las mujeres gozarán de la máxima seguridad en la operación.”

La maternidad fue protegida, garantizando que las madres no fueran discriminadas en el ámbito laboral, algo tan habitual en los países capitalistas. El Código Laboral de 1918 garantizaba un receso pagado de media hora al menos cada tres horas para alimentar al bebé. Para la protección durante el embarazo y la lactancia, estaban prohibidos el trabajo nocturno y las horas extras. La ley otorgaba ocho semanas de licencia de maternidad remunerada, así como servicios médicos gratuitos antes y después del parto.

Los bolcheviques también abolieron las leyes represivas contra los homosexuales y la criminalización de las relaciones sexuales: “La legislación soviética se basa en el siguiente principio: declara la absoluta no interferencia del Estado y la sociedad en asuntos sexuales, en tanto que nadie sea lastimado y nadie se inmiscuya con los intereses de alguien más.”

Guerra al atraso

Todas estas conquistas, que dejan en evidencia el parloteo hipócrita sobre la “igualdad” de los gobiernos capitalistas cien años después, adquieren una dimensión heroica si consideramos las condiciones históricas en las que se aplicaron. La herencia que obtuvo la Rusia revolucionaria del régimen zarista estaba marcada por el atraso y la barbarie. Más de tres cuartas partes de la población vivían en el campo y era prácticamente analfabeta, sometida a un régimen patriarcal brutal y carente de las infraestructuras más básicas —canalizaciones de aguas residuales, electricidad, educación...—. La mayoría de la población femenina estaba constituida por mujeres campesinas en situación de práctica esclavitud: “En el campo ven a las mujeres como caballos de tiro. Trabajas toda la vida para tu esposo y toda su familia, soportas palizas y toda clase de humillaciones, pero no importa, no tienes a dónde ir; estás encadenada al matrimonio”.

Por supuesto, el desarrollo desigual y combinado que impuso el capitalismo a la sociedad rusa, a la vez que mantenía estos rasos feudales de atraso y subdesarrollo, también permitió a muchas mujeres —tras la movilización al frente de millones de hombres durante la Primera Guerra Mundial— acceder a las fábricas. En 1914 la mujer trabajadora, ex campesina, representaba un tercio de la mano de obra industrial de la Rusia zarista. Estas mujeres desarrollaron una profunda conciencia de clase al calor de su explotación asalariada. Los bolcheviques rápidamente se orientaron hacia ellas. Fundaron el periódico Rabotnitsa (La Obrera), con el objetivo de atraer a las trabajadoras no politizadas a las ideas del socialismo. Cada fábrica tenía sus propias representantes en el comité de redacción, y se organizaban reuniones periódicas donde participaban todas ellas. En Petrogrado, Rabotnitsa convocaba mítines y manifestaciones de masas.

Con el triunfo revolucionario de Octubre se creó un departamento especial: el Zhenotdel. Su función era acercar a las mujeres al Partido Bolchevique y los sindicatos, e implicarlas directamente en el trabajo de los sóviets y la administración del Estado obrero. Los bolcheviques eran conscientes de la necesidad de organizaciones amplias y medidas especiales de propaganda, porque para las mujeres era más difícil participar políticamente debido al papel nefasto de la familia tradicional. No se trataba sólo de la reticencia de mujeres educadas durante siglos para ser las esclavas de los esclavos, como solía decía Lenin, sino de luchar activamente contra la oposición de muchos maridos y padres. El Zhenotdel no era una organización separada, sino un espacio donde las mujeres se sentían seguras y a salvo de la opresión machista para iniciar su participación activa en la construcción de la nueva sociedad. No había prejuicios, sino una profunda comprensión y respeto hacia la mujer oprimida, como demuestra el trabajo en Asia Central, donde las activistas del Zhenotdel se ponían el velo para poder aproximarse a las mujeres musulmanas.

Las dificultades

Toda esta legislación se enfrentó a un sin fin de dificultades. Junto al atraso económico y cultural, los sóviets debieron hacer frente a la destrucción provocada por la Guerra Mundial y la guerra civil desatada por los terratenientes y capitalistas rusos, y sus amos imperialistas, para aplastar al joven Estado obrero.

