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(Carta a Nin)1

1 de septiembre de 1931

He recibido su carta del 25 de agosto. Usted sitúa el problema: ¿dónde llamar a los obreros, al partido o a la Federación?2 Las condiciones locales hablan más bien de la Federación: las condiciones generales de España a favor del partido. Desde el punto de vista práctico, es decir desde el punto de vista de la correlación de fuerzas en un momento dado, el problema es delicado, pero pienso que nuestra posición de principio está clara: nosotros declaramos que somos una fracción del partido, una frac­ción de la Internacional Comunista. Lo esencial de la lucha que llevan contra nosotros está en que somos «enemigos» de la U.R.S.S. y de la Internacional comunista. Incluso Maurín vive de las migajas que caen de nuestra mesa.

Si llamamos a los obreros a afiliarse a la Federación, nos comprometemos en el plano nacional e internacional. Y, ¿salimos ganando a escala de Cataluña?

 A juzgar por los actuales resultados de la colaboración con la Federación, en mi opinión, nos traen más inconvenientes que ventajas. Toda la prensa de la Internacional comunista, con Pravda a la cabeza, nos hace responsables de la confusión oportunista de Maurin. Los artículos del camarada Mill3 en La Verité, también han contribuido en este sentido. Sin embargo fue necesario romper con la Federación y hemos salido con las manos vacías.4 En otras palabras, la colaboración con la Federación nos ha debilitado en el plano nacional e internacional, sin sernos útil en Cataluña. Ya es hora de hacer balance. En mi opinión debemos hacer un giro político radical, para no seguir confundiéndonos con Maurín ‑una confusión que ha actuado en provecho de Maurin y en detrimento nuestro. Lo más correcto sería llamar a los obreros a afiliarse a construir la fracción de los comunistas de izquierda, y a ingresar en el partido. Pero una política semejante exige que exista, por lo menos, un núcleo oficial de la oposición de izquierda en Cataluña. Si recuerda, llevo insistiendo en esto desde el mismo día de su llegada a Barcelona, ¡pero sin éxito!  Hoy día no veo otra salida.
 Maurin ha lanzado la consigna de ¡Todo el poder al proletariado! Creo que tiene usted toda la razón al pensar que Maurín lanza consignas de este tipo para asegurar un puente hacia los sindicalistas, y para aparentar una fuerza que realmente no tiene. Desgraciadamente, si las apariencias son muy apreciadas en política, son desastrosas en el terreno de la política revolucionaria.

¿Por qué no hay soviets en España? ¿Por qué? En una carta anterior expresé algunas ideas en este sentido. Las he desarrollado en un articulo, que le envío, sobre el control obrero en Alemania. En el sentimiento de los obreros españoles, la consigna de las juntas está ligada a la de los soviets y por esta razón les parece demasiado dura, demasiado decisiva, demasiado «rusa». Es decir, que la ven con diferentes ojos de como la velan los obreros rusos en la misma etapa. Nos encontramos frente a una paradoja histórica. ¿La existencia de soviets en Rusia actúa en el sentido de paralizar la creación de estos organismos en otros países que se encuentran en situación revolucionaria? En sus conversaciones con los obreros de todas las regiones de su país ha de dar a esta cuestión la máxima importancia.

 De cualquier manera, si la consigna de las juntas (soviets) no llegase a tener eco, sería preciso concentrarnos en la de comités de fábrica. Ya he tratado este punto en el artículo que he mencionado antes. Podemos construir una organización soviética, a base de comités de fábrica, sin emplear la palabra soviet.
 En mi opinión tiene toda la razón en la cuestión del control obrero. Renunciar al control obrero sencillamente porque los reformistas se pronuncian por él ‑aunque sólo de palabra‑ sería una enorme estupidez. Por el contrario, precisamente por esto, debemos agitar esta consigna con tanto más vigor, y obligar a los obreros reformistas a ponerla en práctica por medio de un frente único con nosotros y, sobre la base de esta experiencia, presionarles para que abandonen al Caballero y a otros farsantes.
 En Rusia tuvimos éxito al crear soviets porque no éramos nosotros solamente los que nos reclamábamos de ellos, sino también los mencheviques y los social‑revolucionarios, aunque evidentemente estos tenían otros objetivos.
 En España no podemos construir soviets precisamente porque no los quieren ni los socialistas ni los sindicalistas. Esto significa que no se puede hacer frente único ni unidad de acción con la mayoría de la clase obrera sobre esta consigna.
 Pero es el mismo Caballero quien, bajo presión de las masas, se ha visto obligado a adoptar esta consigna del control obrero, abriendo de esta forma las puertas a una política de frente único y de construcción de una organización que reúna a la mayoría de los trabajadores. Debemos agarrar el toro por los cuernos. Evidentemente Caballero intentará transformar el control obrero en control de los capitalistas sobre los obreros. Pero esta cuestión se relaciona con otro capitulo, la relación de fuerzas en el interior de la clase obrera. Si en la actual situación revolucionaria, conseguimos crear comités de fábrica en todo el país, el señor Caballero y compañía habrán perdido la batalla decisiva.5

Usted escribe sobre el riesgo que corremos de ayudar involuntariamente al liberalismo madrileño si nos contentamos con proclamar que la «balcanización» de la península ibérica es incompatible con los objetivos del proletariado. Tiene razón; si en mi anterior carta no señalé este peligro, ahora estoy dispuesto a hacerlo diez veces.

 Las semejanzas entre las dos penínsulas deben ser expuestas de forma más matizada. Hace tiempo, la península balcánica estaba unificada bajo la dominación de los propietarios turcos, los generales y los cónsules. Las nacionalidades oprimidas soñaban con zafarse del yugo de sus opresores. Si opusiéramos nuestra negativa a la división de la península a las aspiraciones de las masas populares, nos convertiríamos en los lacayos de los pachás y los gobernantes turcos. Por otra parte, nosotros sabemos que los pueblos de los Balcanes, después de liberarse del yugo de los turcos, permanecieron bajo otro yugo durante décadas. Sobre esta cuestión, la vanguardia revolucionaria puede aplicar el punto de vista de la revolución permanente: la liberación del yugo imperialista, que es el problema clave de la revolución democrática, debe concluir en la Federación de Repúblicas Soviéticas, como forma de estado proletario.
 Sin oponernos a la revolución democrática, todo lo contrario apoyándola sin reservas, incluso en el marco de la separación (es decir, sosteniendo la lucha, pero no las ilusiones) debemos agitar por nuestra posición independiente hacia la revolución democrática, recomendando, aconsejando, proponiendo la idea de la Federación de Repúblicas Soviéticas de la península Ibérica, como parte constituyente de los Estados Unidos de Europa. Esta es mi concepción, expuesta de forma detallada. Es inútil decir que los camaradas de Madrid, y los camaradas españoles en general deben usar el argumento de la «balcanización» con una especial discreción.
 

 

Notas

 

1The Militant, 19 de diciembre de 1931

2 Nin había escrito a Trotsky el 25 de agosto: «Tengo la posibilidad de crear organizaciones comunistas en varios pueblos. ¿Dónde debo afiliarlos? ¿Al Bloc o al. partido oficial? Tengo muchas dudas sobre esta cuestión. Afiliarlos al partido oficial es difícil, pues no hay casi organización en Cataluña. Por otra parte las posiciones políticas del Bloc son tan falsas que no hace menos difícil aconsejar la afiliación a esta organización. Sin embargo, me inclino por esta última solución.»

3 Mill era el seudónimo de un militante judío de origen ruso (y no americano como dice Isaac Deutscher en el Profeta Desterrado, p. 93). Su verdadero nombre era Okun o Okhun, pero se hacía llamar tanto Mill como Pack Obin (sic). El secretariado internacional le había enviado a España el día siguiente de la calda de la Monarquía, desde donde escribió dos articulos para La Verité, publicados el 24 de abril y el 8 de mayo, conteniendo vivos elogios a la Federación Catalana y a la Agrupación autónoma de Madrid, en cuyo seno consideraba que la oposición de izquierda tenía un lugar. Esta posición era totalmente contraria a la de Trotsky, pero estaba bastante cerca de la de Nín. No hubo rectificaciones ulteriores. La alianza de Mill con la oposición española debía jugar un papel primordial en las relaciones de esta última con Trotsky

4 Entre los militantes «salidos» de la Federación Catalana ‑los amigos de Maurin niegan aún hoy día que se llevase a cabo ninguna expulsión‑ algunos constituyeron un núcleo de la oposición de izquierda en torno a Nin: El periodista Narciso Molins y Fábrega, Francisco De Cabo, Carlota Durán, Amadeo Robles

5 En 1923, durante los preparativos para la insurrección prevista en Alemania para el mes de octubre, Trotsky sostenía, en contra de Zinoviev, que los comités de fábrica podían jugar el mismo papel que los soviets en Rusia

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