Las masas soviéticas levantaron un Ejército Rojo de la ruinas y derrotaron las fuerzas contrarrevolucionarias. Pero lo hicieron a un precio muy elevado. Durante la postguerra el ingreso nacional se redujo a un tercio, y la producción industrial a una quinta parte. En 1921 Moscú había perdido la mitad de su población, y Petrogrado dos tercios; cientos de miles de personas retornaban al campo huyendo de la hambruna. Valiosos mujeres bolcheviques murieron, como Inessa Armand, presidenta del Zhenotdel, y Samoilova, ambas de cólera.

Estas condiciones de terrible escasez dificultaron la puesta en práctica del derecho al aborto debido a la falta de instalaciones hospitalarias o de anestésicos, los comedores estatales languidecían y cerraban por la falta de alimentos, y la mitad de las escuelas infantiles y hogares para madres solteras desaparecieron. La presencia de la mujer en un aparato productivo demolido y en apenas funcionamiento retrocedió. Así, bajo condiciones espantosas, la mujer trabajadora y campesina se veía obligada a recluirse en su prisión doméstica.

El socialismo no se pude construir sobre el reparto de la miseria, precisa de las condiciones materiales que permitan a los hombres y las mujeres emanciparse de la extenuante lucha por la supervivencia, liberando su energía física e intelectual para la construcción de una nueva sociedad dirigida de forma colectiva. Las penalidades, el hambre, el desempleo… reavivaron viejas lacras capitalistas como la prostitución y la violencia machista.

Reacción estalinista

Sin embargo, no se trató exclusivamente de la ausencia de medios materiales. La revolución había alimentado una conciencia nueva: “Todos los adultos estábamos loca y terriblemente hambrientos, pero podíamos decirle al mundo entero (…) que estábamos avanzando hacia la meta de liberar al amor de la economía, y a la mujer de la esclavitud doméstica.” El repliegue de las conquistas y derechos de la mujer soviética fue alimentado por las nuevas condiciones políticas. La degeneración burocrática y el ascenso del estalinismo actuaron como un factor clave. “El retroceso reviste formas de una hipocresía desalentadora y va mucho más lejos de lo que exige la dura necesidad económica. A las razones objetivas de regreso a las normas burguesas, tales como el pago de las pensiones alimenticias del hijo, se agrega el interés social de los medios dirigentes de enraizar el derecho burgués.”

Una casta de arribistas y burócratas se apoderó de la dirección del partido y del Estado, ocupando el espacio político que la clase obrera no podía llenar por estar condenada a una penosa lucha por la supervivencia cotidiana. Asentada en el poder, consciente de sus nuevos privilegios sociales, la burocracia liderada por Stalin comprendió que la consolidación de su poder precisaba de las viejas cadenas que asfixiaban la conciencia revolucionaria. Represión, estajanovismo, y, también, sometimiento de la mujer trabajadora. Un primer paso para aplastar a su vanguardia fue la disolución del Zhenotdel en 1929. El aborto y la homosexualidad fueron perseguidos. El tercer Código Familiar de 1936 hizo el divorcio más difícil.

Nuestro objetivo

La experiencia de la Revolución de Octubre, con sus grandes avances iniciales y sus retrocesos posteriores, merece ser objeto de un estudio serio y reflexivo para quienes luchamos hoy por la emancipación de la mujer. Prueba como todo aquello que contribuye a elevar el grado de conciencia y organización de los oprimidos, sean hombres o mujeres, en busca de una sociedad sin clases nos hace más libres. Y, a su vez, demuestra en negativo que toda sociedad basada en los privilegios de una minoría necesita recurrir a la opresión de la mayoría, en especial de la mujer.

El programa bolchevique para la emancipación de la mujer no pudo llevarse hasta el final, pero las conquistas que lograron no fueron en vano. Nos inspiran y señalan el camino para unas relaciones entre el hombre y la mujer liberadas de toda violencia y opresión, basadas en el respeto, la igualdad y la fraternidad: “(…) la vida de la mujer trabajadora debe estar rodeada de las mismas comodidades, la misma limpieza, la misma higiene, la misma belleza, que hasta ahora constituía el ambiente de las mujeres pertenecientes a las clases adineradas. (…) veremos nacer la unión libre fortificada por el amor y el respeto mutuo (…) Estas nuevas relaciones asegurarán a la humanidad todos los goces del llamado amor libre, ennoblecido por una verdadera igualdad social entre compañeros...”

La lucha nos hace libres

Las mujeres que tomaron parte en la Gran Revolución de octubre, ¿quiénes fueron? ¿Individuos aislados? No, fueron muchísimas, decenas, cientos de miles de heroínas sin nombre quienes, marchando codo a codo con los trabajadores y los campesinos detrás de la bandera roja y la consigna de los Sóviets, pasaron sobre las ruinas de la teocracia zarista hacia un nuevo futuro. (…) Jóvenes y ancianas, trabajadoras, campesinas esposas de soldados y amas de casa pobres de ciudad. (…) ¿Al frente? Se ponían una gorra de soldado y se transformaban en combatientes del Ejército Rojo. (…) En los pueblos, las campesinas (cuyos esposos habían sido enviados al frente) tomaron las tierras de los terratenientes (…) Es un hecho claro e incontrovertible que, sin la participación de las mujeres, la Revolución de Octubre no hubiese podido llevar la Bandera Roja a la victoria.

Alexandra Kollontai

La densa red de opresión con que envuelve el capitalismo a la mujer trabajadora alcanza también a su papel en la lucha por la emancipación de la Humanidad. El carácter machista de la historiografía burguesa omite conscientemente esta parte de la memoria histórica de nuestra clase. Cuenta, además, con el silencio cómplice de los dirigentes reformistas, socialdemócratas y estalinistas.

La clase dominante necesita que las mujeres estemos atadas por mil cadenas. Hay motivos económicos estratégicos, como garantizar el mantenimiento y reproducción de la fuerza de trabajo al menor coste posible. Pero también un objetivo ideológico: mantener a las mujeres de la clase obrera condenadas a la pasividad política. Si nuestras cadenas son las más pesadas de entre los oprimidos, cuando se rompen se libera una fuerza social poderosa. Las mujeres más humildes, más humilladas y oprimidas, han encendido más de una vez la chispa de la transformación social.  La Revolución Rusa de 1917 echó a andar con el grito de mujeres exigiendo pan y paz.

El bolchevismo y la causa de la mujer trabajadora

Incluso la organización más revolucionaria de la historia, el Partido Bolchevique, fue sorprendida: “A nadie se le pasó por la cabeza que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución. (…) La organización bolchevique más combativa de todas, el comité de la barriada obrera de Vyborg, aconsejó que no se fuese a la huelga. (…) Es evidente, pues, que la Revolución de Febrero empezó desde abajo, venciendo la resistencia de las propias organizaciones revolucionarias, con la particularidad de que esta espontánea iniciativa corrió a cargo de la parte más oprimida y cohibida del proletariado: las obreras del ramo textil...”

En cualquier caso, la sorpresa se reducía al momento inicial del gran acontecimiento. Los bolcheviques llevaban años preparando la herramienta política que precisaba la clase obrera, y su defensa intransigente de los derechos de la mujer trabajadora formaba parte de su ADN.

Lenin mantuvo una posición intransigente contra la opresión de la mujer obrera y campesina bajo el régimen zarista, y siempre destacó su papel esencial en el combate por el socialismo. Calificaba la legislación burguesa respecto a la mujer “increíblemente infame, repugnantemente sucia, bestialmente burda (…) que otorga privilegios a los hombres y humillan y degradan a la mujer…”, afirmando que “no puede existir, no existe, ni existirá jamás verdadera ‘libertad’ mientras las mujeres se hallen atrapadas por los privilegios legales de los hombres, mientras los obreros no se liberen del yugo del capital, mientras los campesinos trabajadores no se liberen del yugo del capitalista, del terrateniente y del comerciante.” 

A pesar de que sus nombres no nos resulten tan familiares, el bolchevismo se forjó también gracias a la actuación audaz y valiente de muchas mujeres. Ellas jugaron un papel decisivo en todas las tareas antes, durante y después del triunfo revolucionario. Alexandra Kollontai , importante propagandista bolchevique, que abordó desde un punto de vista marxista la función de la familia, la sexualidad o la prostitución, y fue la primera mujer de la historia en formar parte de un gobierno. Evgeniia Bosh, una de las líderes militares más capaces de la guerra librada en defensa del poder obrero y contra las bandas contrarrevolucionarias. Yelena Dmitriyevna Stassova, “una camarada de armas durante los difíciles años del trabajo clandestino (…).”  Klavdia Nikolayeva, obrera que se unió a los bolcheviques en 1908 y en 1917 se convirtió en el corazón de la primera revista para las mujeres trabajadoras, Kommunistka. Konkordia Samoilova, magnífica oradora, que asumió también la tarea de dar los primeros y más difíciles pasos en el movimiento de las mujeres trabajadoras. Inessa Armand, que sufrió cárcel, deportación y exilio por sus ideas. Varvara Nikolayevna Yakovleva, participante en la reunión del Comité Central que decidió la fecha de la insurrección y clave en los días decisivos de Octubre en Moscú, mostrando en las barricadas una resolución y valentía sin igual. Vera Slutskaya, muerta por disparos de los cosacos en el primer frente Rojo. Yevgenia Bosh, Krupskaya, Eliazarova, Kudelli, Damailova, Larisa Reisner…Todas ellas han sido ignoradas por la historia oficial, y jamás recordadas por el feminismo burgués.

La liberación de la mujer y el gobierno de los Sóviets

La victoria revolucionaria de Octubre traspasó todo al poder a los sóviets, y ese nuevo poder obrero se puso manos a la obra demostrando, en la práctica, que la emancipación plena de la mujer trabajadora sólo será posible a través del socialismo.

Una de las prioridades era romper las cadenas del trabajo doméstico a través de la socialización de las tareas del hogar. Mediante una amplia red de cafeterías y comedores, lavanderías, hospitales y guarderías, el nuevo poder revolucionario liberó a las mujeres de emplear la mayor parte de su tiempo a la limpieza, la alimentación y cuidado de los más dependientes. No solo así se liberaría a la mujer oprimida de una gran carga física, se la permitiría acceder al trabajo productivo remunerado y socialmente reconocido —a la independencia económica—, disponiendo también del tiempo necesario para participar en la política y la dirección de la sociedad. En enero de 1920, las cafeterías públicas de Petrogrado atendían a un millón de personas y en Moscú las utilizaba el 93% de la población.

Paralelamente se abordó el objetivo de acabar con todo tipo de abuso y maltrato en el seno de la familia. El Código familiar aprobado por los bolcheviques y los Soviets en 1918, instauró el matrimonio civil, el divorcio a petición de cualquiera de los cónyuges y eliminó la distinción entre los hijos “legítimos” e “ilegítimos”. Por supuesto, no se podía hablar de avances serios en la liberación de las mujeres si éstas no poseían el control de su cuerpo, su maternidad y su sexualidad. En 1920 el gobierno soviético fue el primero del mundo en emitir un decreto anulando la criminalización del aborto: “El aborto, la interrupción del embarazo por medios artificiales, se llevará a cabo gratuitamente en los hospitales del Estado, donde las mujeres gozarán de la máxima seguridad en la operación.” 

La maternidad fue protegida, garantizando que las madres no fueran discriminadas en el ámbito laboral, algo tan habitual en los países capitalistas. El Código Laboral de 1918 garantizaba un receso pagado de media hora al menos cada tres horas para alimentar al bebé. Para la protección durante el embarazo y la lactancia, estaban prohibidos el trabajo nocturno y las horas extras. La ley otorgaba ocho semanas de licencia de maternidad remunerada, así como servicios médicos gratuitos antes y después del parto.

Los bolcheviques también abolieron las leyes represivas contra los homosexuales y la criminalización de las relaciones sexuales: “La legislación soviética se basa en el siguiente principio: declara la absoluta no interferencia del Estado y la sociedad en asuntos sexuales, en tanto que nadie sea lastimado y nadie se inmiscuya con los intereses de alguien más.” 

Guerra al atraso

Todas estas conquistas, que dejan en evidencia el parloteo hipócrita sobre la “igualdad” de los gobiernos capitalistas cien años después, adquieren una dimensión heroica si consideramos las condiciones históricas en las que se aplicaron. La herencia que obtuvo la Rusia revolucionaria del régimen zarista estaba marcada por el atraso y la barbarie.  Más de tres cuartas partes de la población vivían en el campo y era prácticamente analfabeta, sometida a un régimen patriarcal brutal y carente de las infraestructuras más básicas —canalizaciones de aguas residuales, electricidad, educación...—. La mayoría de la población femenina estaba constituida por mujeres campesinas en situación de práctica esclavitud: “En el campo ven a las mujeres como caballos de tiro. Trabajas toda la vida para tu esposo y toda su familia, soportas palizas y toda clase de humillaciones, pero no importa, no tienes a dónde ir; estás encadenada al matrimonio”.

Por supuesto, el desarrollo desigual y combinado que impuso el capitalismo a la sociedad rusa, a la vez que mantenía estos rasos feudales de atraso y subdesarrollo, también permitió a muchas mujeres —tras la movilización al frente de millones de hombres durante la Primera Guerra Mundial— acceder a las fábricas. En 1914 la mujer trabajadora, ex campesina, representaba un tercio de la mano de obra industrial de la Rusia zarista. Estas mujeres desarrollaron una profunda conciencia de clase al calor de su explotación asalariada. Los bolcheviques rápidamente se orientaron hacia ellas. Fundaron el periódico Rabotnitsa  (La Obrera), con el objetivo de atraer a las trabajadoras no politizadas a las ideas del socialismo. Cada fábrica tenía sus propias representantes en el comité de redacción, y se organizaban reuniones periódicas donde participaban todas ellas. En Petrogrado, Rabotnitsa convocaba mítines y manifestaciones de masas.

Con el triunfo revolucionario de Octubre se creó un departamento especial: el Zhenotdel. Su función era acercar a las mujeres al Partido Bolchevique y los sindicatos, e implicarlas directamente en el trabajo de los sóviets y la administración del Estado obrero. Los bolcheviques eran conscientes de la necesidad de organizaciones amplias y medidas especiales de propaganda, porque para las mujeres era más difícil participar políticamente debido al papel nefasto de la familia tradicional. No se trataba sólo de la reticencia de mujeres educadas durante siglos para ser las esclavas de los esclavos, como solía decía Lenin, sino de luchar activamente contra la oposición de muchos maridos y padres. El Zhenotdel no era una organización separada, sino un espacio donde las mujeres se sentían seguras y a salvo de la opresión machista para iniciar su participación activa en la construcción de la nueva sociedad.  No había prejuicios, sino una profunda comprensión y respeto hacia la mujer oprimida, como demuestra el trabajo en Asia Central, donde las activistas del Zhenotdel se ponían el velo para poder aproximarse a las mujeres musulmanas.

Las dificultades

Toda esta legislación se enfrentó a un sin fin de dificultades. Junto al atraso económico y cultural, los sóviets debieron hacer frente a la destrucción provocada por la Guerra Mundial y la guerra civil desatada por los terratenientes y capitalistas rusos, y sus amos imperialistas, para aplastar al joven Estado obrero.

Las masas soviéticas levantaron un Ejército Rojo de la ruinas y derrotaron las fuerzas contrarrevolucionarias. Pero lo hicieron a un precio muy elevado. Durante la postguerra el ingreso nacional se redujo a un tercio, y la producción industrial a una quinta parte. En 1921 Moscú había perdido la mitad de su población, y Petrogrado dos tercios; cientos de miles de personas retornaban al campo huyendo de la  hambruna. Valiosos mujeres bolcheviques murieron, como Inessa Armand, presidenta del Zhenotdel, y Samoilova, ambas de cólera.

Estas condiciones de terrible escasez dificultaron la puesta en práctica del derecho al aborto debido a la falta de instalaciones hospitalarias o de anestésicos, los comedores estatales languidecían y cerraban por la falta de alimentos, y la mitad de las escuelas infantiles y hogares para madres solteras desaparecieron. La presencia de la mujer en un aparato productivo demolido y en apenas funcionamiento retrocedió. Así, bajo condiciones espantosas, la mujer trabajadora y campesina se veía obligada a recluirse en su prisión doméstica.

El socialismo no se pude construir sobre el reparto de la miseria, precisa de las condiciones materiales que permitan a los hombres y las mujeres emanciparse de la extenuante lucha por la supervivencia, liberando su energía física e intelectual para la construcción de una nueva sociedad dirigida de forma colectiva. Las penalidades, el hambre, el desempleo… reavivaron viejas lacras capitalistas como la prostitución y la violencia machista.

Reacción estalinista

Sin embargo, no se trató exclusivamente de la ausencia de medios materiales. La revolución había alimentado una conciencia nueva: “Todos los adultos estábamos loca y terriblemente hambrientos, pero podíamos decirle al mundo entero (…) que estábamos avanzando hacia la meta de liberar al amor de la economía, y a la mujer de la esclavitud doméstica.”  El repliegue de las conquistas y derechos de la mujer soviética fue alimentado por las nuevas condiciones políticas. La degeneración burocrática y el ascenso del estalinismo actuaron como un factor clave. “El retroceso reviste formas de una hipocresía desalentadora y va mucho más lejos de lo que exige la dura necesidad económica. A las razones objetivas de regreso a las normas burguesas, tales como el pago de las pensiones alimenticias del hijo, se agrega el interés social de los medios dirigentes de enraizar el derecho burgués.”

Una casta de arribistas y burócratas se apoderó de la dirección del partido y del Estado, ocupando el espacio político que la clase obrera no podía llenar por estar condenada a una penosa lucha por la supervivencia cotidiana. Asentada en el poder, consciente de sus nuevos privilegios sociales, la burocracia liderada por Stalin comprendió que la consolidación de su poder precisaba de las viejas cadenas que asfixiaban la conciencia revolucionaria. Represión, estajanovismo, y, también, sometimiento de la mujer trabajadora. Un primer paso para aplastar a su vanguardia fue la disolución del Zhenotdel en 1929. El aborto y la homosexualidad fueron perseguidos. El tercer Código Familiar de 1936 hizo el divorcio más difícil.

Nuestro objetivo

La experiencia de la Revolución de Octubre, con sus grandes avances iniciales y sus retrocesos posteriores, merece ser objeto de un estudio serio y reflexivo para quienes luchamos hoy por la emancipación de la mujer. Prueba como todo aquello que contribuye a elevar el grado de conciencia y organización de los oprimidos, sean hombres o mujeres, en busca de una sociedad sin clases nos hace más libres. Y, a su vez, demuestra en negativo que toda sociedad basada en los privilegios de una minoría necesita recurrir a la opresión de la mayoría, en especial de la mujer.

El programa bolchevique para la emancipación de la mujer no pudo llevarse hasta el final, pero las conquistas que lograron no fueron en vano. Nos inspiran y señalan el camino para unas relaciones entre el hombre y la mujer liberadas de toda violencia y opresión, basadas en el respeto, la igualdad y la fraternidad: “(…) la vida de la mujer trabajadora debe estar rodeada de las mismas comodidades, la misma limpieza, la misma higiene, la misma belleza, que hasta ahora constituía el ambiente de las mujeres pertenecientes a las clases adineradas. (…) veremos nacer la unión libre fortificada por el amor y el respeto mutuo (…) Estas nuevas relaciones asegurarán a la humanidad todos los goces del llamado amor libre, ennoblecido por una verdadera igualdad social entre compañeros...”

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